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Críticas de Joseja93
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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
8
20 de julio de 2019
11 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos, o al menos la gran mayoría, hemos visto o sufrido de primera mano la lacra social del bullying, ese eterno problema del que todos nos quejamos y que parece no tener fin pese a tantos intentos. En una sociedad como la actual, donde cada día aparece en escena un nuevo e indignante caso de acoso, el cortometraje Cerdita, de la directora Carlota Pereda, es un potente y contundente grito ahogado que despierta conciencias aún dormidas y que nos recuerda enseñanzas del sangriento karma, como que, tarde o temprano, el odio y la discriminación solo generan más de lo mismo.

Con una ambientación opresiva y en el fondo desagradable, a la que contribuyen de manera decisiva el trato recibido por la protagonista de parte de otros personajes y varios planos cortos centrados en su sufrimiento personal o desde su sometido y ahogado punto de vista, alternados con planos generales o más abiertos en los que la amenaza y el peligro se personifican y hacen presentes, Carlota Pereda construye, a partir de una premisa de denuncia y crítica social, un relato que bien podría tener lugar en cualquier lugar del país en estos momentos. En este corto, que podría referirse a cualquier tipo de discriminación, Pereda centra su crítica exposición en la gordofobia y el acoso sufrido por todas aquellas personas gordas.

Pereda amplifica esa sensación de agobio, de asfixia vital, de realismo y de preocupación empática por el destino del personaje que interpreta Laura Galán localizando la historia en una zona de recreo boscosa, donde una piscina sucia y descuidada, llena de hojas de los árboles, puede ser una trampa mortal; y en una zona abierta, sin posibilidad de escondite, y al tiempo aislada, en la que los espacios transmiten vacíos y soledad, con iluminación natural pero algo oscurecida. En estas condiciones, los arquetipos antagónicos acechan y amenazan continuamente a esta chica con su mera presencia: adolescentes totalmente alienados por las redes sociales, el culto al cuerpo y el consumismo y disfrute a costa de sentirse superior a los demás, hasta el punto de la humillación y del peligro físico y psicológico para la víctima. Una puesta en escena efectiva y contundente por todo lo dicho, para transmitir esa sensación de peligro latente y constante que cualquier niño o adolescente puede sufrir, y que funciona de perfecto altavoz visual para amplificar el mensaje de alerta y denuncia. Catorce minutos de agonía que culminan en un final plenamente climático para la trama y aleccionador para el espectador, el cual admite una lectura clara para quien sepa apreciar la lección del karma en su versión más violenta: el odio solo genera más odio y nadie puede salir nunca bien parado de algo así.

El guion, de parcas pero reveladoras palabras, se centra de la forma explicada en lo visual, limitando los diálogos e interpelaciones a los personajes antagonistas, que se burlan, recrean y regodean en el aspecto y pánico de Sara y generan el conflicto de la historia al amenazar su integridad. Sara, por su parte, escucha atentamente y no dice una sola palabra en todo el metraje. Para contribuir intrínsecamente a la potencia del guion y de su mensaje de denuncia y al sentimiento de empatía hacia Sara, el personaje afectado por el acoso se muestra así, hasta el final, sin líneas de diálogo, para escenificar el miedo incapacitante de cualquier víctima y el hecho de estar expuesto continuamente a sus agresores. Una muestra inequívoca del temor que siente cualquier persona en esas situaciones y que vive experiencias de este tipo, hasta el punto de no atreverse a alzar la voz y con el deseo de que la dejen en paz mediante la sumisión a los matones.

Respecto a las actuaciones, destaca sobre las demás la temerosa y silenciosa interpretación de Laura Galán en la atribulada y atacada piel de Sara, que transmite sin palabras y a través de sus gestos, huidas y miradas el miedo más absoluto ante el bullying. En los demás papeles, se reproducen de manera pedagógica el resto de roles.

