Una cinta (casi) perfecta, con la mejor, sin lugar a discusión, interpretación de la historia del séptimo arte.
Los hermanos Lumiére proyectaron la primera película en 1895, con el único (e inconsciente) fin de que, cumplidos dos siglos (que no 200 años), Paul Thomas Anderson diseñe este papel para el tótem de la interpreación.
Y estoy dispuesto a defender esta interpretación de Daniel Day-Lewis como la mejor de la historia del cine hasta donde haga falta. Y "hasta donde haga falta" sigfifica exactamente eso, "hasta donde haga falta".

Siento más pena por el espectador que por los caballitos.
Las conversaciones a oscuras de poco calado y la música épica en los primeros minutos del largometraje son un sinsentido que te impide conectar con la historia.
Ver a Christsian Bale bajarse del caballo a cámara lenta durante dos horas es un castigo difícil de aguantar.
Un gran elenco de actores del que no se puede rascar nada. Paciencia, incluso para los amantes de los Westerns.

Starlet expone varios enigmas de manera casi improvisada durante la cinta que encajamos con fruición.
La habilidad de Baker reside en huir de lo transgresor para centrarse en lo moral, lo que le convierte en un genio disfrazado de indie.
Lástima que películas así no trasciendan.

Obra de arte imposible de no admirar.
Oda al cine, a la música, al baile, al jazz, a los trajes, a Los Ángeles, al amor, al piano, a las audiciones, a los descapotables. Gusta todo.
Chazelle entra en el corazón del espectador con un volantazo que puede avivar alguna lágrima en los más duros del lugar.
Imprescindible incluso para los detractores del género musical.

Vertiginosa, adictiva y conquistadora.
Alud de pavorosas sensaciones que Östlund plasma con majestuosidad y con el que nos plantea un cautivador debate para todos los públicos.