El hacha justiciera
1932 

6.2
225
Drama. Intriga. Cine negro
Wong Low Get (Edward G. Robinson), un temible sicario de una banda del barrio chino de San Francisco, recibe el encargo de asesinar a su buen amigo Sun Yat Ming (J. Carrol Naish). Antes de cometer el crimen, Sun le pide que cuide de su hija (Loretta Young) y la haga feliz. (FILMAFFINITY)
15 de abril de 2010
15 de abril de 2010
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
De haberse realizado un par de años más tarde, probablemente este film no hubiese superado las estrictas normas cinematográficas que se impusieron en el cine estadounidense en 1934 y que son conocidas como Production Code. El hacha justiciera es un film de William Wellman (Alas, Incidente en Ox Bow) del año 1932 que aborda el tema de las comunidades chinas instaladas en barrios como Chinatown.
Sin embargo no es una visión fácil ni superficial. La sociedad que se retrata es una sociedad muy distinta culturalmente y con un código de honor muy estricto que se sostiene sobre dos pilares fundamentales: la religión budista y el respeto a los antepasados. Estas dos circunstancias enmarcan la vida ordinaria de miles de personas en estructuras donde los tong (una especie de grupos de poder y de toma de decisiones) siguen resolviendo sus disputas en la línea Corleone, es decir con la figura del sicario, toda una institución que hace rodar cabezas sin ningún miramiento.
Esta es la premisa básica de un film donde, como era muy habitual en los años 30 los personajes asiáticos eran interpretados por actores blancos. Tal es el caso de Edward G. Robinson o Loretta Young. Las "relaciones" de los caucasianos con el invento diabólico del cine no acababan de ser demasiado buenas y hasta que Anne May Wong se encargó de poner las cosas en su sitio y demostrar al mundo que había buenos actores amarillos, las cosas eran así. La credibilidad de Robinson y Young queda algo en entredicho. Sin embargo son dos buenos actores y salen adelante. Además a una Loretta de 19 años el exotismo oriental le sentaba espléndidamente.
Los engaños maritales y los ajustes de cuentas como cosa natural, ordinaria y sin castigo, no hubiesen pasado los filtros del Code año 34, pero en el 32 la censura miraba hacia otros lados, y esta "libertad" hace este trabajo muy interesante e ilustrativo de una época. Es un film bastante desconocido con un final que justificaría por si solo, de no haber otros valores, que los hay, la visión de esta película.
Sin embargo no es una visión fácil ni superficial. La sociedad que se retrata es una sociedad muy distinta culturalmente y con un código de honor muy estricto que se sostiene sobre dos pilares fundamentales: la religión budista y el respeto a los antepasados. Estas dos circunstancias enmarcan la vida ordinaria de miles de personas en estructuras donde los tong (una especie de grupos de poder y de toma de decisiones) siguen resolviendo sus disputas en la línea Corleone, es decir con la figura del sicario, toda una institución que hace rodar cabezas sin ningún miramiento.
Esta es la premisa básica de un film donde, como era muy habitual en los años 30 los personajes asiáticos eran interpretados por actores blancos. Tal es el caso de Edward G. Robinson o Loretta Young. Las "relaciones" de los caucasianos con el invento diabólico del cine no acababan de ser demasiado buenas y hasta que Anne May Wong se encargó de poner las cosas en su sitio y demostrar al mundo que había buenos actores amarillos, las cosas eran así. La credibilidad de Robinson y Young queda algo en entredicho. Sin embargo son dos buenos actores y salen adelante. Además a una Loretta de 19 años el exotismo oriental le sentaba espléndidamente.
Los engaños maritales y los ajustes de cuentas como cosa natural, ordinaria y sin castigo, no hubiesen pasado los filtros del Code año 34, pero en el 32 la censura miraba hacia otros lados, y esta "libertad" hace este trabajo muy interesante e ilustrativo de una época. Es un film bastante desconocido con un final que justificaría por si solo, de no haber otros valores, que los hay, la visión de esta película.
20 de marzo de 2010
20 de marzo de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curiosa película. "El hacha justiciera" es uno de los primeros filmes del conocido cineasta William A. Wellman. Sin ser ninguna obra maestra, la historia es lo suficientemente atractiva, y por momentos pintoresca, como para mantener la atención del espectador durante los poco más de 70 minutos que dura. Edward G. Robinson es el protagonista absoluto de la función y, sinceramente, si bien en un primer momento chirría bastante verle encarnar al personaje chino de Wong Low Get, según avanza la trama, este hecho deja de ser un inconveniente para convertirse más bien en una virtud.
El filme está basado en la obra teatral "The Honorable Mr. Wong", de David Belasco y Achmed Abdullah. La historia sigue la vida de Wong Low Get (Robinson), un honorable sicario al servicio de uno de los Tongs más poderosos del barrio chino de San Francisco, a lo largo del primer tercio del siglo XX. En plena guerra de clanes, Wong recibe el encargo de acabar con un enemigo del Tong: se trata de Sun Yat Sen, su mejor amigo. Pese a las reticencias iniciales a cometer el asesinato, Wong, un hombre de honor y de palabra, decide llevarlo a cabo no sin antes prometer a su amigo que él mismo se encargará de criar a su joven hija y hacerla feliz durante toda su vida.