Ganador en la pasada edición de los premios Goya en la categoría de Mejor Cortometraje de Ficción, Cerdita parte, merced a la merecida fama adquirida, con relativa ventaja de inicio en las nominaciones en que concurre en estos Premios Fugaz, a saber: Mejor Cortometraje, Dirección, Guion y Actriz para Laura Galán. Muchos reconocimientos recibidos para un corto con alma de película y que debería ser de exposición y enseñanza en todos los institutos de este país. Las causas, efectos y consecuencias del bullying, en este caso por gordofobia pero equiparable a cualquier acoso con independencia del motivo, ya las conocemos. Ahora falta educar más si queremos cambiar algo.

También disponible en: https://www.premiosfugaz.com/ensenanzas-del-sangriento-karma/
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Joseja93
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8
2 de agosto de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una sociedad como la actual en la que vivimos parece que los problemas en el mundo acaban cuando se apaga la televisión, cuando cambiamos de canal o cuando el programa que estamos viendo pasa a tratar un tema diferente. No es algo que nos afecte, algo que veamos día a día más allá de nuestra ciudad, calle o vivienda. En medio de esta indiferencia general y, en consecuencia, política, al no verse como un tema prioritario, la denuncia de unas cifras mortales propias y mayores a las de muchas guerras golpea en la conciencia colectiva cuando uno ve el nuevo cortometraje de Salvador Calvo: Maras.

A través de las desventuras del joven protagonista, vemos la odisea injusta a la que se ve obligado el personaje al que interpreta con temor e incertidumbre Cristian Paredes para tratar de escapar, en este caso de El Salvador, con rumbo a España, donde espera que las maras de su país, las conocidas pandillas juveniles de delincuencia, no puedan obligarle a formar parte de ellas. Una situación idéntica a la de miles de personas en Centroamérica que tratan de dejar atrás estas injusticias con mayor o menor éxito. Esta dicotomía es la que impregna el trasfondo de la trama: ver, oír y callar, o tratar de huir en busca de una vida mejor. Como complemento, se observa la trama secundaria en El Salvador de otros personajes también afectados por estos grupos. Esa separación en otras historias, la cual ralentiza el ritmo y desvía algo la atención, sería uno de los pocos puntos negativos a decir del cortometraje. Aun así, son otros puntos de vista que complementan y enriquecen los efectos negativos de la situación en Centroamérica.

Nominado en 2019 a mejor cortometraje de ficción en los últimos Premios Goya, Maras ha recibido ahora en 2020 cuatro merecidas nominaciones a los Premios Fugaz, a dirección, dirección de producción, dirección de fotografía y maquillaje y peluquería, haciéndose con esta última. Su veterano director, Salvador Calvo, nominado y ampliamente conocido por su labor en series de televisión y ahora en el campo del largometraje por títulos como 1898, los últimos de Filipinas o la reciente Adú, no abandona el trasfondo de belicismo, en este caso social, ni el tono de denuncia y de crítica hacia la actitud de las autoridades españoles en su debut como realizador de cortometrajes. Un inicio en este campo con nota, todo sea dicho, merced sobre todo a un guion lineal, a cargo de Alejandro Hernández, con piezas y personajes que van encajando por sí solos y con los que se favorece la empatía, y a una fotografía en blanco y negro que, además de transmitir elegancia y clasicismo a la narración, recuerda al ambiente urbano y deprimido de la película francesa El odio y al cine clásico de mafias y de gángsters, los cuales esta vez no llevan trajes pero intimidan más si cabe con sus tatuajes y torsos desnudos.

Con un tono adusto, sin grandes estridencias ni efectismos, frío en ese sentido, y realista, parecido al documental pero manteniendo el formato de ficción, Maras es por lo dicho y sin duda alguna uno de los cortometrajes españoles más impactantes de los últimos años, ambientado en una guerra que todos los días se libra sin ejércitos ni cámaras de por medio y que sin problemas podría dar lugar a un largometraje. Una historia cotidiana de las que ocurren a ambos lados del océano y que, por desgracia, no sale en las noticias.

