Se entiende lo que ha querido hacer el director Philip Gröning en esta película. Ha querido mostrar el lento proceso que va desde la felicidad en la pareja hasta una situación de maltrato habitual. Se entiende que mostrar escenas muy cotidianas refuerza que el espectador se sobrecoja cuando llega la violencia. Y es cierto que a veces nos quejamos de los directores que matan a sus personajes antes de desarrollarlos, lo que provoca en el espectador una completa falta de empatía.

Pero claro, de ahí a necesitar 175 minutos de metraje para llegar al objetivo que persigue la película, hay un abismo. Son casi tres horas en las que se ha aburrido más de la mitad de la sala y un cuarto de ella ha desfilado hacia la puerta antes del final.

Y es una pena, porque la sobriedad de las interpretaciones, el realismo de las situaciones y la empatía que algunas escenas de la película provocan, acaban dando la sensación de que esta cinta podría haber sido mucho más. Pero el castigo al que se ve sometido el espectador provoca que, de puro agotamiento, muchas de estas sensaciones no lleguen a calar lo que deberían.

Es cierto que debe haber cine no convencional. Es cierto que hay que aplaudir a los directores que se atreven a escapar de lo habitual y viajan a los límites del séptimo arte. El problema es que hay algunos que se acercan tanto a la frontera, que se acaban saliendo. Hay directores que convierten su película en un videoclip musical, en un documental o, como el caso de "Stray Dogs", en un producto más adecuando para una galería de arte.

¿Significa eso que "Stray Dogs" es una mala película? Es que no creo que sea una película para empezar. A fuerza de ser no convencional se ha convertido en otra cosa. Es como decir que un huevo es una castaña "no convencional". Pues eso.

Entonces, ¿merece la pena ver "Stray Dogs"? Pues sí, pero sabiendo lo que se va a ver y que no es una película. En dos horas y media de proyección no hay más de quince escenas, siendo la mayoría planos fijos, los diálogos no deben ocupar más de un folio por las dos caras y una de las escenas (en la que no pasa prácticamente nada y los actores apenas se mueven) dura casi quince minutos.

Y ahora podrás leer críticas que destacan su belleza, lo sobrecogedor de la interpretación del actor fetiche de Ming-Liang y la dureza de las escenas que se pueden ver en pantalla. Pues estoy bastante de acuerdo, pero teniendo en cuenta que no es una película, es más bien una muestra de videoarte que bien podría estar en alguna sala del MOMA.