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Críticas de Ángel Moreira
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Críticas 43
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
2 de diciembre de 2019
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con “The Irishman”, al igual que la sección de neonatos plenamente dispuestos a deslumbrarse por la vida, yo esperaba hacerlo por la magia, por el cine, por Scorsese, como siempre hago con cualquiera de sus películas. Las películas de un hombre que colecciona obras maestras como quien junta y cuenta sus cromos de fútbol. Toda expectación se hace aún mayor cuando sabes que el maestro se vuelve a juntar con Robert De Niro, que sin despreciar al resto de actores, es como ver a Dios y a su hijo juntos de nuevo para que el espectador, cinéfilo o no, disfrute de puro arte cinematográfico. La espera ha sido larga pero ha merecido la pena, y mucho. La última joya de Scorsese no es la mejor película del año, es una de las mejores películas de los últimos veinte.

Aquí nos deshacemos del glamour cocainómano de “Goodfellas” y de “Casino” o del ritmo frenético de “El lobo de Wall Street”, pero poco importa, porque cuando comienza la historia abriéndose paso con ese gran plano secuencia, y escuchas el mítico tema “In the Still of the Night”, sabes que estás ante una película de Scorsese porqué el que y el cómo son igual de importantes y la forma en que la imagen y la música se nutren la una de la otra formando parte de un todo, al mismo tiempo que escuchas la voz en off de su narrador y comprendes que en esos, apenas dos primeros minutos, hay más cine que en la mayoría de cinematografías completas de cualquier autor. Y de paso los colegas De Niro, Pacino y Pesci, nos regalan unas interpretaciones que valen más que la carrera de cualquier intérprete. “The Irishman” nos habla desde el ocaso de una generación que ya lo ha visto todo, para centrarse en contar una historia mucho más reflexiva y tratar temas de los que en otras películas de temática gangsteril del maestro italoamericano no se ven, haciendo un repaso por la historia más oscura de Estados Unidos. Compartiendo leitmotiv con “Goodfellas”, “Casino” y “El lobo de Wall Street”, también nos habla del ascenso y caída de un hombre que lo perdió todo cuando tuvo el mundo en sus manos, pero aquí utiliza la ambición como ejercicio de futilidad, para hablar del arrepentimiento, de la culpa y del precio que pagas por tu pasado, por qué por mucho que puedas correr, el tiempo nos alcanza a todos.

Se agradece que en una época en la que todo se mira con lupa y donde sólo cabe lo políticamente correcto, Scorsese siga a sus 78 años en tan buena forma y filmando de manera desafiante y con esa fuerza libérrima que lo caracteriza, para seguir siendo el maestro del corte en la sala de montaje y de paso obsequiarte con un sinfín de magníficos planos detalle marca de la casa, dentro de una estupenda, sensual y única puesta en escena.

Puede que la gente piense que tres horas y media, son muchas horas y media, pero esta gran obra las merece. Y me despido de ella con una sonrisa, pues he vuelto a ver al director más grande dirigiendo a los más grandes. También con gran pesar, pues es muy probable que sea la última vez que vea al director más grande dirigiendo a los más grandes. Esos que copaban estimulantes e interminables charlas de cine con mi padre.

Por todos es sabido que nuestro querido Marty no tuvo una infancia fácil. El asma que padecía le impedía jugar en la calle como los demás niños. Su madre le decía que no corriera mucho ni realizara grandes esfuerzos, de ahí que parte de su niñez la pasara en cama y saliendo solamente de casa para ir al cine con su padre. Del cine para casa y de casa para el cine, forjando desde muy temprano a uno de los mejores, sino al mejor, y más influyente director de la historia del séptimo arte.

Haciendo un repaso por toda su filmografía para acabar de cerrar una historia de amor entre viejos colegas (Scorsese, De Niro, Pesci) de esta manera con “The Irishman”, constata lo que venía diciendo, que Scorsese fue un niño que no tuvo infancia, nació siendo grande. ¡Gracias por todo maestro!
Ángel Moreira
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9
29 de julio de 2019
20 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de su excelente debut cinematográfico con “Hereditary”, una obra maestra única en el género, todas las miradas estaban puestas en la segunda película de Ari Aster, un joven director y guionista poseedor de un talento y una mirada demasiado versada y áspera para alguien de tan solo 33 años. Una madurez fílmica que muchos de los mejores directores no llegan a desarrollar hasta una edad provecta, pero parece que la genialidad de Aster va acompañada de una capacidad única para absorber de manera fagocitadora todo el cine habido y por haber hasta la fecha, hasta desarrollar su propio sello de autor y cambiar las reglas establecidas exprimiendo la fruta del clasicismo e instaurando nuevas claves y haciéndolas tan propias y genuinas como si de su propio ADN se tratara. Es una nueva voz, no dentro del cine de género, si no del cine en general.

