Y aquí tenemos la última sucesión de imágenes catastróficas de mi director alemán favorito (ja, ja, jódete Herzog): R. Emmerich. Personalmente juzgo todas las películas que veo por el disfrute que me brindan (sin ser partidario de la famosa frase "¿y qué esperábais?"), y no por su valor cinematográfico (excepto si se trata de clásicos inmortales). Y, en esta sucesión de imágenes (yo tendría cuidado con llamarla "película"), el amigo Roland se ha superado.

Si no tenéis una personalidad extremadísimamente crítica, no hará falta poner la mente en blanco ni nada similar para disfrutar enormemente de este producto. Lo que se ofrece aquí es (factura visual aparte) una historia que bien podría haber improvisado yo en el instituto durante la última clase del viernes (quizá sin necesidad de desarrollarla después), unas interpretaciones agradables (que ni de lejos brillantes), un cúmulo interminable de situaciones absurdas (¿hay alguna crítica que no haya dicho ya esto?) y, aderezándolo todo, la banda sonora más olvidable que he visto este año junto con la de "Transformers 2" (si se hubiera eliminado la música de las escenas muy dramáticas o muy calmadas y aplicado "chunda-chunda" a todas las demás, habría sido exactamente lo mismo). Pero lo increíblemente bien que lo he pasado con la cosa esta no me lo quita nadie. Porque todo lo anteriormente mencionado no es más que un relativamente efectivo vehículo para los verdaderos protagonistas de la película: el equipo técnico.

Porque el hecho de que el CGI de esta película haría rechinar los dientes de envidia a Industrial Light & Magic, que los inevitables planos aéreos son deliciosamente excesivos, o que las imágenes de un mundo apocalíptico harán aplaudir incluso al adolescente más callado, no es ningún secreto. Pero, aún así, bien merece la pena pagar la entrada para comprobarlo todo. Para ver el relato apocalíptico más espectacular y absurdo imaginable, y, si vuestro sentido del humor es algo irónico, para reírse durante un buen número de horas tras haber oído la frase final.

Y no hay mucho más que decir. Pocas películas palomiteras me han hecho disfrutar igual que esta, agradecer tanto mi escasa o nula exigencia cinematográfica, o, sencillamente, incitado al humilde acto de aplaudir al terminar la proyección (en esto incluso fui acompañado). Gracias, Roland. Mis más sinceras gracias.

¿Nunca os ha ocurrido que, por algo que podría ser curiosidad, metéis la pata en un hoyo que sabéis lleno de estacas? ¿Que vuestro padre ha sido despedido del trabajo, y tiene que abonar vuestros desperfectos en las ventanas del colegio? ¿Que, aunque no haga ninguna falta, habláis con un compañero de clase en mitad de un examen, sabiendo que suspenderéis por ello?

Si os ha ocurrido, podréis haceros a la idea de cómo llegué a pagar por ver esta putísima mierda en una preciosa tarde de viernes, cuando podría haber arreglado la estantería de las especias, ingresar a mi perro en una veterinaria por su obstrucción intestinal o reformatear mi ordenador, entre otras muuuuuuuuuuchas cosas. Sabía perfectamente que no iba a encontrar ningún chiste memorable, situación lejanamente creíble (lejanamente; no desprecio el absurdo moderado), ni nada por el estilo... pero, tal vez por comprobar si el cine patrio ha decaído totalmente como muchos veníamos pensando, o por ver un par de tetas insertadas por ahí, pagué.

Y no tengo nada que comentar. No hay nada en la película que a uno le sorprenda medianamente. Nada que cause una risa auténtica, nada que se pueda destacar sobre el resto, nada que uno recuerde al salir de la sala. En otras palabras, la planitud personificada, rematada con momentos increíblemente catetos e irritantes que quitan las ganas de destacar nada.

Por cierto, si alguien está pensando, como yo, en verla para comprobar si es mierda en estado puro, o para reírse de ello, le aconsejo fervientemente que no lo haga. Esto no es un risible quiero y no puedo tipo U. Boll; esto es el aburrimiento, la indiferencia y la ineptitud en estado puro.

Tras cosas como la -de forma no oficial- saga de filmes con nombres acabados en "Movie", "Casi 300" o "Jackass", el viejo estilo humorístico del cacaculopedopisismo con tacos y referencias sexuales insertadas es el punto de mira de muchos cinéfilos cabreados. Aunque sea algo más que obvio, yo sigo confiando en los viejos "maestros" -por llamarlos de alguna forma- del género como J. Carrey, M. Lawrence o el presente R. Schneider para blanquear mi cerebro y pasar un rato agradable con una sucesión de chistes absurdos y estupideces constantes.

Y eso es exactamente lo que aguarda en este producto. Dispuesto a torturar a los lógicos, entretener a los conformistas -entre los que me incluyo- y descojonar a los autistas, Mr. Schneider presenta una historia más trillada que la melodía de Tiburón, una serie de gags estúpidos y sin sentido, y una buena dosis de tacos y chistes escatológicos.

Si no me ha decepcionado, es porque no me esperaba nada.

Siguiendo con la tónica habitual de los fetos malformados de la industria -pura industria, por cierto- televisiva de estos parajes que tanto triunfan últimamente, se nos presenta aquí lo que podría ser la fusión de tres conocidas -sólo aquí, por suerte- series de los últimos años: desarrollo, personajes y actitudes a lo "Física o Química", ingrediente musical a lo "HKM", y un principio que recuerda inevitablemente a "Cuenta Atrás", cosa mala.
No digo más. Lo peor es que el susodicho inicio de la serie hace que uno se quede odiando a todos los personajes por el resto de ella. Y sumando desnudos, drogas, tacos y blasfemias gramáticas por doquier, obtenemos sin duda la peor serie adolescente del último lustro.
Un gran paso adelante.

La falta de interés y carisma que destila "The Spirit" seguramente esté derivada de la hipermadurez del cómic, creado por el mítico Eisner ¡en 1940! Si ya es complicado que un personaje tan arcano mantenga su antiguo carisma, el hecho de que alguien que, como se ha dicho, NO puede ser director se ponga tras la cámara tira por tierra las posibilidades de sacar algo bueno de este menjunje.

Central City. El nombre ya lo dice. Con un nivel de personalidad comparable a la de Capital City en Los Simpson, bien podría haberla inventado un niño de la guardería en un taller de cuentos. No tiene absolutamente ningún elemento que sea realmente suyo... salvo uno de los personajes de cómic más trascendentales de la historia. El problema es que una vaga descripción suya, a estas alturas, puede corresponderse con al menos veinte personajes distintos. Es, más que un personaje, un arquetipo encarnado.

Si a esto se le suma la orgía de fotogramas que es el montaje (produce una sensación comparable a la escena de Mr. Increíble siendo bombardeado por cañones que acaban de pillarle saboteando un ordenador), unos diálogos dignos de las primeras series televisivas de Spiderman y una estética que parece disimuladamente reciclada de la reciente "300" (y calcada totalmente de "Sin City"), la cosa se queda con pocas posibilidades de sobresalir realmente entre el poblado catálogo de recientes adaptaciones de cómics, que si bien no son en general obras maestras, al menos se hicieron a tiempo para que los personajes conservaran algo de interés.