Creo que lo que más nos puede llamar la atención a nosotros como espectadores occidentales es el retrato que se hace del barrio chino de San Francisco, un mosaico lleno de vida y singulares personajes donde el honor y el respeto a la figura de Buda es el común denominador de todos cuantos lo pueblan.
El filme está basado en la obra teatral "The Honorable Mr. Wong", de David Belasco y Achmed Abdullah. La historia sigue la vida de Wong Low Get (Robinson), un honorable sicario al servicio de uno de los Tongs más poderosos del barrio chino de San Francisco, a lo largo del primer tercio del siglo XX. En plena guerra de clanes, Wong recibe el encargo de acabar con un enemigo del Tong: se trata de Sun Yat Sen, su mejor amigo. Pese a las reticencias iniciales a cometer el asesinato, Wong, un hombre de honor y de palabra, decide llevarlo a cabo no sin antes prometer a su amigo que él mismo se encargará de criar a su joven hija y hacerla feliz durante toda su vida.
Creo que lo que más nos puede llamar la atención a nosotros como espectadores occidentales es el retrato que se hace del barrio chino de San Francisco, un mosaico lleno de vida y singulares personajes donde el honor y el respeto a la figura de Buda es el común denominador de todos cuantos lo pueblan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El ritmo del filme, pese a la ya comentada escasa duración del metraje, es bastante tedioso por momentos. A la historia le cuesta mantener el tipo y no será prácticamente hasta la segunda mitad del filme cuando por fin logré coger ritmo el asunto y aumente progresivamente el interés. La subtrama de la historia de amor entre Sun Toya San y el guardaespaldas, pese a ser fundamental en el devenir de la historia, es el principal escoyo a la hora de lograr la adecuada cadencia narrativa.
En todo caso, el filme posee toda una serie de interesante virtudes. Entre ellas, uno de los elementos que más me llamó la atención fue la sutileza y elegancia con la que Wellman logra plasmar en imágenes los distintos asesinatos cometidos por Wong a lo largo del desempeño de su labor como sicario. La primera de estas muertes, la de su amigo de la infancia, se construye en torno al paralelismo que se establece entre la figura del padre de la niña y el muñeco que ésta abraza mientras duerme y que tiene la cabeza cortada.
La muerte del criminal de Sacramento también es todo un derroche de ingenio. En este caso no se muestra, sino que se emplea el recurso de una acertada elipsis que va desde el momento en que Wong hace un enigmático comentario sobre la cabeza del delincuente, hasta que éste se encuentra en el tren de vuelta a su casa mientras lee un periódico en que se menciona la muerte del susodicho maleante y al mismo tiempo se declara la paz entre los clanes enfrentados mientras una burlona sonrisa se dibuja en el rostro de Wong. Una secuencia portentosa. Y creo que no hace falta mencionar la muerte final, pues resulta tan efectiva como perturbadora.
A este respecto, mencionar que el nivel de violencia del filme es bastante llamativo teniendo en cuenta la época de la película. Del mismo modo, no existe reparo alguno en hablar del tráfico de drogas (opio) o de la prostitución en la que ha caído Toya tras quedar en manos del irresponsable y necio guardaespaldas.
Dicho esto, y para ir terminando, simplemente comentar que el filme resulta bastante agradable de ver por todo lo comentado (corta duración, historia pintoresca, habilidad a nivel de dirección de Wellman), pero creo que no termina de ser totalmente redondo por la inclusión de la subtrama de amor que, pese a ser necesaria, no está construida con la suficiente fluidez como para soportar sobre sus hombros el peso del filme. Y es que la trama principal es sólida, convincente y cruenta como pocas.
Del mismo modo, ver a Edward G. Robinson de chino no tiene precio, sinceramente. Este hombre está hecho un auténtico todoterreno.
En todo caso, el filme posee toda una serie de interesante virtudes. Entre ellas, uno de los elementos que más me llamó la atención fue la sutileza y elegancia con la que Wellman logra plasmar en imágenes los distintos asesinatos cometidos por Wong a lo largo del desempeño de su labor como sicario. La primera de estas muertes, la de su amigo de la infancia, se construye en torno al paralelismo que se establece entre la figura del padre de la niña y el muñeco que ésta abraza mientras duerme y que tiene la cabeza cortada.
La muerte del criminal de Sacramento también es todo un derroche de ingenio. En este caso no se muestra, sino que se emplea el recurso de una acertada elipsis que va desde el momento en que Wong hace un enigmático comentario sobre la cabeza del delincuente, hasta que éste se encuentra en el tren de vuelta a su casa mientras lee un periódico en que se menciona la muerte del susodicho maleante y al mismo tiempo se declara la paz entre los clanes enfrentados mientras una burlona sonrisa se dibuja en el rostro de Wong. Una secuencia portentosa. Y creo que no hace falta mencionar la muerte final, pues resulta tan efectiva como perturbadora.
