El árbol de la vida en ciencia, filosofía y religión es un símbolo de la metáfora de la vida en la Tierra a través de sus muchas ramas que crecen y de las que brotan otras nuevas. Alude a que todos descendemos del mismo tronco común. Que en esencia todos somos lo mismo.

Tras una vestimenta rompedora, nos encontramos un mensaje convencional, y que no profundiza en su planteamiento. Se trata de cine de autor y personalista, que nos muestra la mirada del director sobre lo divino, la vida y la muerte. Malick nos enseña su punto de vista cristiano y falla al no conseguir transmitir más que la belleza de las cuidadas imágenes con las que nos deleita.

El punto de partida es la pérdida, la muerte, que como seguro nos ha pasado a todos, nos lleva a plantearnos preguntas existencialistas.

Parece querer decirnos de donde venimos, a través de un sorpresivo corto insertado con alfileres y de hermosa factura sobre la evolución. Buena parte del catolicismo reconoce las teorías Darwinianas como lo hizo Juan Pablo II que afirmaba que el Génesis es solo una metáfora. Esa postura progresista y, al a vez religiosa, la hace suya el director, y se recrea en ella en un goce visual de duración excesiva.

El nudo nos muestra las difíciles relaciones de una familia en los años 50. Esta parte gira sobre la constante incomprensión entre un frustrado padre y sus hijos. A su lado, la madre, aparece como un ángel lleno de pureza. El padre eligió el camino de la naturaleza, enseñando a sus hijos la competitividad y los instintos. La mujer elige el camino de lo divino, del amor como base para que la vida no pase como un destello. Los hijos también se encuentran en esa disyuntiva, aunque el mayor pelea contra su naturaleza idéntica a la de su padre.

Por fin, traspasar el umbral de la muerte, nos lleva al reencuentro, al alivio, al gozo, a la reconciliación.

Simplificando nos dice que en vida mejor seguir el camino de la divinidad. Nos frustaremos menos, no caeremos en la codicia y seremos más felices. Y que cuando la muerte llegue la abracemos con gozo pues nos reencontraremos con nuestros seres queridos. Todo tiene un inicio y un fin incluso nuestra casa, La Tierra, morirá algún día.

Nada nuevo bajo el sol. Las incógnitas existencialistas que parece proponer la película, son resueltas desde un punto de vista religioso y convencional. Ese camino único de un autor que parece sentirse clarividente, hace del film algo fallido, a veces rozando lo ridículo.

Ahora bien, esa fotografía, y esa orgía visual merece el mayor premio que haya en ese campo.

Entretenido aunque un poco decepcionante cuento para quinceañeros, en el que el protagonista, un Ken niño-rico corre en busca de su Barbie en su nuevo descapotable que le regaló un padre al que no soporta, por una carretera que no existe.

Ken no encuentra su camino en la vida, y buena parte de culpa la tiene papá por comprarle el BMW de color rojo y no azul, su color favorito.

Tiene varios cameos a lo Torrente, momentos para sonreir, pero se trata de un film ambicioso por su mensaje, que no consigue su cometido, y que se queda a medio camino por su superficialidad.

Solo un punto de originalidad, salva el resultado final, de una película en que la Barbie es tan creída que se pone a hablar chabacanamente con todos los tíos para saber si merecen la pena. Un film en que un padre es demonizado por querer lo mejor para su hijo, o que el protagonista que en otros lares sería un cabronazo con las mujeres por su infidelidad, aquí es solo un chico buscando su sitio por la Interstat 60 en un descapotable rojo.

Pobre Ken.

La historia toma como punto de partida el poco creíble hecho de que un entrenador sin referencias conocidas y venido del otro lado del charco, toma las riendas de un equipo de la división de élite del baloncesto español.

El ritmo, lento y cansino, se salva cuando enfocamos este film como documento cuasi-histórico del baloncesto de la época. Jimmy Wright, jugador real y emblemático del Breogán de Lugo del momento se permite un papel pequeño, pero de significado especial.

Para los gallegos, y en especial para los lucenses como yo, el visionado es muy recomendable y su visionado no estará probablemente exento de cierta sensación nostálgica, en especial en las imágenes en que se aprecia el Gran Teatro, en todo su esplendor, ya derruido en la actualidad víctima de la época de la especulación inmobliaria.

El punto de partida original y la propuesta, interesante y atractiva, se va desinflando, no ya por los buenas actuaciones del solvente Luis Tosar o el secundario Luis Zahera, sino por inconsistencias de guión.

Las negociaciones cara a cara poco creíbles, una amistad demasiado rápida entre Malamadre y el protagonista, entre otros detalles van llevando al traste el buen hacer de sus actores.

Además un desafortunado giro argumental demasiado cogido por pinzas, hace navegar al film del thriller al drama cayendo en la incoherencia y en la decepción y naufragando finalmente.

Quedan ahí de todas maneras retazos de buen cine, del que atrapa y del que hace ir a las salas a sumergirse en otras historias,..., en la que un funcionario de prisiones tiene un complicado primer día de trabajo.

Magnífico y prometedor inicio, prácticamente hasta que se cumplen los tres primeros cuartos de hora de film. Casi un escalofrío te recorre la espina dorsal ante el reencuentro entre la protagonista y "su hijo".

Luego poco a poco el guión se deshincha, la cadencia de la película se ralentiza, y nos embarga cierta sensación a ya visto, a un pobre alegato anticorrupción, casi, casi de drama de sobremesa. Solo la calidad de su director logra salvar esta segunda parte.

Angelina Jolie no me ha gustado. Este podría haber sido el papel de su vida, y se ha quedado con las ganas. A menudo sus expresiones faciales no encajan con lo que está sucediendo por lo que la credibilidad disminuye.

Eastwood continua en plena forma como demuestra una y otra vez en sus últimos films. Sin embargo esta vez no me llega con su desarrollo, si bien todo es perdonable a este gran genio del cine.