Obra de arte imposible de no admirar.
Oda al cine, a la música, al baile, al jazz, a los trajes, a Los Ángeles, al amor, al piano, a las audiciones, a los descapotables. Gusta todo.
Chazelle entra en el corazón del espectador con un volantazo que puede avivar alguna lágrima en los más duros del lugar.
Imprescindible incluso para los detractores del género musical.

Una cinta (casi) perfecta, con la mejor, sin lugar a discusión, interpretación de la historia del séptimo arte.
Los hermanos Lumiére proyectaron la primera película en 1895, con el único (e inconsciente) fin de que, cumplidos dos siglos (que no 200 años), Paul Thomas Anderson diseñe este papel para el tótem de la interpreación.
Y estoy dispuesto a defender esta interpretación de Daniel Day-Lewis como la mejor de la historia del cine hasta donde haga falta. Y "hasta donde haga falta" sigfifica exactamente eso, "hasta donde haga falta".

Starlet expone varios enigmas de manera casi improvisada durante la cinta que encajamos con fruición.
La habilidad de Baker reside en huir de lo transgresor para centrarse en lo moral, lo que le convierte en un genio disfrazado de indie.
Lástima que películas así no trasciendan.

Bertolucci, acompañado por David Bowie y su Ragazzo solo, Ragazza sola, consigue hacer palpable el paso a la madurez de un joven poco sociable. Aunque no pase gran cosa durante el largometraje, es imposible no esbozar una sonrisa durante los créditos finales. Como ya es habitual, el director consigue iluminar con magia cada escena claustrofóbica, creando un clima de misteriosa intimidad entre los protagonistas.

Soberbia, cercana, sobresaliente. La interpretación de Adèle es tan exquisita que aparecerá sentada en tu sofá cuando la película termine.
Kechiche nos hace vibrar, desear, reír, llorar, y hasta masticar espaguetis. Un "must" para los amantes del buen cine.