Es una película fuera de lo común donde las haya. El protagonista intenta luchar durante gran parte de la película entre su impulso de vida y su impulso de muerte. Lo terrenal aquí ya carece de interés, y da paso a lo no-terrenal, en este caso, a lo marino. Jean Marc Barr, pedazo de artista, interpreta un personaje que necesita sublimar su amor, su alma y sus deseos más profundos hacia lo más hondo del mar, adentrándose en el infinito de lo desconocido, para sentirse una parte más del Universo.

Historias entrañables en medio del magno paisaje patagónico, que hace a sus personajes aún más mínimos, pero cargados de vitalidad.

Sorprende la genial interpretación de Elijah Wood. Una película que se sale por completo del humor convencional y que, precisamente, pone de manifiesto que, a pesar de las barreras lingüísticas, hay otras mucho más fuertes cuando dos personas de procedencia tan diversa (un americano y un ukraniano) se disponen a emprender algo juntos. Magnífica ridiculización del comportamiento prudencial y de las interpretaciones de doble sentido que los occidentales tenemos ante la vida.

Cuando pensé el ver una película sobre la multiculturalidad datada en 1990 no esperaba encontrarme con algo tan actual. Nos damos cuenta que, por mucho que pasen los años, el problema social sigue vigente como desde el primer día. El sufrimiento del pionero Alou se ha perpetuado en el tiempo.

Si en un principio pensé que sería una más de tantas películas anarcas, me sorprendí al ver lo bien que trata el tema el director. Jo Sol hace malabares entre el protagonista, un señor con escasa cultura al que sólo le importa su reinserción en el sistema, y los okupas, seguramente con mucha más cultura y formación que él, pero que reniegan de ser uno más. Ambas partes defienden bien sus intereses y principios, que quedan reflejados con justicia en el documental.
Sin duda alguna, un documental que no deja a nadie indiferente.