Hay que ser muy, muy grande para realizar un trabajo tan desternillante como absurdo y ser también de los más recordados por una serie de televisión. Pero, ¿Qué esperas encontrar de la mano de los geniales Monty Pythons?. Si sólo la cabecera de la serie merece la pena como para recordarla y practicamente venerarla por los siglos de los siglos, Amén...
Los saltos de escenas, sus enlaces totalmente estrambóticos y, Raro en ellos, absurdos, junto a unas interpretaciones de locura, sobre todo de John Cleese y Michael Palin, hace de esta serie un hito en televisión, no solo en Reino Unido, sino para todo el mundo.
No hace falta escucharlo, solo viéndolo, uno puede acabar por los suelos con lágrimas en los ojos.Totalmente Desternillante. Todos ellos, Michael Palin, Eric Idle, Terry Gilliam, Terry Jones, John Cleese y el fallecido Graham Chapman, merecen estar siempre en nuestra mente para alegrarnos la vida a base de carcajadas por lo absurdo. Hay que tomarse la vida un poco más "MONTIPYTONIANA". Todo se ve mucho mejor.

MaCaCo

He de confesarlo: no me lo esperaba. Sin ver la película, mi primera reacción al saber que "el culebra" y "el cabesa" saltaban al largometraje fue de excepticismo. Pensaba que sería el intento frustrado de alargar una serie de vídeos con bastante éxito y, por ello, dicho éxito moriría de tanto explotarlo.
Aún así, quería ver la película, sentía curiosidad. Además, prácticamente los había seguido desde sus inicios, y consideraba que sería un buen colofón hacerles una visita en la gran pantalla, como despedida y agradecimiento de los buenos ratos que me hicieron pasar con sus vídeos. Sí, me considero fan de este par de artistas.

Sin embargo, no me lo esperaba. No me esperaba que la que presuponía que iba a ser una "españolada" más, una comedia patria de las que avergüenzan (como nos lleva acostumbrando nuestro cine), fuese un constante ejercicio cómico, con un ritmo que no decae, nada trivial, sin argumentos de relleno y una calidad excepcional a la hora de desarrollar la trama. Y no necesité más que los diez primeros minutos de metraje para darme cuanta de mi equivocación.

Nunca cansa; no sobra ni un plano, ni tampoco una coma del guión, que se nos antoja hilarante sin ser pesado, escatológico o absurdo, humor de comedia fina, de mandíbula dolorida en los créditos finales. Personalmente, no me reía así en el cine desde hace años, el mismo tiempo que llevaba sin escuchar una ovación al final de una proyección. Cierto es que verla en Sevilla puede influir, pero no resta su ambición por romper moldes y no anclarse en los estereotipos idiosincráticos de esta ciudad. Digamos que no deja títere con cabeza, ni para Sevilla ni para el resto de España.

Su calidad viene avalada por sus referencias, pues el filme emana inspiración del Berlanga ácido y crítico con la sociedad española en "Plácido", del Lumet de "Tarde de perros", de conversaciones tarantinescas, de "La estanquera de Vallecas" y esa "consiensia sosiá", en palabras de "El cabesa", propias de los filmes neorrealistas y sus denuncia a las injusticias que nos vemos obligados a tragar día tras día.

A la población andaluza, en particular, y a la española le resultará divertido ver cómo los acontecimientos que se van desarrollando en el interior de la sucursal, aunque rayen lo absurdo, les puedan incluso ser familiares, como una anécdota desquiciada pero que puede ser cierta. Esa es quizá la clave de su éxito: saber desenvolver (y de qué manera) una serie de sucesos dentro de la propia ficción del guión sin despegar el pié de la realidad, haciendo que todo pueda ser tremendamente cotidiano.


DAVID RODFEL

Resulta paradójico que un film de características bélicas (pues ya solo el nombre o portada te hace sospecharlo), sea un gran estandarte para alzar y elevar a la victoria la paz o el antibelicismo. Gran exponente de las ya centenares de películas ambientadas en la segunda guerra mundial, pero que sobresale para concienciar y evitar otra guerra capaz de crear el argumento de otras centenares de películas más. Todos deberíamos reflexionar sobre lo que el largometraje propone en varios diálogos mentales.
Solo el hecho de que actores con tal renombre como George Clooney o John Travolta estén en pantalla lo justo y necesario como para dejar constancia de ello, sin ningún afán de protagonismo y simplemente, aunque resulte redundante, actuando puede significar que Terrence ha planteado bastante bien la película. No es necesario hacer uso de actrices o actores famosos para un buen trabajo. Cuenta más el mensaje transmitido, sobre todo en este film.
PAZ Y DESPUES GLORIA.

MaCaCo

Germain, profesor de literatura de instituto, hastiado de corregir redacciones banales de sus alumnos, descubre en una de ellas y en su autor Claude, "el chico de la última fila", una vía de sublimar su frustración literaria a través del relato voyerista sobre su compañero de clase Rapha, su famlia y, sobre todo, su casa.

Claude, que muestra un descaro narrativo comparable al Humbert Humbert de "Lolita", entrega sus redacciones con un misterioso "continuará", como capítulos de su obra. Alentado por la posibilidad de ser el maestro literario (aunque rehúse usar ese término) de su alumno, Germain (y colateralmente su mujer) se adentrará en la urdimbre que Claude teje con sus narraciones, y que paulatinamente se vuelve más difícil de distinguir entre realidad o ficción.