Crítica para los premios Fugaz: https://www.premiosfugaz.com/la-guerra-invisible-de-cada-dia/
Joseja93
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8
20 de julio de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
DETROIT CALLING

Kathryn Bigelow, quien de momento es la única directora en ganar el Oscar a Mejor Dirección, por la cinta bélica En tierra hostil (2008), aspira en esta ocasión a repetir su éxito con la que posiblemente sea su mejor película, junto a la mencionada y La noche más oscura (2012). Para ello, traslada la zona de guerra de Irak en la primera década del presente siglo a la ciudad de Detroit en los disturbios raciales sucedidos en verano de 1967, unos hechos que aún resuenan en la memoria colectiva norteamericana y que, muchas décadas después, continúan reflejándose y repitiéndose en cada desigualdad y altercado racial que salpica el idílico pero más que discutible “sueño americano“.

Si la que apuntaba a ser una de las favoritas para esta temporada de premios ha tenido una mala recepción en los cines norteamericanos es por uno de los puntos fuertes de esta historia: la crudeza y el realismo de unas escenas basada en hechos reales que no solo siguen atormentando a una sociedad que siempre ha presumido de multicultural y de defender los derechos de las minorías, sino que les revelan que dicho objetivo está aún muy lejos de cumplirse, ateniéndonos a la división interna del país en estos últimos años.

Si nos dicen que Detroit está rodada en tiempos recientes, podríamos creérnoslo sin más discusiones. La atmósfera, tan densa e irrespirable hasta el punto de que no puedes apartar la vista de la pantalla, inunda al espectador de impotencia, angustia, rabia y pesimismo, al ver que en cincuenta años nada ha cambiado en la práctica, tampoco en Detroit, una de las ciudades más divididas social y estructuralmente incluso desde mucho antes de aquellos disturbios.

La película, que invita a la reflexión y a remover conciencias, adolece sin embargo de una crítica social más refinada. No pierde más de dos minutos, en la escena inicial del film y a modo de introducción de los créditos, en explicar un contexto meramente descriptivo de la situación social de la ciudad, en la que se vivían fuertes discriminaciones hacia la población negra en materia laboral y social. Posiblemente hubiera sido mejor para el relato incidir más en las causas que provocaron tal aumento de tensión continuo hasta el estallido final.

Desde el comienzo, y a raíz de una redada policial en una fiesta homenaje a dos afroamericanos combatientes de Vietnam, la fuerza visual de las imágenes arrolla al público y revela una encarnizada lucha civil interna en protesta por las condiciones en que vive la población y por la continua represión de las fuerzas de un supuesto orden. La aparentemente excesiva duración del largometraje, casi dos horas y media, se hace hasta corta, y no es obstáculo para entorpecer una historia en la que tienes la sensación de que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento.

Aunque es complicado en una historia de este tipo observar atractivos giros de guión o grandes sorpresas, no son necesarias en este caso, en que Bigelow se revela como una de las mejores narradoras norteamericanas del panorama actual, a pesar de que haya una cierta desigualdad entre las partes de la historia o de que pueda faltar más contextualización. La historia es fragmentada al comienzo, mediante un reparto de actores y personajes coral y arquetípico que terminan cruzando sus caminos interpretando cada uno el papel que el destino y la sociedad les ha impuesto.

Si bien al inicio esa falta de conexión puede lastrar la narración, el fuerte de Detroit se encuentra en su parte intermedia o nudo, con secuencias tan duras que perjudican a su final, cuando ha pasado la tormenta y las consecuencias no transmiten la intensidad o el interés que debieran, con un espectador que termina exhausto a esas alturas. A pesar de una actuación global más o menos solvente, el realismo de la desesperación, del miedo u horror de los personajes, cada uno con sus propias circunstancias, y la fuerza descriptiva del guión se transmiten mejor a través de algunos de los actores, concretamente de los que seguramente sean más conocidos para el gran público.

