Haz click aquí para copiar la URL
España España · Villanueva de la Serena (Extremadura)
Críticas de Josey Wales
1 2 >>
Críticas 9
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
1 de marzo de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El lado bueno de las cosas (David O. Russell, 2012) gira en torno a la recurrente idea de las segundas oportunidades en la vida. Personas que por una u otra razón han caído en desgracia y se deciden a arreglar el entuerto con decisión y coraje. El director neoyorkino vuelve a hablar desde los márgenes de la sociedad como ya hiciera en The Fighter (2010), pero esta vez cambiando el drama por la comedia.
La historia narra las andanzas de Pat (Bradley Cooper), un Profesor de Historia recién salido de un psiquiátrico en el que ingresó ocho meses atrás después de apalear al amante de su esposa en un arrebato pasional al encontrarles en la ducha con las manos en la masa. La película retrata el universo psicológico de un ser traumatizado que, con el tiempo, ha convertido la reconquista y restitución de su matrimonio en el único objetivo de su vida. Al poco de emprender su reinserción social - tarea compleja dado el estado anímico del susodicho - conoce, a través de una pareja de amigos, a Tiffany (Jennifer Lawrence), una joven viuda con problemas de autocontrol semejantes a los suyos y que, en cierta manera, le sirve de espejo a pesar de esa negación inicial propia del que cree estar en perfecto estado o necesita creerlo para soportarlo.

Cierto es que esa naturaleza condenatoria con que Russell describe a la sociedad actual nos retrata, y la inclusión de estas vidas "anormales" en un contexto de "normalidad" asumida nos hace partícipes de ese juicio general. El seguimiento exhaustivo de las peripecias y las motivaciones de estos dos seres poco convencionales que se sentencian de manera extrema pero no se permiten juzgarse, que se rechazan artificialmente desde la comprensión más absoluta, que no se atienen a reglas de cortesía elementales sino que las transgreden impulsivamente, provoca en el espectador una violación placentera de sus roídos usos y costumbres, y por tanto, una empatía instantánea con los personajes.

He de reconocer que profesaba una antipatía infundada hacia Bradley Cooper - a veces pasa, sin razón aparente - y no tenía muchas esperanzas en Jennifer Lawrence - el prejuicio otra vez, tan omnipresente como el juicio - pero el trabajo y la química de ambos en pantalla es sencillamente estupendo. La cinta, entre otras virtudes, está genialmente interpretada, no sólo por la pareja protagonista sino por una gama de secundarios de lujo entre los que destaca un Robert De Niro reinventado, en cierto modo, en una etapa de su carrera en la que ya se venía haciendo prácticamente imposible desvincular al personaje particular de cada filme con el personaje cinematográfico del imaginario colectivo. No azuzaré aquí el eterno debate entre la versión original y el doblaje, pero tampoco me haré cargo de los matices que se pierdan por el camino en la versión castellana. Basta con ver el trailer español para darse cuenta de que a Cooper y Lawrence les han amputado gran parte de la gracia y la extravagancia que destilan sus voces originales.
La dirección es acertada y el montaje está muy conseguido, logrando un ritmo que no decae a lo largo de todo el metraje cabalgando sobre un guión ágil que, aunque redundante a ratos, no resulta pesado.

No obstante, no todo es miel sobre hojuelas, claro. En mi opinión la historia flojea en su tramo final, un tanto tópico y previsible, si bien es cierto que en un género tan sobado y dañado en la actualidad como la comedia romántica, los lugares comunes son inevitables y cuando el conjunto lo merece, perfectamente perdonables.
Acusarla de poco realista me parece fuera de lugar. La comedia juega a desfigurar la realidad conscientemente para generar en aquellos pilares dramáticos sobre los que se asienta, una distorsión suficiente como para hacer que el gag funcione. Si alguien quiere realismo que intente imaginar cómo sería destensar esa goma y se encontrará con las tragedias de estos personajes y sus familiares. Si evitamos el recelo que nos despierta generalmente el aplauso de la gran industria y nos centramos exclusivamente en el producto, anularemos gran parte de ese prejuicio que tanto pesa y que tan atinadamente detona David O. Russell en esta cinta.

Si andas buscando un viaje de infelicidad y pérdida probablemente ésta no sea tu película. Si lo que te apetece es una comedia ligera, bien hecha y alejada de los derroteros de trivialidad y estupidez que ha tomado el género en los últimos años, siéntate y disfruta.

