La vida de Oharu
Drama
En el Japón del siglo XVII, Oharu, hija de un samurai, es expulsada de la corte de Kioto y condenada al exilio por enamorarse de un criado. Tras la ejecución de su amante, Oharu es obligada por su padre a convertirse en la concubina de un gran señor, al que su esposa no ha podido dar un heredero. para mayor desdicha, después de dar a luz la arrebatan a su hijo y es expulsada de la casa. (FILMAFFINITY)
8 de junio de 2011
8 de junio de 2011
43 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los temas expuestos en esta película son aquellos que el director trabajaría a lo largo de su carrera: prostitución, opresiones sociales y familiares, el poder corrupto de las jerarquías y los destinos trágicos. A modo de flash-back, Mizoguchi hace un barrido histórico-social a través de la vida de Oharu (impresionante Kinuyo Tanaka que casi sin primeros planos construye de manera emotiva este personaje).
Aunque este trabajo sería la apertura al extranjero de Mizoguchi, aún tendría que pasar un tiempo para que el espectador despistado encontrara en la filmografía de este señor, algo más que la historia de turno. Es complicado no repetirse a la hora de ensalzar cualquier obra de un autor, porque cada trabajo posee unas características comunes que hacen reconocible la autoría de una obra. Oharu no es una excepción y posee todos aquellos ingredientes que la convierten automáticamente en una película de Kenji Mizoguchi: los planos generales, los planos secuencias, la violencia fuera de campo, la música diegética o elipsis prodigiosas.
En una entrevista realizada en 1961, Mizoguchi hablaba sobre el plano-secuencia:
“Al adoptar semejante método no he tenido la más mínima intención de representar un estado estático de una psicología cualquiera. Al contrario, llegué a ello de forma muy espontánea, en mi búsqueda de una expresión más precisa y específica de los momentos de gran intensidad psicológica. En la curva de una escena, si acaba de surgir, con una densidad creciente, un “acorde” psicológico, no puedo cortarlo repentinamente y sin remordimientos: así que intento intensificarlo prolongando la escena el tiempo que sea posible.”
Cahiers du cinéma n.º 116.
Uno de los múltiples ejemplos que encontramos de esos momentos de densidad creciente es cuando Oharu se entera de la muerte de su amado (la condena a muerte fue filmada fuera de campo pero incluso mientras Oharu recibe la noticia de esta muerte por voz de su madre, ella permanece con la cara escondida como dando por sentado que dicha violencia sentimental, igual que la física, tampoco merece ser retratada tan crudamente en pantalla). Oharu sale corriendo al exterior de la casa asiendo una daga con intención de suicidarse. La madre la persigue mientras la cámara las sigue desde arriba. Entran en un bosque de bambúes cuya serenidad contrasta con la agitación que observamos en pantalla. Cuando cae al suelo, la densidad creciente de la escena ya nos ha noqueado.
Pocos minutos antes Mizoguchi había usado un plano-secuencia magistral para retratar la salida de la familia de la ciudad de Kyoto cruzando la cámara por debajo del puente para retratar a los tres integrantes en la otra orilla del río.
(Abróchense los cinturones porque esto continúa).
Aunque este trabajo sería la apertura al extranjero de Mizoguchi, aún tendría que pasar un tiempo para que el espectador despistado encontrara en la filmografía de este señor, algo más que la historia de turno. Es complicado no repetirse a la hora de ensalzar cualquier obra de un autor, porque cada trabajo posee unas características comunes que hacen reconocible la autoría de una obra. Oharu no es una excepción y posee todos aquellos ingredientes que la convierten automáticamente en una película de Kenji Mizoguchi: los planos generales, los planos secuencias, la violencia fuera de campo, la música diegética o elipsis prodigiosas.
En una entrevista realizada en 1961, Mizoguchi hablaba sobre el plano-secuencia:
“Al adoptar semejante método no he tenido la más mínima intención de representar un estado estático de una psicología cualquiera. Al contrario, llegué a ello de forma muy espontánea, en mi búsqueda de una expresión más precisa y específica de los momentos de gran intensidad psicológica. En la curva de una escena, si acaba de surgir, con una densidad creciente, un “acorde” psicológico, no puedo cortarlo repentinamente y sin remordimientos: así que intento intensificarlo prolongando la escena el tiempo que sea posible.”
