La vida de Oharu
Drama
En el Japón del siglo XVII, Oharu, hija de un samurai, es expulsada de la corte de Kioto y condenada al exilio por enamorarse de un criado. Tras la ejecución de su amante, Oharu es obligada por su padre a convertirse en la concubina de un gran señor, al que su esposa no ha podido dar un heredero. para mayor desdicha, después de dar a luz la arrebatan a su hijo y es expulsada de la casa. (FILMAFFINITY)
28 de marzo de 2019
28 de marzo de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kenji Mizoguchi tenía una mirada única, y es esa sencillez y naturalidad que tiene con la cámara lo que nos deja, en ocasiones, al borde del llanto, en esos planos secuencia, buscando que el tiempo manifieste algo, una emoción que aguarda y espera explotar. En este sentido recuerda a Tarkovsky, fue una gran influencia en el ruso.
Acaricia a sus personajes pero también los pone al límite, y si una película del gran Mizoguchi es extrema en algún sentido, es esta. Es un drama desolador, terrible. Donde nada puede salir peor en la vida de una muchacha, quizá puede ser la primera o de las primeras películas con una mirada tan dolida y reivindicativa de la mujer de antes, pero todo está contado con esa poesía de la cámara del artesano, capturando sutiles gestos de los actores.
Una película inimitable, muy hermosa y triste.
9.5
Acaricia a sus personajes pero también los pone al límite, y si una película del gran Mizoguchi es extrema en algún sentido, es esta. Es un drama desolador, terrible. Donde nada puede salir peor en la vida de una muchacha, quizá puede ser la primera o de las primeras películas con una mirada tan dolida y reivindicativa de la mujer de antes, pero todo está contado con esa poesía de la cámara del artesano, capturando sutiles gestos de los actores.
Una película inimitable, muy hermosa y triste.
9.5
25 de octubre de 2022
25 de octubre de 2022
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película que le quiere rendir homenaje a las mujeres, aquellas mujeres que por destino y también por los hombres, se ven sometidas a un destino fatal, y que no llegan nunca a salir de ese fatal destino, ya sea por mala suerte o por culpa de los hombres.
Es una película valiente, que pone sobre la mesa los sentimientos de una persona (en este caso mujer) que por la sociedad, se ve metida en una historia que ella no quería, pero que la obligan, y siempre hay un hombre detrás de este mal destino.
El argumento es muy bueno, y visto posteriormente en infinidad de películas, series o también, telenovelas. Dudo mucho que esta película, aún ganando premios europeos, haya llegado a EEUU en su época, ya que hablar de una mujer prostituta, ya era motivo de censura. Fue justamente en 1952 que terminó la ocupación americana en Japón. Quizás sea una liberación, al poder hacer películas sin la censura americana.
Y aunque está bellamente filmada, con unos buenísimos planos y unos travellings delicados pero muy elaborados, hay momentos que no me acaba de gustar, sobre todo en las actuaciones de los actores.
Es una película valiente, que pone sobre la mesa los sentimientos de una persona (en este caso mujer) que por la sociedad, se ve metida en una historia que ella no quería, pero que la obligan, y siempre hay un hombre detrás de este mal destino.
El argumento es muy bueno, y visto posteriormente en infinidad de películas, series o también, telenovelas. Dudo mucho que esta película, aún ganando premios europeos, haya llegado a EEUU en su época, ya que hablar de una mujer prostituta, ya era motivo de censura. Fue justamente en 1952 que terminó la ocupación americana en Japón. Quizás sea una liberación, al poder hacer películas sin la censura americana.
Y aunque está bellamente filmada, con unos buenísimos planos y unos travellings delicados pero muy elaborados, hay momentos que no me acaba de gustar, sobre todo en las actuaciones de los actores.
22 de abril de 2021
22 de abril de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Japón, año 1686. Vemos la vida de Oharu, una mujer que va de desgracia en desgracia, y que sin embargo tiene la dicha de ser la madre de un poderoso noble nipón al que no conocerá. Mientras tanto, vamos viendo sus idas y venidas, su yugo permanente bajo el dominio de los hombres que le hacen una desgraciada.
Me ha costado la misma vida ver la película. este cine clásico japonés es muy popular entre los muy amantes del cine y los doctores en el arte, pero el populacho sufrimos mucho encarando la historia, que tarda en enganchar, aunque se va encaramando algo a medida que pasa el metraje. Para más inri, casi 3 horas de visión que bien valen el mérito del reconocimiento.