Sus defectos no pueden competir contra una absurda cena de cereales y té.
Josey Wales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
10
16 de febrero de 2013
23 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobre los lentos y complejos engranajes que mueven la Historia-con-mayúsculas, allá en su superficie, ajenos a lo que por debajo se cocina a fuego lento, se mueven las pequeñas historias de aquellos individuos que quedan relegados al olvido en su insignificancia, pero que ostentan el protagonismo absoluto de lo que pudiera considerarse vida-como-tal - en su sentido más primitivo - a lo largo y ancho de los tiempos. Sus miserias no ocupan las grandes páginas, sus sufrimientos terminan siendo postergados y raramente son apreciados más allá del arquetipo colectivo, a pesar de estar condenados a vivir en un presente eterno que alimenta las vidas de sus dueños mientras las suyas son dilapidadas. Esa injusticia histórica que tan certeramente se nos dibuja en Los santos inocentes (Mario Camus, 1984) no tiene más de 50 años de edad, y conviene mantenerla viva en un país que todavía hoy arrastra las hondas consecuencias de aquellas inalterables estructuras de poder.

La cinta, basada en la novela homónima del escritor vallisoletano Miguel Delibes, narra la historia de una familia de siervos rurales en la Extremadura de los años 60, y su relación con aquellos grandes terratenientes emblema del régimen franquista en la España más rústica. Delibes, y por ende Camus, sitúan la acción en una época de transición en la que las ciudades comenzaban a despegar lentamente mientras el campo seguía anclado en relaciones de servilismo propias de otras centurias.
Al contrario que Delibes, Camus traslada la acción presente a los años 70 y narra los acontecimientos del libro a modo de flashback - con un elegante y moderado uso de la elipsis - introduciendo así un componente evolutivo en la historia que nos permite liberar a los hechos del paréntesis en que se enmarcan y apreciar el desarrollo de ciertos personajes registrando sus motivaciones y el resultado de las mismas.

De este modo observamos como esa sumisión lastimera de la Régula y Paco "el Bajo" - de carácter estoico en ella, más entusiasta en él - permanece inmutable con el paso del tiempo, mientras que la mansedumbre de nascencia de los hijos - la Nieves y el Quirce - da paso a un sigiloso rechazo del viejo armazón social y a una huida llena de dignidad en busca de mejor suerte. Detalle éste que ofrece una mirada más esperanzadora que la del libro, en el que los vástagos son devorados por una rigidez jerárquica de la que son incapaces de desprenderse. Los espeluznantes alaridos de la Niña Chica - la hija menor enferma de la familia - parecen concentrar los gritos silenciosos de todos los que la rodean.
La aristocracia franquista - representada en la figura del Señorito Iván y la Señora Marquesa - se nos muestra sin ambages, implacable y distante, orgullosa y cruel, convencida del derecho a poseer lo divino y lo humano, haciendo gala al mismo tiempo de esa caridad condescendiente sobre los desheredados que alimentaba en éstos aquellas tristes actitudes de gratitud.
Fuera de la foto estamental, corriendo emancipado por el monte, persiguiendo milanas se encuentra Azarías, el hermano de la Régula. Un ser inocente y bondadoso, retrasado en sus capacidades, que se orina en las manos pa' que no s'agrieten y hace de vientre donde le pilla el apuro. El libérrimo personaje, magistralmente compuesto por un Paco Rabal en estado de gracia, es el reflejo cristalino de la naturaleza en estado puro. Enamorado de los pájaros y de la Niña Chica, representa aquello que no puede ser sometido por ninguna regla más allá de las que le dicta su primitivo y poético sentido natural de la justicia.

La sordidez de la maravillosa fotografía de Hans Burmann y la desgarradora música de García Abril - con los que el director ya trabajó en la fantástica adaptación de La colmena (Camus, 1982) - complementan la dirección de Mario Camus en esta obra indispensable que cosechó merecidos elogios y reconocimientos allá por donde pasó, y que le valió a su autor la Mención Especial del Jurado en el Festival de Cannes de 1984, así como la Mejor Interpretación Masculina ex aequo para Alfredo Landa y Paco Rabal.
Cuenta la leyenda que en su presentación en Cannes, el público rompió en aplausos con su desenlace final, bendiciendo incondicionalmente al Azarías y condenando a muerte, con simbólico merecimiento, a una de las páginas más negras de nuestra historia reciente.