Cahiers du cinéma n.º 116.
Uno de los múltiples ejemplos que encontramos de esos momentos de densidad creciente es cuando Oharu se entera de la muerte de su amado (la condena a muerte fue filmada fuera de campo pero incluso mientras Oharu recibe la noticia de esta muerte por voz de su madre, ella permanece con la cara escondida como dando por sentado que dicha violencia sentimental, igual que la física, tampoco merece ser retratada tan crudamente en pantalla). Oharu sale corriendo al exterior de la casa asiendo una daga con intención de suicidarse. La madre la persigue mientras la cámara las sigue desde arriba. Entran en un bosque de bambúes cuya serenidad contrasta con la agitación que observamos en pantalla. Cuando cae al suelo, la densidad creciente de la escena ya nos ha noqueado.
Pocos minutos antes Mizoguchi había usado un plano-secuencia magistral para retratar la salida de la familia de la ciudad de Kyoto cruzando la cámara por debajo del puente para retratar a los tres integrantes en la otra orilla del río.
(Abróchense los cinturones porque esto continúa).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El filme está narrado en forma episódica, construido por el uso certero de las elipsis (el lloro de un bebé, las sombras de unos amantes, la vista fugaz de un niño comiendo, …) que refuerza la narrativa del trabajo. Con tal guisa Mizoguchi consigue un barrido crítico de las diferentes castas del Japón feudal, desde la corte hasta los estamentos religiosos desgranando la avaricia y lujuria de todos ellos.
En Oharu todo es premeditando y estricto. Todo tiene un sentido métrico, que convierte a esta obra en una de las mejores películas de su autor.
En Oharu todo es premeditando y estricto. Todo tiene un sentido métrico, que convierte a esta obra en una de las mejores películas de su autor.
31 de mayo de 2006
31 de mayo de 2006
34 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más importante que los aspectos técnicos de una película –a los de ésta no se le pueden poner muchos peros–, es el contenido. Con la "Vida de Oharu" viajamos a una época en la que una relación de amor verdadero con alguien de rango inferior sólo suponía el principio de los problemas para una mujer de familia humilde. Era frecuente que el padre vendiera a su guapa hija como concubina sólo por ambición social o como prostituta para pagar sus deudas. Pero lo de Oharu es mala suerte, y ni siquiera podrá disfrutar mucho de los dos hombres buenos que se cruzan en su vida.
Mizoguchi recorre todos los estamentos de una sociedad feudal que no estaba tan lejana, y descubre los trapos sucios de una cultura machista que puede llegar a fascinar a algunos occidentales sólo por su apariencia elegante y disciplinada.
Una película para espíritus maduros y desengañados.
Mizoguchi recorre todos los estamentos de una sociedad feudal que no estaba tan lejana, y descubre los trapos sucios de una cultura machista que puede llegar a fascinar a algunos occidentales sólo por su apariencia elegante y disciplinada.
Una película para espíritus maduros y desengañados.
7 de octubre de 2007
7 de octubre de 2007
26 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Saikaku ichidai onna, o sea, La Vida de Oharu, Mujer Galante, es una Obra Maestra del cine japonés, una Obra Maestra del cine universal dirigida por Kenji Mizoguchi en 1952.
Destaca la sencillez de la exposición de la historia, en la que a través de un largo flahshback conocemos la trayectoria vital de una mujer excepcional. La pertinencia exacta de los travellings y un dominio absoluto de la composición de plano y la profundidad de campo me hacen, desde ya, considerar a Mizoguchi uno de los grandes genios del cine, de una solvencia extrema. También hay que destacar las interpretaciones, que como ya he dicho, impregnan de sentido, con cierta estilización teatral (que no está de más, sino todo lo contrario), cada movimiento corporal, llegando a crear momentos más cercanos a la escultura de grupo o la danza que a lo usual en cine. La sobria, multifacética y soberbia interpretación de la protagonista, Kinuyo Tanaka, casi convierte la película en un bello monólogo silencioso, casi eclipsa todo a su alrededor, a pesar de la solvencia de los secundarios, muy especialmente la de Toshiro Mifune, en un papel brevísimo pero que marca las más de dos horas de metraje. La música también está muy bien utilizada, en correspondencia con el tempo, cadencioso, pero nunca tedioso, del film.