Me ha costado la misma vida ver la película. este cine clásico japonés es muy popular entre los muy amantes del cine y los doctores en el arte, pero el populacho sufrimos mucho encarando la historia, que tarda en enganchar, aunque se va encaramando algo a medida que pasa el metraje. Para más inri, casi 3 horas de visión que bien valen el mérito del reconocimiento.
24 de diciembre de 2022
24 de diciembre de 2022
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
395/07(07/12/22) Penetrante melodrama japonés jidaigekii, es una oda al espíritu de la mujer, canto a la tolerancia, al amor y a la dignidad. Canto a su resistencia ante el machismo imperante a lo largo de la historia y que en muchos casos la ha subyugado de modo humillante. Película que he visto con motivo del 70 aniversario de su estreno (17/04/1952), era una mis lagunas fílmicas por las buenas críticas que conlleva la cinta. Film dirigido por Kenji Mizoguchi a partir de un guión de Yoshikata Yoda, basándose en la novela de “Saikaku Ihara” (1686), protagonizada por Kinuyo Tanaka (un año después se convertiría en la primera directora de Japón) como la protagonista Oharu, en una actuación sobresaliente en la forma en que desprende emociones, ello en un arco de desarrollo muy marcado en sus vaivenes de dientes de sierra entre los efímeros momentos de felicidad y las continuas desgracias cual descenso atrompicado al purgatorio, muy expresiva, notamos su evolución en su rostro (ayudada por el maquillaje) y gestualidad. Dando vida a una ex concubina de un daimyō (y madre de un daimyō posterior) lucha por escapar del estigma de haber sido obligada a prostituirse por su padre. Un relato de marcado por la evolución episódica, con continuas y elegantes elipsis (la figuración de un rostro sobre un icono budista, el llanto de un bebé, las sombras de unos amantes, la vista fugaz de un niño que come,…), desde el presente pasamos a lo que será el gran bloque de la historia con un largo flash-back, en la que seguimos la odisea de esta desgraciada mujer, como la vemos ir descendiendo anímica y físicamente.
Ácida crítica al clasismo social, al Imperio feudal japonés que sometía a las mujeres a recipientes bien sea para el placer de los hombres o para procrear, y después de usarlas se abandonan, explotadas de modo vil y nauseabundo, vendidas ("comprada como un pez en una tabla de cortar", dicen en cierto momento), fecundadas, despojadas de ver a sus hijos, son mera mercancía (como lo muestra bien ese asqueroso ‘inspector’ que tiene a una pléyade mujeres que testar para encontrar a la ‘perfecta’ físicamente). Entrando en temas escabrosos marginales propios del género femenino con el tráfico de mujeres, la prostitución, el maltrato machista, la imposición del heteropatriarcado, ello entrelazado a la avaricia egoísta (si es que la hay que no lo sea), la hipocresía religiosa. Consiguiendo conmover en como empatizamos con la sufridora Oharu (hábilmente en su alegoría vemos como Oharu se refleja en una marioneta femenina, manejada por un hombre), presa de unas convenciones sociales medievales que la oprimen y humillan. Claramente el director quiere a través de mostrar el pasado de esta mujer proyectar al presente las aun rémoras en que viven muchas féminas, visión que llama la atención sobre esto desde un enfoque pesimista y desesperanzador.
Todo ello con el singular sello a la hora de filmar del realizador, apoyado en la cinematografía en glorioso b/n de Yoshimi Hirano (“Nendo no omen”), con sus suaves travellings, composición de planos simétricos, con tomas estáticas a nivel de los ojos cuando están sentados en el tatami, con dramáticas profundidades de campo, hermosas tomas generales, sentidos planos-secuencia, con claro sentido pictórico, todo con un objetivo de ser incisivo de modo neurálgico.
La historia comienza en el Japón del siglo XVII, con Oharu (Kinuyo Tanaka) como una anciana en un templo que recuerda los eventos de su vida. Comienza con ella de asistente de la corte imperial en Kyoto, es exiliada al campo con sus padres por el crimen de enamorarse de Katsunosuke (un escaso, pero siempre sólido Toshirô Mifune), cuyo resultado (debido a la diferencia de clases) es su ejecución y el destierro de su familia. Oharu intenta suicidarse, pero falla y es vendida para ser la amante de Lord Matsudaira (Toshiaki Konoe) con la esperanza de que le dé un hijo. Pero la estéril Lady Matsudaira (Hisako Yimane) está celosa de su belleza, y no pasa tiempo antes de que Oharu sea cruelmente devuelta, con un asqueroso estipendio, a sus padres. Su padre ha acumulado una enorme deuda anticipándose al dinero que pensó que recibirían debido al nuevo trabajo de su hija, por lo que ahora debe venderla como geisha en el distrito del placer.
Tiene un bello y lírico inicio con un precioso y cuasi espectral travelling en una noche sombría y lluviosa, vemos a una encorvada anciana (Oharu) caminar por un poblado desierto, moviéndose cual fantasma, vacilar con sus zuecos, una ajada prostituta, trata de esconder las arrugas que exponen su edad avanzada tras sus ropajes. Se une a unos vagabundos alrededor de un fuego que comentan sobre ella y lo que fue, una bella cortesana. Oharu se detiene en un templo repleto de efigies, ella mira una de ellas hasta que se transmuta en el rostro de un hombre, Katsunosuke, sugiriendo los paralelismos entre el amor y la deidificación de este sentimiento. Y con ello se produce el mágico paso al flash-back tres décadas atrás. 1686 (la era Edo), y vemos en Oharu a una bella joven que es una cortesana que cae presa de sus sentimientos de amor, ello en una poética secuencia con Katsunosuke (Toshirô Mifune, escaso pero siempre sólida actuación) en un jardín, amor prohibido para los de su clase. Imágenes como las tumbas una al lado de la otra que se muestran después de que Oharu besa a Katsunosuke presagian el cruel funcionamiento del destino. Conlleva la ejecución letal para él (Fuera de campo la sentencia) y el destierro para ella (esto filmado bellamente en toma ininterrumpida mientras los padres y ella salen de Kioto con la cámara pasando bajo el puente hasta que pasan por la orilla del rio). El dolor de ella reflejado en como recibe la carta de su madre de Katsunosuke, como la cámara respeta su dolor sin entrar a mostrar su rostro sufriente que reposa en la oscuridad…
Ácida crítica al clasismo social, al Imperio feudal japonés que sometía a las mujeres a recipientes bien sea para el placer de los hombres o para procrear, y después de usarlas se abandonan, explotadas de modo vil y nauseabundo, vendidas ("comprada como un pez en una tabla de cortar", dicen en cierto momento), fecundadas, despojadas de ver a sus hijos, son mera mercancía (como lo muestra bien ese asqueroso ‘inspector’ que tiene a una pléyade mujeres que testar para encontrar a la ‘perfecta’ físicamente). Entrando en temas escabrosos marginales propios del género femenino con el tráfico de mujeres, la prostitución, el maltrato machista, la imposición del heteropatriarcado, ello entrelazado a la avaricia egoísta (si es que la hay que no lo sea), la hipocresía religiosa. Consiguiendo conmover en como empatizamos con la sufridora Oharu (hábilmente en su alegoría vemos como Oharu se refleja en una marioneta femenina, manejada por un hombre), presa de unas convenciones sociales medievales que la oprimen y humillan. Claramente el director quiere a través de mostrar el pasado de esta mujer proyectar al presente las aun rémoras en que viven muchas féminas, visión que llama la atención sobre esto desde un enfoque pesimista y desesperanzador.
Todo ello con el singular sello a la hora de filmar del realizador, apoyado en la cinematografía en glorioso b/n de Yoshimi Hirano (“Nendo no omen”), con sus suaves travellings, composición de planos simétricos, con tomas estáticas a nivel de los ojos cuando están sentados en el tatami, con dramáticas profundidades de campo, hermosas tomas generales, sentidos planos-secuencia, con claro sentido pictórico, todo con un objetivo de ser incisivo de modo neurálgico.
La historia comienza en el Japón del siglo XVII, con Oharu (Kinuyo Tanaka) como una anciana en un templo que recuerda los eventos de su vida. Comienza con ella de asistente de la corte imperial en Kyoto, es exiliada al campo con sus padres por el crimen de enamorarse de Katsunosuke (un escaso, pero siempre sólido Toshirô Mifune), cuyo resultado (debido a la diferencia de clases) es su ejecución y el destierro de su familia. Oharu intenta suicidarse, pero falla y es vendida para ser la amante de Lord Matsudaira (Toshiaki Konoe) con la esperanza de que le dé un hijo. Pero la estéril Lady Matsudaira (Hisako Yimane) está celosa de su belleza, y no pasa tiempo antes de que Oharu sea cruelmente devuelta, con un asqueroso estipendio, a sus padres. Su padre ha acumulado una enorme deuda anticipándose al dinero que pensó que recibirían debido al nuevo trabajo de su hija, por lo que ahora debe venderla como geisha en el distrito del placer.
Tiene un bello y lírico inicio con un precioso y cuasi espectral travelling en una noche sombría y lluviosa, vemos a una encorvada anciana (Oharu) caminar por un poblado desierto, moviéndose cual fantasma, vacilar con sus zuecos, una ajada prostituta, trata de esconder las arrugas que exponen su edad avanzada tras sus ropajes. Se une a unos vagabundos alrededor de un fuego que comentan sobre ella y lo que fue, una bella cortesana. Oharu se detiene en un templo repleto de efigies, ella mira una de ellas hasta que se transmuta en el rostro de un hombre, Katsunosuke, sugiriendo los paralelismos entre el amor y la deidificación de este sentimiento. Y con ello se produce el mágico paso al flash-back tres décadas atrás. 1686 (la era Edo), y vemos en Oharu a una bella joven que es una cortesana que cae presa de sus sentimientos de amor, ello en una poética secuencia con Katsunosuke (Toshirô Mifune, escaso pero siempre sólida actuación) en un jardín, amor prohibido para los de su clase. Imágenes como las tumbas una al lado de la otra que se muestran después de que Oharu besa a Katsunosuke presagian el cruel funcionamiento del destino. Conlleva la ejecución letal para él (Fuera de campo la sentencia) y el destierro para ella (esto filmado bellamente en toma ininterrumpida mientras los padres y ella salen de Kioto con la cámara pasando bajo el puente hasta que pasan por la orilla del rio). El dolor de ella reflejado en como recibe la carta de su madre de Katsunosuke, como la cámara respeta su dolor sin entrar a mostrar su rostro sufriente que reposa en la oscuridad…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
…Tras lo que hay un plano-secuencia desde alto en que Oharu corre al exterior del hogar llevando una daga con intenciones suicidas, entra en un bosque de bambúes, allí intenta apuñalarse, y cuando le quitan la daga, intenta saltar a un pozo, y al final se derrumba en el suelo. Siendo esta la primera etapa de sus reiteradas desdichas, un descenso de degradación moral con escasos remansos de impostada ‘felicidad’, ello Mizoguchi atacando todos los estamentos de la anquilosada sociedad japonesa del SXVII, desde la institución familiar con ese padre avariento que vende a su hija (no así la madre, que es la única que la trata con cariño, aunque no se rebela contra el maltrato ; como la alta aristocracia la utiliza como recipiente vasija para engendrar un heredero y luego la abandonan en la cuneta; como la veja una mujer por su belleza (cortándole cabello); como la humilla la clase religiosa; incluso la humillan por ser mayor para ser prostituta; Un calvario que Oharu intenta llevar con dignidad y orgullo, se mueve por sentimientos y nunca por lo monetario; pero no puede escapar a su encadenado de desgracias, donde los hombres que la mana caen presos de la desgracia (son ejecutados, asesinados o apresados).
Siendo me atractiva la película, le veo defectos, quizás por el paso del tiempo (o simplemente soy yo). Tiene un desarrollo que a veces discurre a trompicones que desconciertan, como el romance que surge al inicio, resulta apresurado todo, sin tiempo para digerir el dramatismo, no hay tiempo, todo muy sintetizado para el poso cuando ya pasamos al siguiente episodio de la triste vida de Oharu. El recorrido me ha resultado demasiado redundante, muy subrayado, folletinesco, llega un momento en que la historia queda muy clara en su mensaje y aún quedan tres cuartos de hora, y es que su metraje me resulta excesivo para lo que cuentan, es un y más y más; También adolece de actuaciones secundarias que den solidez y empaque.
Me queda un agudo drama, aunque hoy día para mí, sobrevalorado. Gloria Ucrania!!!
Siendo me atractiva la película, le veo defectos, quizás por el paso del tiempo (o simplemente soy yo). Tiene un desarrollo que a veces discurre a trompicones que desconciertan, como el romance que surge al inicio, resulta apresurado todo, sin tiempo para digerir el dramatismo, no hay tiempo, todo muy sintetizado para el poso cuando ya pasamos al siguiente episodio de la triste vida de Oharu. El recorrido me ha resultado demasiado redundante, muy subrayado, folletinesco, llega un momento en que la historia queda muy clara en su mensaje y aún quedan tres cuartos de hora, y es que su metraje me resulta excesivo para lo que cuentan, es un y más y más; También adolece de actuaciones secundarias que den solidez y empaque.
Me queda un agudo drama, aunque hoy día para mí, sobrevalorado. Gloria Ucrania!!!
29 de abril de 2018
29 de abril de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Saikaku ichidai onna” —León de Plata en Venecia— no sólo permitió a Kenji Mizoguchi darse a conocer fuera de su país, sino que abrió la puerta, y de par en par, a que también lo hicieran maestros de la talla de Yasuhiro Ozu y Akira Kurosawa, integrantes con él de una Santísima Trinidad cinematográfica de influencia incalculable.