"¡Quiá! ¡Quiá! Yo...no quiero...que la milana me se vaya."

Ni nosotros que se la olvide.
Josey Wales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
5
6 de febrero de 2013
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El problema del biopic es que, casi por definición, aspira a contar la historia definitiva de un individuo, y corre el riesgo de pecar de un excesivo distanciamiento con ese personaje público que pertenece al imaginario colectivo, en pos de una mayor aproximación hacia su ámbito privado, y generalmente, más desonocido. También ocurre, al contrario, que el mero reflejo de la leyenda termina pareciendo insustancial, aunque es cierto que otras muchas veces funciona. Dar con la tecla en este género es bastante complicado. A Gervasi no se le puede negar el modesto intento de mantener la armonía entre dichos espacios. Es comprensible querer mostrar a una figura de semejante magnitud valorando en su justa medida ambas esferas. Otra cosa es que se consiga.

Esa obsesión por el equilibrio puede observarse en diferentes películas con distinto resultado. Por nombrar dos ejemplos opuestos, el Lincoln de Spielberg - aunque definitivamente con unas pretensiones absolutas de las que Hitchcock carece - aborda la vertiente familiar del "gran hombre" y su proyección pública, quedando ambas incompletas - la primera por superficial y la segunda por santurrona - y resultando, en conjunto, trivial por su simplismo. Cabría nombrar como antítesis la fantástica aproximación a la figura de Charlie Parker que se nos ofrece en Bird (Clint Eastwood, 1988), donde el director californiano se adentra con minuciosidad dentro del infierno existencial de la persona sin dejar de mostrarnos al músico en toda su grandeza. En Hitchcock nos encontramos, al mismo tiempo, con una mirada de respeto hacia el personaje y cierta falta de coraje a la hora de lanzarse al vacío con el retrato puramente humano.

La consabida fama de Alfred Hitchcock, su tiranía en el set de rodaje y su inconfundible fanfarronería y arrogancia funcionan bien en el arranque del filme, incluso parece aguantar el tipo cuando comienza a alternarse con esa otra visión más íntima. Sin embargo, llega un momento en el que van desapareciendo los alicientes y la historia parece dilatarse a base de estímulos insulsos y un tanto inocentes.
La cinta logra una atractiva comunión con el público precisamente en su vertiente, a priori, menos sustanciosa o más manida - el Hitchcock cineasta y el rodaje de la archiconocida Psicosis - y naufraga en su intento de mostrar la cara más personal del genio británico. En consecuencia, y a pesar de ser un entretenimiento simpático, Hitchcock sabe a poco por los tropiezos que se generan en la exposición del terreno afectivo, a ratos fundamental para un mero tratamiento superficial y a ratos intrascendente para concederle tanta importancia en la trama.
El filme tiene un tono muy del Hitchcock de aquella última época, mantiene esa atmósfera descafeinada de película de sobremesa y logra meterte con acierto en el mundo que rodea al genio inglés en esa etapa.

Sobra decir que la gran interpretación de Anthony Hopkins es inapreciable en su versión doblada, pues el 80% de su trabajo se sostiene en la imitación del inconfundible acento del director londinense. De su apariencia ya se encarga esa esperpéntica transformación que funciona sólo de perfil y que fracasa estrepitosamente en sus esfuerzos por hacer desaparecer la insondable mirada del actor galés. A todo se acostumbra uno, pero la sensación de que el orondo realizador se ha tragado a Hopkins dejando como única prueba sus dos faros delanteros nunca desaparece. Helen Mirren - que vuelve a estar fantástica - no es Alma Reville pero uno se habitúa a verla a ella, eso lo aceptamos. La exuberante Scarlett Johansson no puede ofrecer la sencillez de Janet Leigh aunque se esfuerce, pero se consiente. Es parte del truco del celuloide y lo sabemos. No todo van a ser Gandhis y Benkingsleys.