En concreto, destacan en los papeles más relevantes John Boyega – Finn, de Star Wars -, Hannah Murray – Eli, de Juego de tronos -, Anthony Mackie – Capitán America: El soldado de invierno-, y un excepcional Will Poulter – El renacido -, en un rol de policía corrompido y sobrepasado que ha dado mucho que hablar y que es carne de premios. Otro buen descubrimiento, que ha recibido muy buenas críticas, es el del actor y cantante Algee Smith, antiguo intérprete de Disney Channel.

En el aspecto más técnico, el mareante montaje y los saltos y cambios de cámara de unos personajes a otros pueden distraer la atención pero ayudan a esa identidad propia de la directora, a ese realismo asfixiante y a esa sensación de que cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento. Los efectos especiales contribuyen a la oscuridad de la historia y no sobrepasan a la misma, en una batalla campal continua donde todo el malestar de la gente finalmente se desborda, el caos tiene vida propia, y el silencio precede a la tempestad.

En definitiva, unos hechos propios de lo que podemos ver en un documental que, aunque ficcionalizados, son de imprescindible visionado para comprobar que lo que ocurre en cualquier barrio norteamericano no es algo reciente, que hunde sus raíces en la historia del país, una historia que no interesa entender y que tiene difícil arreglo.

También disponible en: https://creativekatarsis.com/detroit-heridas-america-siguen-abiertas/
Joseja93
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6
16 de julio de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
EL HIJO – UN SMALLVILLE DE MAL ROLLO

En el intervalo de tiempo entre el despido y readmisión de James Gunn por parte de Disney, el cineasta de Misuri tuvo mayor tiempo para volver a los orígenes y desarrollar una idea que le rondaba por la cabeza desde hacía tiempo. Siempre relacionado con las historias alternativas de superhéroes desde aquella prometedora ópera prima relacionada con enfermedades mentales y titulada Super, James Gunn produce, aunque no dirige, esta siniestra y oscura versión del héroe de Krypton, Superman. ¿Qué pasaría si un ser venido de otro planeta no tuviera una naturaleza bondadosa? El resultado de su premisa es El hijo (Brightburn, como título original), una cinta de terror comercial con un trasfondo interesante y los tics y defectos de su género.

El hijo, dirigida por David Yarovesky en prácticamente su primera película relevante como director, plantea que un niño adoptado por unos padres que lo encontraron en el bosque después de haber llegado del espacio, en la ciudad de Brightburn – el equivalente de Smallville -, tiene unos poderes con los que se ve avocado a hacer el mal. El ambiente y la atmósfera generadas por la parcela de producción, a cargo de James Gunn, y desarrolladas por el guion, escrito por Mark y Brian Gunn, recrean un lugar típicamente americano del medio oeste del Dallas actual en el que la tensión y las situaciones siniestras van asfixiando y arrastrando a los personajes.

No obstante, el film tarda en arrancar, puesto que el espectador no termina de sentirse atemorizado e intrigado hasta que ha pasado un rato, siendo algo que además sucede dado el ritmo irregular y con altibajos demasiado pronunciados entre los momentos de transición de la historia y los de acción, los cuales no acaban hasta una parte final de la narración que, contrariamente a lo que pudiera parecer viendo el desarrollo, hace justicia a la premisa inicial del héroe convertido en villano y acaba en pleno clímax, de manera plenamente épica y transformadora.

Lo expuesto se debe también a que la dirección realizada peca de simpleza en los planos, más cercanos y cerrados cuando se acerca el momento del desenlace de la tensión y de los sustos, escasos y previsibles, y para centrar la atención en la sangre y el horror, que si bien no es algo excesivo sí que deja momentos efectistas e impactantes para la retina del espectador, debido a la sangre y brusquedad con que se muestran.

