Un macho culposo (Richard Todd) acude a su dulce amiga, además de pretendiente, Eve (Jane Wyman) a que le saque las castañas del fuego cuando es acusado del asesinato que ha cometido su amante y diva teatral (Marlene Dietrich, cantando canciones de Cole Porter).

Ella, una actriz principiante, le sacará las castañas del fuego, empezando a actuar en todas las modalidades que requiere la ocasión. Michael Wilding (un actor inglés maravilloso) encarna a un ingenioso inspector y Alfred Hitchock dirige, con su habitual gusto por las heroínas remilgadas y castas y su jugueteo con la condena a los pecaminosos.

El contraste entre Wyman y Dietrich es cómico y potente, nunca excesivo. El resultado es una pelícua perfectísima y muy olvidada, con un gusto para los diálogos propio de los mejores hallazgos del cineasta donde no prescinde de nada: actores, montaje, trama, fotografía, etcétera.

En la secuela de los "Guardianes de la Galaxia" (2014), James Gunn escribe y dirige otra parte más de la larga saga de películas del universo (cinematográfico) de Marvel. Aquí todo está escrito como una versión bufa del Imperio Contraataca donde el padre es, literalmente, un narcisista patológico (encarnado por un maravilloso Kurt Russell) y todos los personajes son, en el fondo, miembros desheredados de una gran familia.

El gusto de Gunn por las viñetas excéntricas, los montajes al ritmo de canciones de los setenta y los chistes de diversa índole alcanza una cima barroca; el trabajo de los artistas de efectos visuales, también. Chris Pratt y Zoe Saldana están muy bien, retomando sus papeles de canallita galáctico y tipa dura resignada, pero las estrellas de la función son Dave Bautista, repitiendo como secundario alienígena aficionado a las frases literales, y el Bebé Groot, trabajo de los artistas digitales al que pone voz Vin Diesel.

Además, la acción se pone en marcha por un error y la moralina (no tiene nada de malo ser como los demás) es muy bonita.

Una muy divertida y estelar película, escrita por un debutante Jonathan Perera aficionado a los diálogos trepidantes, divertidos y retóricos, propios de un Aaron Sorkin, protagonizada por una malota y maquiavélica lobbysta (Jessica Chastain) que, para gusto de los adultos de la sala, trabaja para la justicia: es decir, para lograr restringir el uso de armas en los Estados Unidos.

¿Debemos aceptar sus reprobables métodos para el fin? Mientras el gran guiñol incluye los planes en coches, el público sorprendente y nada preparado para las verdades del sistema (corrupto y terrible), la película es entretenidísima; cuando una actriz sublime (Jessica Chastain) y su guionista hacen énfasis en su conducta poco habitual y nos ponen en una situación éticamente comprometedora, la película es todavía mejor.

Esta idiotez es una secuela más de "Alien: el octavo pasajero" y, al mismo tiempo, una precuela, pues continúa las aventuras de "Prometheus" (2012). Por si esto no fuera suficiente, el director Ridley Scott y su colaborador habitual, el guionista viril John Logan, han decidido que la película tenga ramalazos de androides y demás temas propios de 'Blade Runner' (1982).

Desde luego, una película de su tiempo. Así que entre las habituales carnicerías de la saga, hay una cosa innegable: el gusto compositivo de un señor de ochenta años sigue vigente. Qué manera de dirigir tiene Scott. En el guión, supongo que se narra la aventura de un androide llamado David (Fassbender retomando su rol....o hiperbolizándolo) ahora programado para ser el gran programador de vida.

En medio de sus proclamas, le vemos manejar la vida. Todo muy del gusto del nerdote contemporáneo, cortesía a Watchmen incluida. El resto de la película está compuesto por personajes repetitivos soltando diálogos entre lo lerdo y lo estelar (¡el maraviloso momento WEBERIANO de Billy Crudrup!) y Scott rehace escenas de sus películas anteriores con gusto (el prólogo), de su Alien, de sus secuelas y de sus imitaciones.

Se deja ver.

Probablemente porque está escrita junto a su hermano, Sven Hansen-Løve, un DJ cuyas experiencias sirvieron para esta película, situada en plena eclosión de la música electrónica francesa (donde Daft Punk y su ascenso ofrecen una cronología espaciotemporal mítica)-, Mia Hansen-Løve no fracasa del todo.

Porque su hermano vivió la época y hay un afecto tremendo en la mirada al antihéroe al que da vida Félix de Givry. Pero la tonalidad es edificante: hay que madurar, pasa el tiempo, no puede uno quedarse atrás. Y esa tonalidad edificante no es el relato de una rehabilitación, ni siquiera de las prácticas o promesas de la juventud