En definitiva, Hitchcock no es el relato con mayúsculas que los incondicionales podrían estar esperando, pero es un relato microhistórico rodado con cierta admiración y acertadamente sonorizado por Danny Elfman, donde hallaremos refugio en aquel descomunal director que ya conocíamos y un desamparo desconcertante en ese Alfred Joseph Hitchcock que nos es más extraño.
Josey Wales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
9
29 de enero de 2013
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor, como la mayoría de los conceptos elevados no tiene una definición concreta y, caso de haberla, con seguridad no se acerca lo más mínimo a una descripción real de lo que supone. No puede encerrarse su significado entre palabras, porque la palabra no alcanza para tanto y ello implicaría condenar a prisión lo extraordinario sólo porque tenemos la irremediable necesidad de dar una respuesta particular a todo aquello que se nos escapa, por incompleta que ésta sea. Si aceptamos el hecho como tal, nos queda la posibilidad - más que digna, por honesta y humilde - de evocarlo a través del arte. Evocarlo, no capturarlo. Todo intento más allá de este supuesto resulta a menudo arrogante y pretencioso.
"Amor" (Michael Haneke, 2012) es un ejemplo de virtud en este sentido, pues abandona conscientemente ese propósito sugiriendo itinerarios alternativos para despertar la sensibilidad del espectador, renunciando a los atajos que la herramienta cinematográfica nos brinda, tan manidos a lo largo del tiempo que devienen en ineficaces para una propuesta realista.

"Amor" es el relato de una pareja de ancianos, Anne y Georges, antiguos profesores de música que ven cómo su mundo se da la vuelta - en el ocaso de una feliz vida común - a causa de la enfermedad y el sufrimiento. Magistralmente interpretada por dos actores descomunales - Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva - la cinta bucea en las profundidades morales del afecto, la dignidad, la compasión y la muerte. Nos enfrenta a preguntas esenciales sobre el valor de la identidad, su fragilidad y su pérdida. Ella está adorable y desgarradora, pero él soporta todo el peso del drama en un papel quizá de menor lucimiento pero más complejo si cabe, repleto de matices.
Haneke opta por distanciar la cámara de la historia, arrancar la predilección del drama por el primer plano. Testimonia pero no acentúa. De hecho, la sobriedad en la dirección permite eliminar intermediarios entre el espectador y la historia. Al modo clásico, Haneke apenas mueve la cámara cimentando el grueso de la narración en una fabulosa caligrafía de encuadres fijos. Asimismo, el director austríaco mantiene - como siempre - ese respeto por su público y sus personajes, dejando libertad de juicio al que mira. El director vuelve a atraparte en lo sensitivo y a liberarte en lo intelectual, logrando esa especie de esclavitud sin grilletes que define su relación con el auditorio.

"El cine más interesante de hoy día viene del tercer mundo, porque esa gente tiene algo por lo que luchar. Nosotros no hacemos más que describir permanentemente el asco que sentimos de nosotros mismos" - M. Haneke -

La filmografía de este autor imprescindible parece huir vigorosamente de esa afirmación proponiéndonos aceptar el drama como algo inexorablemente humano, como un patrimonio despreciado que obviamos por doloroso. Rechaza la mirada amable y somnífera que satisface a la audiencia ante el espejo. Haneke tiene la intención de recuperar ese territorio que hemos condenado al ostracismo y reivindicarlo como nuestro. Es su cine, en consecuencia, un canto a un humanismo visceral del que "Amor" es probablemente su máximo exponente.
Es, en opinión de un servidor, el único autor que nos conecta con ese vacío que nos pertenece y nos da forma, y del que apenas llegamos a intuir su inmensidad. Por eso su obra nos resulta tan turbadora.

"Creer que un cielo en un infierno cabe...esto es Haneke, quien lo probó lo sabe."
Josey Wales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
17 de enero de 2013
64 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tratemos de abstraernos por momentos de toda la vorágine de datos, rumores, sospechas, medias verdades, informaciones oficiales, conspiraciones, odios y demás asuntos relacionados con los atentados del 11 de septiembre de 2001, la posterior guerra contra el terror y la figura de Osama Bin Laden. Intentemos desterrar por espacio de 160 minutos los prejuicios que todos tenemos al respecto y tratemos de ofrecer a la película en cuestión una mirada libre de recelo. Tampoco se trata de apelar a la ausencia de sentido crítico, simplemente démonos la oportunidad de ver qué es lo que se nos propone en pantalla.