No creo que suponga incurrir en el determinismo fácil resaltar el peso de su propia peripecia vital en la obra de Mizoguchi —por otra parte, ¿acaso en la de algún artista no lo hay?—. Criado en la contemplación tóxica de los malos tratos sufridos por su madre y su hermana de parte de un “pater familias” amargado por el fracaso —incluso vendió a la segunda como geisha, así las gastaban en el Japón pre-Hiroshima, sin que de ello quepa deducir apología alguna de las bondades de la bomba atómica—, supone una constante en su cine el cariño con que retrata a las mujeres en general y a las prostitutas en particular. La sofocante falta de oportunidades, su (des) consideración como bonitos floreros —y eso en el mejor de los casos—, no eran algo privativo del mundo feudal, pretendidamente extinto, en que se desarrolla esta película. Pervivía, de hecho, bien entrado el siglo XX, cuando fue rodada. Un sometimiento terrible y anacrónico que también había reflejado Ozu en la maravillosa “Banshun” (Primavera tardía, 1949). La dignidad de la concubina Oharu contrasta con la mezquindad de sus sucesivos proxenetas, el primero y mayor de todos ellos, no podía ser de otra manera, su padre. En este melodrama desolador sólo un varón merece la indulgencia de Mizoguchi, precisamente el único que trata a la vapuleada protagonista como a un ser humano: su efímero, malogrado esposo.
De raíz asimismo autobiográfica es el pictoricismo de sus imágenes, hermosísimas sin excepción, pese a la dureza de la historia que cuentan. En efecto, Mizoguchi empezó como cartelista, lo cual redunda en una concepción muy personal del encuadre. Vertebra “Saikaku ichidai onna” una sucesión de planos-secuencia cuyas naturalidad y sencillez se yerguen, sin embargo, sobre una elaborada coreografía actoral donde cada pieza encaja como en un mecanismo de alta precisión. Mizoguchi filma las evoluciones de sus personajes, sus tránsitos de estancia a estancia en esas casas-cajas de muñecas tradicionales e inmemoriales, con amplios, elegantes e indiscutiblemente difíciles movimientos de cámara. En fin, por si no lo sospechaban ya, “Saikaku ichidai onna” constituye —valga el tópico— una lección de cine con mayúsculas.
No creo que suponga incurrir en el determinismo fácil resaltar el peso de su propia peripecia vital en la obra de Mizoguchi —por otra parte, ¿acaso en la de algún artista no lo hay?—. Criado en la contemplación tóxica de los malos tratos sufridos por su madre y su hermana de parte de un “pater familias” amargado por el fracaso —incluso vendió a la segunda como geisha, así las gastaban en el Japón pre-Hiroshima, sin que de ello quepa deducir apología alguna de las bondades de la bomba atómica—, supone una constante en su cine el cariño con que retrata a las mujeres en general y a las prostitutas en particular. La sofocante falta de oportunidades, su (des) consideración como bonitos floreros —y eso en el mejor de los casos—, no eran algo privativo del mundo feudal, pretendidamente extinto, en que se desarrolla esta película. Pervivía, de hecho, bien entrado el siglo XX, cuando fue rodada. Un sometimiento terrible y anacrónico que también había reflejado Ozu en la maravillosa “Banshun” (Primavera tardía, 1949). La dignidad de la concubina Oharu contrasta con la mezquindad de sus sucesivos proxenetas, el primero y mayor de todos ellos, no podía ser de otra manera, su padre. En este melodrama desolador sólo un varón merece la indulgencia de Mizoguchi, precisamente el único que trata a la vapuleada protagonista como a un ser humano: su efímero, malogrado esposo.
De raíz asimismo autobiográfica es el pictoricismo de sus imágenes, hermosísimas sin excepción, pese a la dureza de la historia que cuentan. En efecto, Mizoguchi empezó como cartelista, lo cual redunda en una concepción muy personal del encuadre. Vertebra “Saikaku ichidai onna” una sucesión de planos-secuencia cuyas naturalidad y sencillez se yerguen, sin embargo, sobre una elaborada coreografía actoral donde cada pieza encaja como en un mecanismo de alta precisión. Mizoguchi filma las evoluciones de sus personajes, sus tránsitos de estancia a estancia en esas casas-cajas de muñecas tradicionales e inmemoriales, con amplios, elegantes e indiscutiblemente difíciles movimientos de cámara. En fin, por si no lo sospechaban ya, “Saikaku ichidai onna” constituye —valga el tópico— una lección de cine con mayúsculas.
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