Si en su ópera prima Aster mostraba el terror y el drama utilizando como receptáculo representativo de estos a una familia condenada a heredar el mal que por su linaje le viene dado de cuna. Aquí utiliza la toxicidad corrosiva de una relación de pareja. Con “Midsommar” lo que Ari Aster consigue crear, es un paraíso idílico donde lo bucólico, lo onírico y lo lisérgico se dan la mano, acompañado de un perturbador humor negro capaz de poner de los nervios al espectador más aguerrido. Al mismo tiempo que juegan y danzan preciosas muchachitas níveas, todo se va impregnando lentamente a tú alrededor de manera cruda e inmisericorde con el aroma de las flores del mal. El sabe como entrar en tu cabeza y no llama pidiendo permiso, echa la puerta abajo de una patada y cambia tu mundo por completo con la inquietante profundidad psicológica que alcanza su cine, nunca paternalista ni compasible con el espectador. Aquí marca la carne a fuego lento, pero cuando se lo propone, también sabe sacarse de encima los cartílagos y atacar directamente al hueso. Todo funciona a las mil maravillas, aunque a diferencia de otras películas del género, no se utiliza el cuerpo humano como simple trozo de carne destinado al sufrimiento, nuestro director prefiere que ese cuerpo sea portador del dolor para ver como sus personajes lidian con él durante el desarrollo de la historia, hasta llegar a un sorprendente y catártico final tan bizarro como icónico con el paso del tiempo.

Pero esto es algo que va más allá del terror, alcanzando cotas mucho más altas difícilmente definibles, elevando el horror y lo grotesco a nivel de arte. Aquí vuelve a deleitarnos una vez más con una puesta en escena y una fotografía únicas, utilizando en esta ocasión colores muy vivos y desarrollando casi toda la historia a plena luz del día. La utilización de planos grandes y largos con una increíble profundidad de campo donde se dan diversas situaciones dentro del mismo marco es realmente asombrosa, jugando en todo momento con unas figuras geométricas que producen una sensación de extrañeza en el espectador difícil de explicar. El sonido de la naturaleza envolviendo cada escena, así como el ruido de la cubertería cuando llega la hora de la manduca, o el uso de su banda sonora que nunca cae en el simple latemotiv , es el resultado de un cuidadoso orfebre que narra con admirable precisión. Y a todo esto tenemos que sumar unas actuaciones maravillosas donde Florence Pugh es un regalo que se eleva por encima del resto de sus compañeros. Ella está simplemente perfecta.

Con sólo dos películas en su filmografía, ambas piezas únicas, ha conseguido destacar en el panorama cinematográfico como pocos. Con el paso del tiempo, “Midsommar” será para las sectas macabras lo que “Jaws” (Steven Spielberg, 1975) para las playas de verano.
Ángel Moreira
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4
22 de julio de 2019
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un niño desaparece entre la maleza de un lúgubre bosque situado a pocos metros de su casa, cuando este regresa su madre sospecha que quien ha vuelto tal vez no sea su hijo.

Intentando sortear algunos obstáculos impuestos por unos códigos preestablecidos en el género, Lee Cronin, director de origen irlandés, utiliza un tempo lento para contar una historia en la que no puede evitar tropezar en ciertas formas tan manoseadas como un viejo trapo de cocina, preocupándose más por no equivocarse que por acertar. Y a pesar de mostrar de forma inteligente algunos excelentes planos detalle, parece que siempre llueve sobre mojado y que el camino que estamos recorriendo se dirige hacia algo que ya hemos visto en numerosas ocasiones, y es en el desarrollo y la inminente conclusión del tercer acto cuando efectivamente podemos confirmar que la latente sensación de déjà vu vivida durante sus noventa minutos de duración, hacía prever de la redundancia de un cierre tan abstruso como poco estimulante.

