He de confesar que uno debe cargarse de paciencia para ver y, al final, comprender esta película. Los actores están verdaderamente magníficos, excelentemente caracterizados, bien diferenciadas las distintas actitudes ante la vida, algo, creo, propio del cine de Bergman. Pero Los Comulgantes parece, en un principio, excesivamente poco comunicativa, puesto que la gravedad del asunto tratado bien podría valerse de una mayor cercanía entre el director y el espectador, de hecho, son soberbios los escasísimos diálogos entre el sacerdote y Marta, así como los últimos cinco minutos, que dan absoluto sentido a la película. Pero entiendo que reine el silencio, aunque se haga terriblemente agobiante, pues es el silencio de Dios el que permea toda la obra, toda la vida bajo la fría luz de invierno, haciendo de la existencia algo angustioso y agónico, magistralmente presentado por el director. Y es que no nos regala a los espectadores ni un solo respiro dulcificador, todo es dolor contenido y arcada existencial, y Bergman no tiene compasión de nosotros, cómodamente sentados en nuestro sillón, en casa, al calor, y nos mete en la piel y el alma del sacerdote, ajada, fría y tensa hasta el horror a la nada.
Es dolorosa y dificilísima de digerir. Bergman nos apuñala y corta la respiración. Esto no es cine, es un poema negro, el alma cruda ante nuestros ojos.

He visto la película dos veces en dos días, he de confesar que el ritmo lento y dramático me dejó un poco frío la primera vez, pero,en cambio, en la segunda ocasión ese ritmo que algunos califican de error conducente al vicio, al aburrimiento, no fue tal, sino que se me aparecía como el cadencioso fluir agónico del final, porque el final y el devenir hacia la muerte es siempre duda, siempre incertidumbre, que se puede afrontar de muy distintas maneras, como reflejan los personajes, pero que, en definitiva, se ha de afrontar, pues es propio de monstruos vivir sin dar la cara a lo inevitable.
Escenas de un dolor infinito en el rostro de Max von Sydow. Sensatez, bravuconería y racionalidad a veces titubeante la de Gunnar Björnstrand. Visiones tremendamente hermosas y vitales. Una mezcla de muerte, amor, y absoluta necesidad de inmortalidad. Profundas interpretaciones apoyadas en una dirección desde la sombra, planos que se funden admirablemente con el sentido de la escena. El guión no hace uso de artificios lingüísticos incomprensibles, sino que el sentido de lo expresado en todo momento parte del hombre, del hombre sufriente y doliente que es el gran protagonista de esta hora y media que cuenta una historia que todos hemos de vivir.
Una obra enorme.

Reconozco que nunca fui un fan de 007, es más, recuerdo con amargura una escena en la que Roger Moore da una patada en el costado a un motorista que estaba parado en medio de un ataque, y éste sale volando con tal ridiculez que me dio vergüenza ajena.
Sin embargo, me adentré en Casino Royale y me absorbió. Más cercano Bond. Más realista en ciertas maneras, las peleas... Una magnífica y no mujer florero de usar y tirar Eva Green. Un argumento que te mete en tensión y da giros sorprendentes. Una banda sonora estupenda, emotiva.
Todo ello hace de Casino Royale una película digna de ser vista varias veces. Ojalá hubieran seguido el oscuro tono argumental en la serie...

¿Qué puedo decir de esta película, de este mundo que se nos presenta de la mano de Ridley Scott y nos empapa de la sucia y podrida agua de charco de los Ángeles 2019? ¿Qué que no se haya dicho ya?
Decir que ese Deckard, hastiado y meditabundo por entre los vapores y el bullicio ensordecedor, se eleva por ecima de los negros nubarrones de la ciudad en la que se funde magníficamente Harrison Ford, nunca suficientemente reconocido, pues ¿a que somos incapaces de imaginar otro cazarreplicantes que no sea Ford?
Decir cabe que Rutger Hauer está en el mejor papel de su vida, caminando constantemente por el filo de la navaja de la muerte, tan prematura.
El gran mérito, a mi parecer, del director fue presentar a Los Ángeles, la ciudad, como protagonista, no sólo como contexto, sino como elemento que da sentido absoluto a lo que ocurre en su interior, a esa lucha por la vida, por mantenerla, por su significado, por el amor y por la muerte. Todo perfectamente ensamblado por una de las mejores bandas sonoras de Vangelis y de todos los tiempos, cuyas notas caen sobre el alma del espectador como esa lluvia triste y gris que nos cala a todos en esa azotea perdida de la ciudad.
Inconmensurable versión original.
Descafeinada versión del director, que corrompe el alma de Deckard.

Hijos de los Hombres me crea grandes expectativas, pero me deja en el camino. La falta de profundidad del sentido de lo narrado me solivianta sobremanera, pues es tan magnífica la atmósfera caótica y sucia de un futuro labrado a conciencia, que hubiera echado en falta una implicación mayor de Clive Owen en la historia, precisamente porque la historia, por sí misma, se queda en introducción, adquiere un ritmo excesivamente rápido que la hubiera obligado a echar mano de los personajes para mantener la expectativa de ese "algo" grande que se masca al comienzo. Y es ahí donde cojea toda la obra, aspirando a ser "Blade Runner" se abandona a tener que acabar pronto y se queda en un suspiro.
Una pena.