Las referencias eran buenas y no defraudaron. En un momento nos sentimos ya parte de esos amigos que van a pasar un fin de semana en una casa en las playas de Teherán, igual que si estuviéramos en una cala de Sant Feliu. Irán aparece cercanísimo, entre otras razones por la muy lograda presentación por parte del director. Los diálogos y los gestos son recreados espléndidamente por delicados movimientos de cámara casi imperceptibles. Sencillamente, estamos dentro. Los caracteres, las ideas, las posturas y las escalas no importan cuando la diversión es el centro. Pero "No et fiis mai de la calma, deia el pare". Sólo hace falta el más leve golpe de timón en contra para que el barco haga aguas, los fondos empiecen a pudrirse, a flotar y a atragantársenos en la boca. Cuando más sabemos de Elly es cuando menos aparece, como el mar que les acompaña, lo importante no se ve, está en el fondo y nunca sabemos si es mejor removerlo. Siempre me gustó pensar qué pasaría si se conocieran Mozart y Freddy Mercury o Shakespeare y Woody Allen, ahora me imagino a Hitchcock y a Lope de Vega de cañas en un chiringuito de Teherán hablando de Elly.