Destaca la sencillez de la exposición de la historia, en la que a través de un largo flahshback conocemos la trayectoria vital de una mujer excepcional. La pertinencia exacta de los travellings y un dominio absoluto de la composición de plano y la profundidad de campo me hacen, desde ya, considerar a Mizoguchi uno de los grandes genios del cine, de una solvencia extrema. También hay que destacar las interpretaciones, que como ya he dicho, impregnan de sentido, con cierta estilización teatral (que no está de más, sino todo lo contrario), cada movimiento corporal, llegando a crear momentos más cercanos a la escultura de grupo o la danza que a lo usual en cine. La sobria, multifacética y soberbia interpretación de la protagonista, Kinuyo Tanaka, casi convierte la película en un bello monólogo silencioso, casi eclipsa todo a su alrededor, a pesar de la solvencia de los secundarios, muy especialmente la de Toshiro Mifune, en un papel brevísimo pero que marca las más de dos horas de metraje. La música también está muy bien utilizada, en correspondencia con el tempo, cadencioso, pero nunca tedioso, del film.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero si tenemos una Obra Maestra por la forma, también la tenemos por el contenido. Porque Oharu es un canto a la tolerancia, al amor y a la dignidad. Porque Oharu, que es puro amor, pura inocencia, lo pierde todo por amar. Su visión inocente de la vida se enfrenta a una sociedad clasista, basada aparentemente en la religión, la tradición y la ley, pero absolutamente hipócrita, pues no hay otra cosa más que el dinero detrás de todo, y las inamovibles leyes morales dejan de serlo cuando el oro se cruza ante ellas. Oharu siempre valora el amor únicamente, el dinero no es algo que pretenda acumular y lo desprecia en tanto que no sea imprescindible para su supervivencia. Por lo tanto, es una rebelde en su entorno. Pero su doble papel de mujer y librepensante hace de ella una marginada permanente, en lugar de una mesías. Oharu mantiene la dignidad en cualquiera de sus pasos, pero su inocencia hace que sus "venganzas" no vayan más allá de travesuras infantiles (el robo de una peluca, un curioso strip-tease, la imitación de una bruja, huir para cumplir libremente lo que se le ha ordenado como última condena; siempre dejando en evidencia las debilidades de los demás, nunca dañándolos directamente).
El viaje de Oharu es un viacrucis descendente que atraviesa toda la sociedad japonesa del siglo diecisiete: hija de samurai, concubina (trasunto de una moderna "Madre de Alquiler", sorprendente), cortesana, sirvienta, artesana, novicia, fugitiva, mendiga, prostituta callejera y, finalmente, penitente sin haber pecado. La sociedad la maltrata por ser un elemento ajeno a ella, por basar su existencia en amar en lugar de en tener y ambicionar. Y así, también le es arrebatado sucesivamente el amor de su amante, de la sociedad, de sus padres, de su hijo, de su marido y de las instituciones religiosas. Y a excepción de su madre (que hace lo que puede, sometida a la voluntad del esposo), ese amor que está dipuesta a dar, solamente lo recibe de criados, prostitutas y desgraciados.
Estamos así ante un film feminista y hasta cierto punto socialista. De hecho, las últimas palabras del amante ejecutado piden la desaparición de las clases, aunque no poniendo el énfasis sobre lo económico sino sobre
Y lo que más llega es que la vida de Oharu es similar a la de muchas mujeres de nuestros días, incluso en nuestros países "civilizados", oprimidas por la sociedad, la religión y su propia condición femenina, parece como si en 400 años poco hubiese cambiado. Y de hecho sorprende como en un film de hace cinco décadas Mizoguchi expone temas tan actuales (no por ser novedad, sino por la reciente pérdida de su condición de tabú en nuestra cínica sociedad) como la prostitución, el tráfico de mujeres, el maltrato, el acoso psicológico y sexual, el consumismo de una manera muy abierta pero a la vez muy delicada. Así que el film sigue vigente en sus reivindicaciones.
