En 1961, Piero Manzoni revolucionó el arte vendiendo latas que contenían 30 gramos de sus propios excrementos al precio equivalente de su peso en oro.

Hay quien dirá: ¡Pero si es un montón de m…!.Y otros encontrarán la sutil ironía del artista, maravillándose de su genialidad y aplaudiendo su valor para enfrentar los convencionalismos del arte. De hecho se vendieron muy bien dichas obras.

Yo me incluyo entre los primeros, creo que el autor pretendía reírse de quienes deseaban formar parte de un club selecto, de aquellos que por miedo a pertenecer a una masa mediocre no eran capaces de reconocer algo muy simple, lo que estaban viendo ante sus narices no era sino excrementos enlatados.

Pues bien, una película que dura dos horas y en la que no ocurre ABSOLUTAMENTE NADA, es una mala película. Y maravillarse del silencio interminable, de su no-argumento, de sus personajes mutilados que en nada se parecen a la novela de Cervantes más que en el nombre… es no querer ver la lata con heces que tenemos delante.

Blanco y Negro son dos niños huérfanos que sobreviven por su cuenta en las calles del Distrito del Tesoro, rodeados por una inmensa ciudad en expansión. El primero tiene 11 años pero se comporta como si tuviera 3, rebosa ingenuidad y es tremendamente intuitivo, actúa como contrapunto de Negro que no distingue entre el bien y el mal, está lleno de rabia y sólo sabe con certeza que quiere a Blanco y lo protegerá por siempre.

La película aborda la dualidad del ser humano, no hay malos totales ni buenos del todo, los que parece asesinos sin escrúpulos lloran desconsolados tras la muerte de alguien querido y aquellos que llevan toda la vida robando y extorsionando a los vecinos de su barrio, tratan de protegerlos cuando se avecina una amenaza que cambiará sus vidas.



Por descontado decir que la animación es brutal y los diálogos constituyen otro de los grandes atractivos de este film.