En este sentido, los efectos especiales, de presupuesto ajustado y sin los dispendios a los que acostumbra Gunn como responsable directo de Guardianes de la Galaxia, contribuyen, sin entorpecer ni distraer de la narración, a favorecer el mal rollo y la oscuridad del lugar en que todo acontece, Brightburn, un reverso tenebroso del Smallville de Clark Kent en que todo parece saltar por los aires en cualquier momento sin su soberana protección.

Recreando el asunto de la previsibilidad, lo cierto es que si el guion de El hijo no estuviera desarrollado sobre el enfoque terrorífico de un superhéroe, no dejaría de ser otra película más de ambientación siniestra, algún que otro susto previsible y entretenida a ratos.

Por fortuna, esa es la parte y el aspecto que fascina del film: El hijo ayuda a ensanchar y enriquecer el mito de la diatriba entre héroe y villano y de Superman, de manera más concreta, con el atractivo que genera en cualquier persona el lado oscuro de la vida y de los supuestos buenos de siempre. Por ello, el guion añade un más que interesante valor añadido a una historia que sería convencional de cualquier otra forma y que podría decepcionar a quien busque mucha acción.

El reparto cumple y convence correctamente sin más pretensiones que las de interpretar personajes planos con un arco evolutivo poco pronunciado, especialmente si miramos a los tres roles más llamativos, el del niño con superpoderes y los padres adoptivos. Jackson A. Dunne es el escalofriante y repulsivo Brandon Breyers, un niño adoptado y desconocedor de su pasado hasta que empieza a sentirse víctima de todo lo que le rodea y maltrata.

En contrapunto y tratando de apoyar a su hijo, Elizabeth Banks (saga de Dando la nota) y David Denman resultan ser una pareja de padres con buena química entre ellos y con una más que visible preocupación y consternación por la salud física y mental y el devenir de su primogénito.

Por todo ello, y pese a lo convencional y comercial del resultado, recomendamos El hijo a todos aquellos fans del género de superhéroes que quieran ver una versión diferente del mito de Superman, enfocada a la maldad y al terror, con la cual pasarán un rato entretenido sin más pretensiones que esa. Dicho lo cual, hay que añadir que esta idea podría dar más de sí en el futuro y que recomendamos esperar un poco cuando comiencen los créditos.

También publicada en: https://creativekatarsis.com/el-hijo-2019-el-lado-oscuro-de-un-siniestro-superman/
Joseja93
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8
25 de diciembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los años más recientes, la que está siendo conocida como la edad de oro de las series, es complicado elegir una referente: Breaking Bad, The Wire, Los Soprano, Juego de tronos… Más difícil aún es que una serie, fuera de EE.UU., pueda destacar con esos referentes enfrente y, sobre todo, con menor atención mediática, tanto de público como de premios. Por todo esto, al menos a mí, entiendo -aunque también me extraña un poco- que una serie como Ray Donovan pase tan de puntillas, siendo como es, y salvando las distancias con las demás, uno de los mejores dramas de los últimos años, tan sutil como violento, tan adictivo como absorbente, un híbrido entre un moderno McGyver y problemas familiares y policíacos dignos de Breaking Bad.