En fin, una maravilla.
El viaje de Oharu es un viacrucis descendente que atraviesa toda la sociedad japonesa del siglo diecisiete: hija de samurai, concubina (trasunto de una moderna "Madre de Alquiler", sorprendente), cortesana, sirvienta, artesana, novicia, fugitiva, mendiga, prostituta callejera y, finalmente, penitente sin haber pecado. La sociedad la maltrata por ser un elemento ajeno a ella, por basar su existencia en amar en lugar de en tener y ambicionar. Y así, también le es arrebatado sucesivamente el amor de su amante, de la sociedad, de sus padres, de su hijo, de su marido y de las instituciones religiosas. Y a excepción de su madre (que hace lo que puede, sometida a la voluntad del esposo), ese amor que está dipuesta a dar, solamente lo recibe de criados, prostitutas y desgraciados.
Estamos así ante un film feminista y hasta cierto punto socialista. De hecho, las últimas palabras del amante ejecutado piden la desaparición de las clases, aunque no poniendo el énfasis sobre lo económico sino sobre
Y lo que más llega es que la vida de Oharu es similar a la de muchas mujeres de nuestros días, incluso en nuestros países "civilizados", oprimidas por la sociedad, la religión y su propia condición femenina, parece como si en 400 años poco hubiese cambiado. Y de hecho sorprende como en un film de hace cinco décadas Mizoguchi expone temas tan actuales (no por ser novedad, sino por la reciente pérdida de su condición de tabú en nuestra cínica sociedad) como la prostitución, el tráfico de mujeres, el maltrato, el acoso psicológico y sexual, el consumismo de una manera muy abierta pero a la vez muy delicada. Así que el film sigue vigente en sus reivindicaciones.
En fin, una maravilla.
13 de junio de 2010
13 de junio de 2010
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mizoguchi era el retratista de las mujeres expoliadas. Geishas, prostitutas, mal casadas, apaleadas por la mala suerte y caídas en desgracia. Él mismo supo lo que era la pobreza y que vendiesen a su hermana como geisha, así que estaba acostumbrado a mirar a la desgracia a la cara.
Inclinándose muy a menudo hacia las tradiciones japonesas y la Edad Media, trazó con sus pinceles realistas a la par que etéreos el deprimente panorama que restringía a la población femenina a una posición de acusada inferioridad y esclavitud social. Equiparadas a posesiones materiales que se podían comprar, vender y regalar, permanecían sujetas a la caprichosa voluntad de sus dueños, léase sus padres o patriarcas familiares, sus hermanos varones en caso de orfandad, y sus maridos o parejas de concubinato.
El inmutable protocolo de conducta y los requerimientos del espíritu no iban a la par. Ellas no eran libres de sentir a su antojo, ni de elegir. No eran dueñas ni de su cuerpo, ni de su corazón, ni disponían de libre albedrío.
Y aún había más. La misma reprobación severísima que las ataba a perpetuidad las condenaba si comprobaba que se arrastraban por el fango. Después de haberlas despojado de toda su dignidad, de su corazón, de sus personas queridas, de su privacidad, de medios decentes de supervivencia, y de toda posibilidad de redención, todavía tenía la mezquina hipocresía de gritarles: “¡Mujer, cómo has podido caer tan bajo! ¡Quedas maldita por toda la eternidad!”
Y una siente cómo le bulle la sangre al ser espectadora de tanta malignidad disfrazada de falsa decencia. Al ver cómo el palo del castigo cae una vez más sobre la machacada alma y la maltrecha carne de una buena mujer a quien sólo unas poquísimas personas bondadosas y sinceras, un par de ellas a lo sumo, han sabido apreciar y querer. Y no, no eran sus progenitores (demasiado preocupados por el qué dirán, la posición social y el dinero para acordarse de que tienen una hija y no una yegua o todavía menos), quienes no dudan en venderla y prostituirla y aprovecharse de ella.
Inclinándose muy a menudo hacia las tradiciones japonesas y la Edad Media, trazó con sus pinceles realistas a la par que etéreos el deprimente panorama que restringía a la población femenina a una posición de acusada inferioridad y esclavitud social. Equiparadas a posesiones materiales que se podían comprar, vender y regalar, permanecían sujetas a la caprichosa voluntad de sus dueños, léase sus padres o patriarcas familiares, sus hermanos varones en caso de orfandad, y sus maridos o parejas de concubinato.
El inmutable protocolo de conducta y los requerimientos del espíritu no iban a la par. Ellas no eran libres de sentir a su antojo, ni de elegir. No eran dueñas ni de su cuerpo, ni de su corazón, ni disponían de libre albedrío.
Y aún había más. La misma reprobación severísima que las ataba a perpetuidad las condenaba si comprobaba que se arrastraban por el fango. Después de haberlas despojado de toda su dignidad, de su corazón, de sus personas queridas, de su privacidad, de medios decentes de supervivencia, y de toda posibilidad de redención, todavía tenía la mezquina hipocresía de gritarles: “¡Mujer, cómo has podido caer tan bajo! ¡Quedas maldita por toda la eternidad!”
Y una siente cómo le bulle la sangre al ser espectadora de tanta malignidad disfrazada de falsa decencia. Al ver cómo el palo del castigo cae una vez más sobre la machacada alma y la maltrecha carne de una buena mujer a quien sólo unas poquísimas personas bondadosas y sinceras, un par de ellas a lo sumo, han sabido apreciar y querer. Y no, no eran sus progenitores (demasiado preocupados por el qué dirán, la posición social y el dinero para acordarse de que tienen una hija y no una yegua o todavía menos), quienes no dudan en venderla y prostituirla y aprovecharse de ella.
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Dice mucho de cómo funcionaba el sistema y del grado de corrupción moral el hecho de que para una muchacha estuviese mejor considerado ser concubina de un señor (su puta, dicho en plata), que la esposa de un criado. Pero claro, la moral dictaba que el concubinato no dejaba de ser un pecado enorme, con lo cual las chicas que caían en esa condición (y no lo hacían por propia voluntad, sino obligadas) portaban el estigma de las apestadas y nadie las miraba con respeto. Podían ser llevadas y traídas sin su consentimiento y, como su presencia resultaba incómoda y contaminante, solían acabar expulsadas y echadas a la calle. Así que el círculo vicioso se cerraba: si no conseguían hacer una buena boda en su juventud, o si cometían una desfachatez como enamorarse de alguien no designado por sus padres y provocaban un escándalo, eran vendidas como concubinas, geishas o prostitutas. Las zarandeaban como a muñecas de trapo y hacían con ellas lo que querían, y después proclamaban que esas perdidas no merecían sino la miseria que se habían buscado. Y a la calle otra vez, y a ser escupidas sin cesar, y tan pisoteadas y humilladas que ellas mismas se tenían ya por despojos sin valor.
Y así asistimos a la destrucción, paso a paso, golpe a golpe, de Oharu. Los reveses de la perra fortuna se ceban y le roban con risas crueles sus raros obsequios de felicidad efímera, muy efímera.
Esa muñeca rota que sigue caminando por inercia tendrá como único compañero compasivo al espectador, y como consuelo el recuerdo de sus escasos amores truncados.
Y así asistimos a la destrucción, paso a paso, golpe a golpe, de Oharu. Los reveses de la perra fortuna se ceban y le roban con risas crueles sus raros obsequios de felicidad efímera, muy efímera.
Esa muñeca rota que sigue caminando por inercia tendrá como único compañero compasivo al espectador, y como consuelo el recuerdo de sus escasos amores truncados.
14 de agosto de 2012
14 de agosto de 2012
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tenía bastante interés depositado en "Vida de Oharu", más que nada porque la premisa me resulta fascinante. Describir la vida de un personaje ahogado por los convencionalismos de la sociedad en la que se encuentra, incapaz de expresarse y forzado a ir a la deriva de otros personajes que le dirigen en todo momento, es una idea con un gran potencial en la medida en que los efectos de esa represión social se dejan ver en el retrato emocional del personaje, en este caso Oharu, una mujer intentando vivir su vida en el Japón feudal e incapaz de hacerlo porque en ese contexto las mujeres eran poco menos que un cero a la izquierda.