En una época en la que se habla tanto de “Terror elevado” (término utilizado por aquellos a los que les cuesta reconocer que existen muy buenas películas de terror) podemos decir que “The Hole in the Ground” no lo es.
Ángel Moreira
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8
24 de abril de 2019
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es emocionante ver como el señor Eastwood director sigue deleitándonos con la brutal belleza de su cine aportando siempre calidad y calidez en cada fotograma. Un cine sencillo en el fondo, pero de elegante y majestuosa caligrafía (la cámara acaricia). Un cine sin subterfugios que no se dedica a dar rodeos absurdos y que siempre enfila de la manera más directa el camino que se ha propuesto mostrar al espectador, sin empeñarse en inventar subtramas ridículas que no llevan a nada. Es fascinante ver como alguien que durante tantos años ha interpretado a un sinfín de personajes de mirada exacerbada, siempre malencarados y pegando tantos tiros en pantalla, ame por encima de todo la calma y el equilibrio con el que siempre cuenta sus historias.

Con el señor Eastwood actor nos pasa prácticamente lo mismo y aquí deja de lado su personaje de cascarrabias y nos muestra de manera omnisciente a un hombre de alma torturada por un pasado que ya no volverá pero que de manera incesante intentará encontrar el camino a la redención. Un anciano entrañable que nuestro actor-director interpreta de manera brillante (nunca antes lo había visto igual) y que cautiva por su ternura y el inminente tono de su crepuscular mirada.

No sé si el espectador medio será consciente de la importancia de esta obra, pero “The mule” es una de esas pequeñas joyitas que puede que pasen desapercibidas para muchos, y que tal vez sólo entusiasme a los fans de Clint Eastwood, o tal vez sólo los cinéfilos podrán disfrutarla. Pero lo que es una verdad irrefutable, es que, si el cocinero cocina y el diseñador diseña. Clint Eastwood dirige.
Ángel Moreira
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9
28 de marzo de 2019
81 de 103 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando en el año 2015, con “Bone Tomahawk”, S. Craig Zahler nos regalaba uno de los mejores y más interesantes westerns de los últimos años renovando de manera feroz las claves del género, ya entonces podíamos apreciar a un autor con una mirada muy personal, al igual que su excelente gusto por lo grotesco y por diálogos extensos y sensacionalmente escritos. Repetiría fórmula en 2017 con el thriller carcelario “Brawl in Cell Block 99”. Una locura neo-noir gore deliciosamente excesiva y mucho más oscura que su predecesora.

Con “Dragged Across Concrete”, Zahler consigue algo mayor. Una cocción a fuego lento tan políticamente incorrecta, violenta y rodada con un pulso narrativo tan vibrante y sin ningún tipo de complejo, que no queda otra que rendirse a ella por completo. Es un extraño y soberbio ejercicio de estilo de más de 2 horas y media de metraje, que se convierte en una maravilla de cine negro contemporáneo, una buddy movie de atracos donde se vuelve a tomar su tiempo para implicar al espectador en la trama y empaparle de una tensión latente, que va in crescendo a medida que avanza el film hasta que llega a su último tercio para cerrar la función con un espléndido y previsible festín de disparos. Todo es fascinante, desde la pausada pero vibrante presentación de personajes, hasta la hipnótica manera en la que Vince Vaughn se come un bocadillo en una de sus interminables vigilancias. Acompañada de una banda sonora maravillosamente seleccionada con viejos temas de soul, al más puro estilo “Jackie Brown” (Quentin Tarantino, 1997), pero amando por encima de todo los silencios o el implacable sonido ambiente que rodea cada escena.

El reparto está estupendo y todos lucen de manera muy precisa en su papel, pero Mel Gibson ¡está que se sale! y no es para menos, es un gran actor, de esos que ya no quedan, con un físico y un carisma que recuerdan una época de Hollywood anterior. Zahler lo sabe y le echa el lazo en su mejor momento para transmitir todo lo que su personaje requiere, y todo aquel que se asome para ver lo que hay detrás de su crepuscular mirada, verá un alma torturada que sabe que cualquier tiempo pasado fue mejor, pues han ido cayendo en el olvido (si es que los ha tenido) los buenos momentos vividos por alguien que con el paso y peso de los años ha perdido, y es que al final la gente tiende a ser gente, la esperanza en el ser humano.

Una preciosa joya de cine policiaco con aroma clásico. Puro estilo. Cine puro.
Ángel Moreira
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