Pintoresco proyecto que hoy sería difícil llevar a cabo por la caracterización como asiáticos de los actores principales, aquí figuras de la talla de Edward G. Robinson o Loretta Young, lo cual no era extraño por parte de las productoras y se puede recordar en películas que alcanzaron cierta fama, como “Las aventuras de Marco Polo (Archie Mayo, 1938), “La buena tierra” (Sidney Franklin, 1937) o “Estirpe de dragón” (Jack Conway, 1944), por citar algunas.

Aunque en apariencia podría parecer “El hacha justiciera” una producción menor de consumo rápido, sorprende la solidez en la puesta en escena impropia de una película de 1932, lo que habla a las claras del talento de William A. Wellman forjado en innumerables proyectos de la época silente, que lo llevaron a ser uno de los directos norteamericanos más importantes y sólidos de esos de comienzos del sonoro.

A diferencia de la gran mayoría de obras de Wellman de esos años, de ritmo vertiginoso con bastante acción, aquí predominan los diálogos y la relación entre personajes, con un guion muy bien escrito de reflexiones profundas, que mantiene el tono grave durante toda la cinta sin decaer. Eso no es problema para que la historia se ventile un apenas hora y cuarto sin necesidad de elipsis exageradas, gracias al buen pulso del director, que regala alguna escena de violencia impactante marca de la casa, como es fácil recodar en otras pelis contemporáneas como “El enemigo público” o “Los conquistadores”, por nombrar algunas que me hayan venido rápidamente a la memoria.

Edward G. Robinson solventa su papel de forma convincente, como fue uso y costumbre en este gran actor, y al que apenas hace falta maquillaje para su ambientación, únicamente con entonar los ojos de forma un poco inocente de vez en cuando sale para adelante, no ocurre lo mismo con Loretta Young que aporta el punto exótico con un caracterización más laboriosa y la hace casi irreconocible.

La historia romántica deja en un segundo plano la trama de intriga de ese sicario de un clan del barrio chino, que se ve obligado a desempeñar sus obligaciones cada vez que es requerido al estallar conflictos entre bandas, pero que con el paso del tiempo intenta desligarse de su pasado habiendo encontrado en el amor una especie de redención que le plantea cuestionarse aspectos capitales de la vida.

Buena película, muy bien narrada y ambientada, con interpretaciones sólidas y un punto de exotismo fascinante, que entretiene y deja buen sabor de boca, y confirma a Wellman como un cineasta a seguir con devoción.