Esta obra, por ello, lo tenía todo para resultarme una gran película, pero al contrario de lo esperado, me he encontrado con una historia poco lucida y olvidable, en la que me ha costado entrar y no digo ya hacerme partícipe de las emociones vitales de la protagonista. Y viendo la nota media, que todas las críticas son positivas y se centran precisamente en destacar esa intensidad que yo no encuentro, me siento como un bicho raro por no haberle cogido el punto a la historia.
Básicamente, mi gran problema con la historia es que la narración me parece brusca y caótica en las distintas etapas de la vida de Oharu, las cuales no dejan apenas poso, y que se subyuga la emoción a una suma de todas las desgracias de la protagonista en vez de reforzar la forma en que cada una influye, de manera separada, en ir construyendo su carácter. Es decir, donde sí encuentro bastante transmisión de emociones es precisamente en esas escenas que funcionan a modo de recapitulación, aquellas en las que el objetivo principal es mostrar cómo la acumulación de situaciones han cambiado su carácter. Pero lo que echo en falta es la misma fuerza para transmitir sensaciones en escenas específicas, por ejemplo en los momentos en los que se enamora o se encapricha de alguien, o cuando no se siente a gusto en una situación concreta, en la historia está narrado de tal forma que todo pasa muy rápido y no cala.
Admito que esto en buena parte puede ser simplemente problema mío al no estar acostumbrado a ciertos tipos de narración. De hecho una de las cosas que más se destacan de "Vida de Oharu" es su lenguaje visual y yo puedo percibir que es bueno, pero no analizarlo hasta el punto de fijarme en la ausencia de primeros planos y otros recursos estilísticos claves, ni de interpretar la sutileza que esconde, porque estoy acostumbrado a ver las emociones enfatizadas principalmente a través de los personajes y sus interacciones. Por otro lado, creo que el objetivo de la historia, más que describir a Oharu en cada momento, es retratar el proceso global que transforma su carácter desde su adolescencia hasta el momento actual.
Pero es que no creo que eso sea suficiente ni que lo justifique todo. Como digo, puede que esté limitado por la falta de experiencia pero creo que sacrificar la introspección y dar paso a una narración rápida y atropellada, en la que los personajes se exploran lo justo para predecir el siguiente paso y no hay un énfasis en las sensaciones de cada momento, es un error se vea como se vea. Será una elección estilística, pero es una elección que tiene un efecto negativo en la fuerza emocional de la historia. Me pasa un poco como con algunas películas de Malick: creo que buscar una narración poética y sacrificar el análisis de las motivaciones de los personajes es algo que entra dentro de los planes del director, pero que a mí me parece negativo en la medida en que me está privando de algo básico como es entender a los personajes. De la misma manera con "Vida de Oharu" tengo esa sensación; hay un énfasis clarísimo en la idea de cambio global de la protagonista, pero no considero necesario que, para eso, se hayan de subyugar las escenas individuales a ese objetivo, entre otras cosas porque la película narra un proceso de dos horas, por lo que si no le encuentras interés acabas desconectando, pero también porque no se deja ver el peso específico de sus vivencias, que en muchas ocasiones determinan la forma de reaccionar ante otras situaciones.
Esta obra, por ello, lo tenía todo para resultarme una gran película, pero al contrario de lo esperado, me he encontrado con una historia poco lucida y olvidable, en la que me ha costado entrar y no digo ya hacerme partícipe de las emociones vitales de la protagonista. Y viendo la nota media, que todas las críticas son positivas y se centran precisamente en destacar esa intensidad que yo no encuentro, me siento como un bicho raro por no haberle cogido el punto a la historia.