Así podríamos presentar la genial trama que ha plasmado François Ozon en esta interesante historia, adaptada de una obra teatral de Juan Mayorga, "El chico de la última fila", con la que el director francés ha ganado la Concha de Oro a la mejor película y Premio del Jurado al mejor guion en el Festival de San Sebastián 2012. Es su origen teatral quizá lo que propicia esa puesta en escena tan directa y rápida, que te sumerge en la acción como observador directo a quien se le despliegan los acontecimientos, como asomándonos a un escenario.

Se alimenta fuertemente el filme de la crítica sempiterna de los intelectuales hacia la clase media, a su vacía vida que carece de sentido más allá del entretenimiento de masas y las superficiales relaciones que conforman el día a día. Así lo refleja Germain (escritor) y su mujer Jeanne (galerista de arte moderno) al supervisar desde la distancia superior que proporciona su posición claramente intelectualista el relato sobre la vida de la familia de Rapha que Claude les va entregando casi por fascículos.
Pero no son conscientes que están cayendo en la trampa que el propio Claude maquina de manera involuntaria, y que se condesa en simple final (la parte más floja de la historia).

Todos los personajes a los que Claude cala hondo comparten algo: esa opresión sentimental ante la derrota de sus sueños inconfesables, frustración que se ve disuelta gracias a la intrusión de Claude en sus vidas, para bien o para mal para ellos. Y es que esa frustración no entiende de clase, de estudios, de posiciones sociales, pues en el fondo todos son educados con la esperanza de que sus vidas despuntarán en un futuro triunfador, y se ven golpeados por la mediocridad cotidiana a la que se ven atados.

No nos damos cuenta, pero conforme la trama se desenreda nos vamos pareciendo cada vez más a Germain, queremos leer más redacciones de Claude, cueste lo que cueste, y finalmente perdemos todo por arriesgarnos. Pero no se asusten, asómense a la casa y déjense llevar por el encanto y olor inconfundible de la clase media. No se arrepentirán.

Aunque pueda parecerlo, el film de Tarantino no es una revisión del género Western (como sí hicieron los hermanos Coen con "True Gift" en 2010). Por ello, antes de tratarla, es inevitable recalcar que, en todo caso, "Django Unchained" estaría dentro de un (podríamos considerarlo ya) subgénero "tarantinesco", o de "cine de Goodfellas": diálogos irreverentes y ácidos hasta abrasar, tramas hilarantes, personajes caricatos y carismáticos, y una violencia explícita que salpica la pantalla. Teniendo todo esto en cuenta, hago alusión al primer diálogo de la película, en el que un paleto traficante de esclavos lanza una pregunta hacia la oscuridad, hacia el propio espectador incluso, advirtiendo que se mantenga en sus asuntos o se prepare para recibir un balazo. Si continúas, te vas a manchar.

Dicho esto, el film se despliega como un puño que salta al girar la manivela de una caja de sorpresa, y asistimos al espectáculo del Coronel Schultz o el Doctor Landa (tanto monta, monta tanto), ese personaje que ha encumbrado a Christoph Waltz y con el que ha ganado dos Oscar bien merecidos. Es sublime la ironía del personaje interpretado por Waltz, que en ningún momento de la película flojea, y no es que haga sombra al insulso protagonista ("Cara-palo" Foxx), sino que se lo merienda con una naturalidad insultante.
Es más, el Django que es desencadenado y, en teoría, debe ser un volcán, es soso hasta en las escenas de acción más viscerales.

Y cuando el dúo interpretativo inicial empieza a denotar cansancio, entra en escena su contrapartida: Monsieur DiCaprio Candie, que baila al son de un Samuel L. Jackson canoso y negrero. Ambos harán las veces de cabrones antagonistas.
Y es que el triunvirato que se suponía iba a ser Foxx-Waltz-DiCaprio no funciona hasta que Jackson aparece y aparta al primero (para bien de la película).

Sin embargo, lo que hace del film un espectáculo interpretativo sostenido por los personajes secundarios es lo que hace que éste sucumba en la última media hora. Por motivos que no desvelaré (para no "spoilear" la trama), Django se queda solo ante el peligro en pantalla, y es donde más claramente se ven las carencias de Jamie Foxx, que, sumado a un bodrio final, llegan a arruinar la hora y tres cuartos de metraje anterior en el que todo encajaba brillantemente, para deleite de un anonadado y risible espectador.

Tarantino está obsesionado con la venganza. Si "Kill Bill" (2003-2004) fue un monográfico sobre cómo vengarse de "kungfunianas" maneras, e "Inglorious Basterds" (2009) se mecía bajo la sombra de la "vendetta blitzkrieg", "Django Unchained" se aprovecha del drama de la esclavitud estadounidense (como ya haría con la persecución judía ejercida por los nazis en su anterior largometraje) para volver a contar una historia de venganza. Y con unos tintes y giros argumentales con demasiadas similitudes a su obra del 2009. Aconsejo un visionado de "Inglorious Basterds" antes de "Django Unchained". Comparen y juzguen ustedes mismos las coincidencias, tanto en ciertos personajes como en la propia historia. Y no se engañen: la esclavitud no es más que un "Macguffin" en esta película.

Según lo poco que sabemos hasta ahora, Quentin Tarantino está trabajando en una tercera entrega de "Kill Bill". Llueve sobre mojado. Seguramente cree un puñado de personajes memorables e hilarantes, violentos y sanguinarios, pero la trama tornará a lo mismo. Quizá el director de Tennesse haya agotado el cartucho alojado en la recámara de su Remington.