Lo que La noche más oscura (Kathryn Bigelow, 2012) nos ofrece es la posibilidad de atisbar, a grandes rasgos, un esbozo realista - no necesariamente real - de la política internacional americana en torno a la caza de ese fantasma difuso del que conocemos tanto y tan poco. Si algo no es esta cinta es un cuento complaciente, simplista y patriotero sobre el asunto. Bigelow no se adentra en suspicacias, no recorre vacíos, ni hace preguntas grandilocuentes. Articula la narración - con un marcado estilo documental - en torno al material del que dispone. No cuestiona pero tampoco asevera. No tiene pretensión de verdad absoluta ni aspira a dar carpetazo al episodio. La cinta es, sobre todo, la representación de una obsesión nacional - y lo que ello ha supuesto durante una década - en lugar de un mero relato oficializante.
No en vano, la película ya estaba concebida antes de la muerte del líder de Al Qaeda como la historia de la búsqueda infructuosa de un espectro escurridizo y de los métodos empleados para lograrlo. El posterior acontecimiento obligó a modificar parte de la trama, pero la película es por encima de todo, proceso y consecuencias.

La historia se construye alrededor de la figura de Maya - maravillosa Jessica Chastain - una agente de la CIA perteneciente a la nueva camada de cachorros reclutados por la Agencia directamente de la Universidad y adiestrados exclusivamente para la lucha antiterrorista. Su soledad y aridez original se va diluyendo con el paso de los años, y su búsqueda inicial se va convirtiendo cada vez más en una empresa personal - alentada por el recuerdo de los compañeros que se quedaron en el camino - que tiene que ser concluida para poder seguir adelante. La de Maya es otra de las jóvenes vidas - como la de tantos marines, civiles de toda índole, supuestos terroristas, etc. - que la absurda persecución se ha llevado por delante.
En La noche más oscura no vemos superagentes de incógnito capaces de matar a diez "malos malísimos" mientras hacen piruetas por los tejados, no vemos inteligencia sobrenatural cuasiadivinatoria, no vemos - en definitiva - idealización. Por contra podemos hacernos una idea de cómo funcionan los servicios de inteligencia, qué métodos utilizan, cómo buscan los puntos muertos del sistema y cómo se sirven de la tortura física y psicológica a la hora de lograr sus objetivos. La cinta deja bien claro que la tortura no es una excepción lamentable sino una norma aceptada, y por si esto fuera poco incriminatorio, la directora californiana le reserva un fantástico contraplano al presidente Obama - Nobel de la Paz, dicho sea de paso - en el que éste se afana por desmentir este tipo de prácticas. Se hacen referencias explícitas a Abu Ghraib, Guantánamo y al asunto de las Armas de Destrucción Masiva en Irak.

También tiene sus "peros", pues se hace difícil sortear ciertos clichés sobre el mundo musulmán, no tirar de mezquita y llamada a la oración, si bien no hay abuso y el resultado no es zahiriente. Cierto que no se muestra la motivación del islamismo radical, no se ahonda en las causas que lo generan, es una mirada occidental que no se esconde. Pone de manifiesto de manera estupenda la situación americana en términos geopolíticos y su condición viral en contextos ajenos que lo rechazan. La película huye constantemente de interpretaciones maniqueas, centrándose en los tonos grises, lo cual es de agradecer especialmente en géneros como éste. Bigelow esquiva con resultado sobresaliente el handicap de una muerte anunciada, a través de una magnífica puesta en escena y un excelente sentido del ritmo. La última media hora representa el asalto a la guarida del lobo con todo lujo de detalles, sin exaltación, sin florituras, manteniendo magistralmente la tensión, sin subrayados musicales y sin muestras de artificiosidad. Ni siquiera vemos la cara del gran hombre - como de hecho así ha ocurrido -, a penas unos cuantos fotogramas difuminados. El último plano de la película es antes percepción que discurso, juega más con la atmósfera de una época que con la verdad. Exalta el valor de la pregunta, renegando de la respuesta. Es un silencio a gritos.

Personalmente me niego a caer en la trampa de negar a Bin Laden tres veces y perderme en elucubraciones sobre su identidad y su rol en el tablero, pues la obsesión con el monstruo nos distrae de la apreciación sobre la implacable realidad que subyace, de sus consecuencias, de sus víctimas y de sus verdugos. Mientras ponemos el foco en el demonio, aquí abajo siguen ocurriendo cosas reales.
Josey Wales
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
1 2 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow