Todavía estoy recuperándome del disgusto que me ha supuesto malgastar 78 minutos de mi vida en semejante bazofia. ¿Acaso estamos ante la peor película de la historia? No lo sé, quizá sí, Desde luego es la peor película que yo he visto jamás, y eso que me he tragado mierdas del tipo de "Woman on top" de Penélope Cruz o "Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera" de Chiquito de la Calzada. Menudo bodrio que ha perpetrado Gabriela Tagliavini. No tiene ni pies ni cabeza, es absurdo el planteamiento, absurdo el argumento, ridícula la construcción de los personajes, interpretaciones dignas de deportaciones a un gulag siberiano... Una película/serie más de esta índole y cancelo mi suscripción de Netflix, palabra. Si de verdad queréis desperdiciar 78 minutos de vuestra vida, empleadlos en mirar a la lavadora en el programa de centrifugado. Os reportará más emociones que esta película.

Esta película se encuentra entre las diez mejores de la historia del cine, de eso no me cabe duda. Por lo tanto, es del todo recomendable.

Si el neorrealismo italiano se caracteriza por abordar situaciones en las que aparecen la miseria, la pobreza, la frustración, la desesperación, la carestía, etc, Vittorio de Sica lo lleva al paroxismo con esta película.

El director italiano se doctora cum laude en un film en el que nos plantea una historia aparentemente sencilla, logrando que desde el inicio el espectador empatice con el protagonista, Antonio (Lamberto Maggiorani). A medida que avanza la película vamos a experimentar una amalgama de sentimientos, que van desde la conmiseración a la ira, pasando por la alegría, el abatimiento, la esperanza, la desilusión y la vergüenza.

De Sica realiza un soberbio análisis de la situación italiana de posguerra, retratando como nadie a la clase proletaria, con sus virtudes y sus defectos, sus anhelos, sus expectativas y la cruda realidad.

Por último, me gustaría destacar que, como era habitual en el neorrealismo italiano, los actores no eran profesionales, lo cuál le otorga un plus de mérito a la película.

Esta película es una de esas que siempre deberían aparecer en listas del tipo "las 100 películas imprescindibles de la historia del cine".

El director aborda magistralmente cómo los niños son los principales perjudicados en los problemas conyugales, y logra reflejar de manera brillante la crueldad del sistema con los niños conflictivos, tratados peor que criminales, en medio de una atmósfera opresiva y desesperanzadora.

Una de las cosas que más me llama la atención, es que Truffaut en ocasiones se refirió a esta película como autobiográfica, pues la vida del protagonista guarda muchos paralelismos con la suya. No en vano, el personaje de Antoine Doinel será su alter ego durante veinte años en multitud de películas, siempre interpretado por Jean-Pierre Léaud.

Si no es el mejor documental de corte antropológico que he visto, poco le faltará. El director realiza un excelente trabajo pedagógico para acercar al espectador occidental la vida de una familia inuit del noreste de Canadá. Hoy en día el documental resulta impactante, así que imaginémonos cómo debió ser para los afortunados que lo disfrutaron en 1922. Muy recomendable.

Con este pequeño documental, Buñuel consigue evidenciar la dejadez institucional que padecía la comarca cacereña de Las Hurdes. Se trata de un lugar recóndito, aislado del mundo y en el que parece que el espectador se adentra en un viaje en el tiempo, a lo más profundo de la Edad Media. Imágenes crudísimas acompañadas de una narración que evidencia el tercermundismo que padecían los hurdeños, hacen de éste documental una pieza imprescindible a nivel antropológico para comprender mejor la situación de partida de algunas zonas rurales de la España profunda.

Es cierto que el documental ofrece una muy mala imagen de España, y que incluso Buñuel pudo manipular algunas escenas en beneficio de realizar un documental más impactante, pero no es menos cierto que con él se pretende denunciar las diferencias existentes entre las regiones más pobres de España respecto a las más prósperas.

En definitiva, imprescindible, pero siempre teniendo en cuenta el contexto en el que fue rodado.