Estrenada en 2013 y con siete temporadas a sus espaldas, esta creación del productor Ann Biderman (Southland) arranca con la salida de la cárcel de uno de los dos personajes claves para el éxito y la legión de fans que conocen la serie: Mickey Donovan, interpretado por Jon Voight, quien ha dejado de ser conocido como el padre de Angelina Jolie para volver a tener nombre propio en el mundo audiovisual, totalmente rejuvenecido y recuperado para la labor de actor a partir de este papel, el de un viejo gángster irlandés de Boston, alcohólico, mujeriego e imprevisible para bien y para mal, quien acaba de cumplir una injusta pena de prisión de 20 años y que sale para ver de nuevo a su familia y tratar de ajustar cuentas con su hijo, el otro gran artífice de la calidad del show y protagonista absoluto indiscutible del serial: Ray Donovan, un Liev Schreiber que, aunque encasillado en papeles de tipo duro a raíz de su papel como hermano de Lobezno en X-Men Orígenes, sabe darle al personaje el carisma suficiente para descubrirnos a una especie de mercenario a sueldo del star system de Hollywood y Los Ángeles que, bajo una elegante fachada, esconde un pasado y presente lleno de traumas, problemas familiares, sociales y una obsesión implícita en tenerlo todo bajo control, incluso su familia, en su intención de protegerla. Hay que destacar, además, el sorprendente buen hacer del actor en su descubierta faceta de director, pues firma la realización de algunos de los episodios de la serie.

TODO POR LA FAMILIA SIN LA FAMILIA

Con dilemas morales propios de series tan mitificadas como Los Soprano o la ya mencionada Breaking Bad, Ray Donovan se sustenta y apoya principalmente en sus dos personajes antagónicos, un frío y perfecto Ray y un dicharachero y problemático Mickey, quienes no obstante se rodean de un elenco familiar de secundarios que, en general, cumple y ayuda a desarrollar el turbio y complejo universo de los Donovan, aunque sus subtramas puedan resultar más planas y repetitivas que la historia principal, estructurada con un guion lleno de detalles y giros de guion que harán las delicias de los más puristas.

En ese clan, destacan la esposa de Ray Donovan, Abby (Paula Malcomson), y los hermanos de este, Terry (Eddie Marsan) y Bunchy (Dash Mihok), encargados de un gimnasio de boxeo. La primera intenta cargar con la casa y los dos hijos de la pareja, con problemas de comunicación, mientras los demás tratan de afrontar sus problemas: la soledad y los síntomas del parkinson en el caso de Terry, y en el de Bunchy, las secuelas de abusos sexuales cuando era pequeño a manos de un sacerdote. A ellos se suman los mencionados hijos de Ray (Kerris Dorsey y Devon Bagby) y una serie de familiares y personajes recurrentes que conforman una tensa y lograda atmósfera corrupta, de trapicheos, mediadores, en la que puede pasar cualquier cosa en cualquier momento y donde se paga muy bien a quien es capaz de lavar la imagen de quien lo necesita: millonarios, productores, músicos, actores… De todos ellos, hay que destacar a Hank Azaria, más conocido como la voz de muchos de los personajes de Los Simpson (Moe, Apu, Wiggum…) y recurrente a partir de la segunda temporada, con un Emmy de Mejor Actor invitado a sus espaldas por este papel. Además, actores famosos y consolidados como James Woods o Elliot Gould dan mayor presencia a la serie.

Al igual que los espejos de otras series en las que se mira, el que con su primer capítulo es el mejor estreno de una serie en la historia de la cadena Showtime (responsable de Homeland o Billions, entre otras) comienza despacio en su primera entrega para ir cogiendo velocidad y adrenalina en su segunda y tercera temporada. No obstante, la competencia en la pequeña pantalla y el hecho de que no termine de ser redonda, enfocada como decimos principalmente a raíz de dos personajes, hace que le falte algo, aunque sea poco, para estar en el Olimpo histórico de las series. Aún así, llama la atención su ausencia entre las nominadas habituales a Mejor Drama en premios como los Emmy y los Globos de Oro, galardones a los que sí acuden sus dos actores fetiche: Liev Screiber, como eterno nominado por su protagónico, y Jon Voight, quien sí se pudo llevar a casa el Globo de Oro a Mejor Actor de Reparto en 2013.

Si queréis una serie que os resuelva el aburrimiento, no lo dudéis: llamad a Ray.

Crítica disponible en: https://creativekatarsis.com/ray-donovan-placer-oculto-en-las-sombras/
Joseja93
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