A este respecto, mencionar que el nivel de violencia del filme es bastante llamativo teniendo en cuenta la época de la película. Del mismo modo, no existe reparo alguno en hablar del tráfico de drogas (opio) o de la prostitución en la que ha caído Toya tras quedar en manos del irresponsable y necio guardaespaldas.
Dicho esto, y para ir terminando, simplemente comentar que el filme resulta bastante agradable de ver por todo lo comentado (corta duración, historia pintoresca, habilidad a nivel de dirección de Wellman), pero creo que no termina de ser totalmente redondo por la inclusión de la subtrama de amor que, pese a ser necesaria, no está construida con la suficiente fluidez como para soportar sobre sus hombros el peso del filme. Y es que la trama principal es sólida, convincente y cruenta como pocas.
Del mismo modo, ver a Edward G. Robinson de chino no tiene precio, sinceramente. Este hombre está hecho un auténtico todoterreno.
18 de junio de 2015
18 de junio de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Entre la abundante y desigual producción de los años 30 de William Wellman –una veintena de títulos entre 1931 y 1934- hay de todo: bueno, malo y, como esta película, ambientada en el barrio chino de San Francisco, sencillamente regularcillo. Chirría un poco ver a autores caucásicos –cumpliendo el trámite Edward G. Robinson y Loretta Young- haciendo de chinos y aún más en ese estilo sentencioso budista un poco ridículo y prejuicioso muy del gusto del público de época. Da gusto, sin embargo, disfrutar de un cine sencillo previo al codigo Hays, en el que se suceden con tranquilidad asesinatos sin remordimientos morales, adulterio y venganza y, como han señalado otros colaboradores, con uno de los finales más impresionantes y originales de la historia del cine clásico. Salvo ese extraordinario final, muy discretita.
25 de abril de 2018
25 de abril de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El inquietante mundo de los clanes chinos instalados en las grandes ciudades estadounidenses genera un clima inestable y desazonado que se trasmite con fidelidad en una película profundamente imbuida del ancestral espíritu oriental.
Misterio, costumbres enigmáticas e inveteradas, miradas huidizas, ritos desconocidos pero siempre atractivos para el público occidental se convierten en protagonistas gracias a la perfecta ambientación que W.A. Wellman sabe recrear a lo largo de todo el film.
Como si el destino fuera un dios supremo al que no se puede fintar, la historia se construye con tanto acierto en torno al enigma de ese grupo social que el espectador llega al final de la proyección considerándolo asunto propio.
Magnífica la actuación de E.G. Robinson.
Misterio, costumbres enigmáticas e inveteradas, miradas huidizas, ritos desconocidos pero siempre atractivos para el público occidental se convierten en protagonistas gracias a la perfecta ambientación que W.A. Wellman sabe recrear a lo largo de todo el film.
Como si el destino fuera un dios supremo al que no se puede fintar, la historia se construye con tanto acierto en torno al enigma de ese grupo social que el espectador llega al final de la proyección considerándolo asunto propio.
Magnífica la actuación de E.G. Robinson.
7 de agosto de 2015
7 de agosto de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de sus buenas críticas se trata claramente de una cinta interesante, sí, pero muy envejecida.
Se dice por ahí o lo he leído que tiene un ritmo ágil...pero es lenta y apenas suceden cosas realmente subyugantes que atrapen al espectador.
Se sostiene por el proverbial buen hacer de su protagonista, un Edward G. Robinson, que hasta haciendo de chino resulta creíble.
La historia de amor que prevalece sobre todo lo demás está tratada con romanticismo (por parte del protagonista), pero el clímax es malévolo, siempre acechando el peligro o el temor a algo peligroso.
Esto está bien conseguido gracias a la labor de iluminación y de fotografía a cargo del reputadísimo Sidney Hickox.
Se debe valorar por lo que fue en su día, años treinta del siglo XX, no lo olvidemos. Si la vemos con ojos del siglo XXI queda en mediocre.
http://filmsencajatonta.blogspot.com.es/
Se dice por ahí o lo he leído que tiene un ritmo ágil...pero es lenta y apenas suceden cosas realmente subyugantes que atrapen al espectador.
Se sostiene por el proverbial buen hacer de su protagonista, un Edward G. Robinson, que hasta haciendo de chino resulta creíble.
La historia de amor que prevalece sobre todo lo demás está tratada con romanticismo (por parte del protagonista), pero el clímax es malévolo, siempre acechando el peligro o el temor a algo peligroso.
Esto está bien conseguido gracias a la labor de iluminación y de fotografía a cargo del reputadísimo Sidney Hickox.
Se debe valorar por lo que fue en su día, años treinta del siglo XX, no lo olvidemos. Si la vemos con ojos del siglo XXI queda en mediocre.
http://filmsencajatonta.blogspot.com.es/
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