Hay veces que cuando terminas de ver una película se te queda una sonrisita boba en la cara, ante la idea de las cosas de la vida que a veces nos preocupamos en exceso de desterrar.

En el marco de la Italia profunda de la posguerra, se desarrolla esta historia preciosa como pocas de amistad incondicional de un niño con su mentor, que le abre una puerta a un mundo de ensueño como es el cine, y que también es una cruda advertencia de que, en el fondo, nunca hay que olvidar de donde se viene.

El elegante hombre gris dque es el protagonista al principio del filme se transfigura ante nosotros como el niño curioso y soñador que era de chico, y es ahí cuando cualquier espectador ya adulto viaja a su pasado más tierno, aderezado con un primer amor, las aventuras infantilas, etc.

Y a todo ello se une una banda sonora sublime que hace aún más dulce el viaje de regreso.

Una obra maestra.

Impresionante, sencillamente magistral. Para los que hemos visto esta película antes que cualquier otra de Tarantino, sorprende la ocurrencia de este señor de hacer una película así: convertir a todo un elenco de actorazos (Harvey Keitel es como un dios actor) en todo un mosaico de historias aderezadas con diálogos delirantes (esa discusión sobre el significado de "Like a virgin") es toda una genialidad digna de Mr Tarantino.

Asimismo, todo: la estética, los diferentes caracteres de los personajes, etc. te hace imbuirte en el golpe que los señores de colores intentan dar.

Aparte de todo, Steve Buscemi: un actor tremendamente carismático, que siempre, siempre borda todos sus papeles, del registro que sean.

Para el recuerdo, la interpretación de Tim Roth (un agonizante más que convincente) y ese baile con navaja del Señor Rubio delante del policía con más mala suerte del mundo, primordialmente interpretado por Madsen.

Aparte de todo, un mensaje positivo, de que, incluso entre canallas así hay ciertos códigos de honor: no dejar morir a un compañero que se está desangrando, el no delatar a unos compinches cuando entras en la cárcel.

Pero eso es Tarantino: hacer que los mayores hijos de puta que se pueda uno imaginar te caigan bien y, no solo eso, que te apetece irte a tomarte unas cervezas con el más sanguinario de todos.

A mi entender, la grandeza de esta película es que muestra el punto de vista por un lado de quienes luchan contra el sistema, como es el caso de los tres protagonistas, pero también muestra el cómo personas en principio contrarias al mundo capitalista que sufrimos hoy día, acaban inmersa en su vorágine, como de hecho nos acaba pasando a muchos.

Creo que sin esa doble vertiente, la película sería demasiado partidista, y ello le da un toque de sensatez al planteamiento inicial, por otra parte, de acuerdo que algo ingenuo, pero también (y más en los tiempos que corren) quizá hasta necesario.

Por lo demás, memorable últimas escenas con la canción "Aleluya" ( o como se escriba en su nombre original) de fondo.

A mi entender, la película empieza de un modo espectacular, sobre todo, con (todos estarán de acuerdo) esos bestiales títulos de crédito, con ese ritmo trepidante que corta la respiración, y luego, poco a poco tiene el mérito de crearte a la vez diversas emociones: por un lado, una cierta patética ternura por el payaso Tristón, un asco rabioso por el payaso Bobo, y un cierto embelesamiento por la bellísima trapecista, y, a la vez, una sensación de estar en un mundo irreal que hubiera subido de los infiernos para materializarse en la España franquista.

Sólo por esa razón, bien merece una alta consideración, más teniendo en cuenta también los tintes de humor negro que tiñen toda la trama.

Carlos Areces y Antonio de la Torre magistrales, y una Carolina Bang que, si bien, siempre es muy agradable de ver, quizá es la más floja del trío protagonista.

Lo mejor, sin duda, lo gráfico del final, que simboliza dos formas diferentes de la misma locura: el payaso Tristón llora y el payaso Bobo ríe, sólo que esta vez no están actuando.