Básicamente, mi gran problema con la historia es que la narración me parece brusca y caótica en las distintas etapas de la vida de Oharu, las cuales no dejan apenas poso, y que se subyuga la emoción a una suma de todas las desgracias de la protagonista en vez de reforzar la forma en que cada una influye, de manera separada, en ir construyendo su carácter. Es decir, donde sí encuentro bastante transmisión de emociones es precisamente en esas escenas que funcionan a modo de recapitulación, aquellas en las que el objetivo principal es mostrar cómo la acumulación de situaciones han cambiado su carácter. Pero lo que echo en falta es la misma fuerza para transmitir sensaciones en escenas específicas, por ejemplo en los momentos en los que se enamora o se encapricha de alguien, o cuando no se siente a gusto en una situación concreta, en la historia está narrado de tal forma que todo pasa muy rápido y no cala.
Admito que esto en buena parte puede ser simplemente problema mío al no estar acostumbrado a ciertos tipos de narración. De hecho una de las cosas que más se destacan de "Vida de Oharu" es su lenguaje visual y yo puedo percibir que es bueno, pero no analizarlo hasta el punto de fijarme en la ausencia de primeros planos y otros recursos estilísticos claves, ni de interpretar la sutileza que esconde, porque estoy acostumbrado a ver las emociones enfatizadas principalmente a través de los personajes y sus interacciones. Por otro lado, creo que el objetivo de la historia, más que describir a Oharu en cada momento, es retratar el proceso global que transforma su carácter desde su adolescencia hasta el momento actual.
Pero es que no creo que eso sea suficiente ni que lo justifique todo. Como digo, puede que esté limitado por la falta de experiencia pero creo que sacrificar la introspección y dar paso a una narración rápida y atropellada, en la que los personajes se exploran lo justo para predecir el siguiente paso y no hay un énfasis en las sensaciones de cada momento, es un error se vea como se vea. Será una elección estilística, pero es una elección que tiene un efecto negativo en la fuerza emocional de la historia. Me pasa un poco como con algunas películas de Malick: creo que buscar una narración poética y sacrificar el análisis de las motivaciones de los personajes es algo que entra dentro de los planes del director, pero que a mí me parece negativo en la medida en que me está privando de algo básico como es entender a los personajes. De la misma manera con "Vida de Oharu" tengo esa sensación; hay un énfasis clarísimo en la idea de cambio global de la protagonista, pero no considero necesario que, para eso, se hayan de subyugar las escenas individuales a ese objetivo, entre otras cosas porque la película narra un proceso de dos horas, por lo que si no le encuentras interés acabas desconectando, pero también porque no se deja ver el peso específico de sus vivencias, que en muchas ocasiones determinan la forma de reaccionar ante otras situaciones.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por ejemplo, su enamoramiento del principio con el campesino es un punto importante en su vida, porque supone el primer revés emocional serio del personaje y la primera vez que se refleja su impotencia, pero el enamoramiento en sí está simplificado al máximo, tanto que no se entiende ni cómo surge ni de qué manera afecta de manera inmediata a su carácter (al margen de contener un tono tan sobreactuado tanto en interpretaciones como en diálogos que logra distraerme de la atmósfera de una forma muy efectiva). Es posible imaginarse que esa situación cambia su forma de enfrentarse a ciertas situaciones, pero no se muestra cómo; se supone que es algo traumático que tiene mucho peso en la vida de Oharu, pero no tarda en diluirse en un mar de situaciones vitales, sólo tiene un ligero efecto en la forma en que se toma la noticia de su elección como la concubina del rey, y el mismo me parece tan simplificado e inexplorado que me termina dejando tan frío como el resto de la anécdota.
Por otro lado, y como he mencionado, los momentos que me llegan de la película son aquellos que no tratan de un momento específico, sino que muestran la acumulación de vivencias en un personaje cansado y desengañado. El final, por ello, me parece grandioso, y el momento en el que Oharu está tirada en la calle tocando el laúd también me resulta sorprendentemente emocionante para lo indiferente que me deja en general la obra.
Por otro lado, y como he mencionado, los momentos que me llegan de la película son aquellos que no tratan de un momento específico, sino que muestran la acumulación de vivencias en un personaje cansado y desengañado. El final, por ello, me parece grandioso, y el momento en el que Oharu está tirada en la calle tocando el laúd también me resulta sorprendentemente emocionante para lo indiferente que me deja en general la obra.
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