Un militar retirado, excombatiente de Corea y jubilado del sector del automóvil cuya máxima pasión es cuidar de su coche Gran Torino del 72; inflexible y con una voluntad de hierro debe enfrentarse a sus prejuicios frente a sus vecinos inmigrantes. El oficio y la pericia de Eastwood enmascara una composición ajustada a los formalismos (con perdón) del telefilm y a los tópicos de su cine: familia interesada, conflicto fe y religión, la guerra. Con un guión predecible y, en ocasiones, falto de credibilidad junto a una fácil comicidad, naufraga en la progresión de las emociones, en la transición y profundidad de los personajes y sus relaciones y en los sentimientos que mueven las acciones de los mismos. Enésima y rentable interpretación del héroe-duro que es imprescindible ver en su versión original.

Clásico retrato de la mocedad de la Reina Victoria de Inglaterra hasta su coronación con apenas 18 años y su apasionado romance con el Príncipe Alberto. Impresionante trabajo artístico de ambientación, fotografía y vestuario pero bastante limitada y plana en cuanto a emociones. Los frecuentes cambios de foco buscan las expresiones de los personajes, pero le falta pasión en el conjunto. Tal vez sea debido a que se haya tocado superficialmente la influencia histórica y política de la monarca. Quizá se trate del menor impacto que tiene esta etapa de su vida en comparación con la posterior y larga era victoriana: la sangrienta construcción del gran imperio inglés. Habrá que pensar entonces que el objetivo de la producción es más superficial, más romántico, con una protagonista demasiado bella para tanto rigor histórico.

Basada en la novela de Christopher Isherwood (A Single Man, 1964) y ambientada en el Sur de California en 1962 durante la Crisis de los misiles en Cuba cuenta sutilmente los últimos días de un profesor inglés universitario, homosexual y maduro, incapaz de sobreponerse a la reciente pérdida de su pareja que acaba de morir en un accidente automovilístico. Prometedor debut cinematográfico del diseñador de moda Tom Ford, que con un clasicismo y un refinamiento moderado recrea una historia dolorosa y melancólica pero esperanzadora. Tal vez le falta pasión y le sobra sentimentalismo en algunos momentos pero un excelente Colin Firth, una fotografía vintage y una música inolvidable, sin omitir el trabajo de Julianne Moore, nos muestran el camino del amor y del dolor en los recuerdos.

Los amantes del cine de Tarantino están de enhorabuena con esta película que explota, aún más si cabe, los recursos de sus precedentes: diferentes acciones en conexión que comienzan de una forma brillante y prometedora para caer posteriormente en el exceso con diálogos pesados en escenas interminables que desembocan en violencia desmesurada y un metraje final exagerado. Cabe destacar una gran puesta en escena ambientada en la Europa ocupada por los nazis, algún movimiento de cámara y poco más, Waltz está muy bien pero tampoco es para rasgarse las vestiduras, la elección de la banda sonora es, para mi gusto, equivocada. El típico pastiche de Tarantino que copia el cine que ha visto y que reinventa la historia de una forma insensible y poco original. Claro que, por otro lado, se ve respaldado por multitud de adeptos quedando reflejado en la taquilla con un gran éxito que es lo importante, supongo.

Memorable visión, a lo largo de 12 años, de una familia media francesa que narra, en cinco capítulos (uno por cada miembro), los momentos más determinantes de cada uno de sus integrantes. Una reflexión, nada sensiblera, del ciclo vital de la institución familiar que, como contrapunto, comienza con una muerte y termina con un nacimiento. Tal vez no sea original pero este relato tragicómico, apoyado por una notable banda sonora musical, navega sutilmente entre la alegría y la tristeza, nos evoca la felicidad de los pequeños detalles que hacen grande la vida y la nostalgia del inexorable paso del tiempo. Todo esto junto al gran trabajo actoral, corrobora el gran éxito de crítica y taquilla obtenido en Francia.