Júlia ist bastante quejica, la verdad. Irse de Erasmus es, en muchos casos, un punto de no retorno (o eso dicen). Se rompe con lo que se ha sido, y se rompe con lo que uno iba a ser. Se es extranjero al llegar al nuevo destino, y de nuevo al volver al viejo, y eso es lo que trata de plasmar Elena Martin autodirigiéndose en esta cinta, parcialmente autobiográfica.

El problema ist que cuesta bastante empatizar con una Júlia que no se entiende muy bien por qué sufre como sufre. Sabemos que Martin nos quiere enseñar la soledad del recién emigrado, pero la verdad es que cuesta ver dicha soledad en una Júlia que hace un grupo de amigos (alemanes, nada menos!) en tiempo record. Los problemas de comunicación son otra fuente de frustración para una Júlia que sin embargo no suelta ni un error gramatical y es hasta capaz de asistir a charlas de arquitectura en alemán sin despeinarse. El terrible problema de la vivienda berlinesa también ataca a Júlia, que sin embargo encuentra piso a la velocidad de la luz tras tener, por lo visto (aunque no en pantalla), problemas con sus antiguas compañeras. Y así hasta el final: mogollón de problemas que Júlia no tiene. Imposible empatizar con Júlia pese a haber empezado de cero varias veces en otro país (o tal vez, precisamente por eso).

Le pongo un 6 por regalarnos el retrato de un Berlín auténtico, fresco y sincero, y por no caer en ningún típico tópico acerca de la vida en Alemania.

Honesta y sin tapujos, en We are who we are acompañamos a los protagonistas -dos adolescentes estadounidenses viviendo en una base militar en el norte de Italia -en su viaje hacia la construcción de la propia identidad.

La serie de Guadagnino no es un coming of age al uso. Sí, tenemos dos adolescentes en su paso a la vida adulta, pero sus vivencias son extrapolables a cualquier edad. Fraser y Cate, aunque no sólo ellos dos, tratan de vivir de acuerdo a quienes son, y de esto trata la serie.

Una mirada profundamente europea y una acertadísima estética cinematográfica se conjugan en cada episodio, mostrándonos a una serie de personajes que simplemente aceptan quienes son. Al contrario de lo que estamos acostumbrados a ver, ser lesbiana, homosexual, bisexual, trasgender, mujer en el ejército, casarse, el primer beso o la llegada de la menstruación son cosas que simplemente suceden, sin más, sin mayor drama ni artificio. Algunas, como la profesión, se eligen. Otras no. Pero todas conforman quiénes somos en cada lugar y momento, y esto es lo que muestra la serie de Guadagnino: personajes viviendo su realidad sin que nada de lo anterior les genere angustias. Sólo Cate anda un poco perdida, precisamente por intentar ceñirse a los roles que la sociedad impone, especialmente a quienes tratan de superar los roles tradicionales.

Como bien dice el título, somos quienes somos, y, en We are who we are nadie intenta cambiarlo - tampoco Harper. La angustia existencial de sus protagonistas adolescentes se limita a aceptar quienes son, y vivir el aquí y el ahora, sin juzgar cómo lo hacen.

En resumen, una serie en la que, si bien parece que no pasa nada, pasa, y mucho.

Laila, Salma y Nour son tres mujeres palestinas que comparten piso en Tel Aviv. Laila, abogada de profesión, es un alma libre que pasa las noches de fiesta en fiesta en la ciudad israelí. Salma, dj y cocinera, rechaza pretendiente tras pretendiente y oculta a su familia que es lesbiana. Nour, musulmana practicante, estudia en la universidad y aspira a casarse con su prometido.

A grandes rasgos, esta es la historia de la que se sirve Maysaloun Hamoud para denunciar lo difícil resulta a las mujeres palestinas elegir su propia identidad. Feminista, fresca y sin complejos, Bar Bahar es un grito de protesta contra las ataduras a las que se ven sometidas aquellas que quieren mirar al futuro sin olvidar su pasado, vivir la modernidad sin renunciar a la tradición, ser "occidentales" en el medio oriente. Y es que fumar, pinchar techno o elegir la fecha de tu boda no son cosas al alcance de cualquiera.

En resumen, preciosa historia de Hamoud sobre la construcción de la identidad femenina en un mundo patriarcal, superando la tradicional visión del conflicto palestino-israelí para poner a la mujer en el punto de mira.

Mención aparte merece la banda sonora, que nos ayuda a meternos de lleno en la emergente cultura underground de las noches de Ramallah y Tel Aviv.

Hadas Ben Aroya se autodirige en esta producción israelí para mostrar el errático viaje de Joy en busca si no del amor, por lo menos de la aceptación. Aunque fresca en su propuesta y puesta en escena, el resultado es una visión un tanto egocéntrica del amor en los tiempos de la generación Millennial.

Joy, joven veinteañera en Tel Aviv, trata de superar una ruptura sentimental yendo de cita en cita. La protagonista se desnuda (tanto metafórica como literalmente) para mostrar el vacío tras las relaciones de hoy día. Sin embargo, Joy salta de cliché en cliché: desde su forma de caminar hasta sus conversaciones, el personaje adolece de profundidad o interés. Tal vez este narcisismo fuera de esperar teniendo en cuenta el título, pero aun así, el resultado decepciona.

Avi está a punto de incorporarse a la guerra en Líbano sin siquiera haber acabado su entrenamiento militar. Antes de marcharse debe, junto con sus hermanos Yoav e Itai, enterrar a su padre. El sepelio del patriarca pasa a segundo plano a medida que se nos revelan los diferentes caracteres de los tres protagonistas y los distintos modos de afrontar la vida en un país en guerra.

Interesante punto de partida para una producción en la que, lamentablemente y pese a la extraordinaria actuación de los actores hermanos (pues lo son también en la realidad), los personajes acaban saltando de cliché en cliché. La aparición del hijo pródigo hace explotar tensiones familiares que si bien se intuían, no nos había dado tiempo a digerir. Y es que tal vez sea este el mayor de los problemas: no es que apenas entendamos lo que lleva a cada uno a ser como es, es que nos cuesta vislumbrar cómo son cuando no están peleando entre ellos. Tal vez el hecho de que Rokenzier dirija a sus hermanos en una historia parcialmente autobiográfica haya hecho al israelí olvidarse de que los espectadores no son parte de su familia y, por tanto, necesitan otra perspectiva. Con todo, merece un visonado.