Después de una primera parte con una mitad con final feliz, los demonios vuelven a atacar a una casa, a una relación, a una familia que está a punto de sublimar la perfección. Pero no, el escritor de ego desmedido, el pater familias que antepone las necesidades de los demás a los de su mujer y su hijo, el hombre desenamorado que solo usa el amor de su pareja para, a partir de él, crear. El tesoro no es que te quieran, el tesoro es que tú quieras.
La segunda parte amplía la deconstrucción de la familia a la sociedad en general. Uno no es quién es, uno es lo que los demás admiran de uno. Como un buscador de likes, el escritor deja entrar en casa a, literalmente, todo el mundo, creyendo que esa admiración va a llenar un vacío imposible de llenar. Porque no somos la admiración que generamos, somos lo que somos. Y hacemos lo que hacemos. Y ni toda la admiración puede llenar el vacío que tenemos si no nos queremos. Ni siquiera el amor externo de una mujer. La protagonista es ella, pero no en cuanto a ella misma, sino en cuanto a su relación con él.
El odio, la sinrazón, la guerra se cuelan si abrimos demasiado la puerta de casa. La paternidad como trofeo, el niño masticado cual goma de mascar por los fanáticos de una obra.
No es madre! una película de terror, pero da mucho miedo.

O sea que en un mundo hipertecnificado no puedes hacer 20 copias de seguridad de un software. ¡Venga ya, hombre! Invéntate otra excusa para matar a Ana de Armas, pero no ésa. Y la trama del hijo… una hora y media para romperla al final. Es que no. Y la escena para poder hacer la siguiente.
Me quedo con la primera parte y con el final. Los insertos de sobreexplicación para que todo el mundo entienda la película la destrozan completamente. Dudo mucho que Villeneuve lo haya hecho voluntariamente y parecen más imposiciones de la productora.
Pero lo que realmente me ha enamorado es la debilidad infinita de Ana de Armas. Ya no solo está la humanidad de los replicantes, que son físicos y tienen un cerebro, y con los que, hasta cierto punto, nos podemos identificar. La inteligencia artificial Joi es, a pesar de ser un personaje secundario, un concepto que nos hace pensar en qué es la humanidad. Todavía no lo hemos conseguido, pero no está tan lejos la creación de esa inteligencia artificial que cumpla el test de Turing, a la que no podamos distinguir del ser humano. Y el resto solo es tecnología y se podrá hacer. Los replicantes, y ella, ¿serían humanos? ¿Qué nos distingue realmente? Si nos definimos por nuestros actos, Joi es un ser humano imperfecto con una capacidad de amor perfecta. Hace todo lo que puede para satisfacer los deseos de su pareja, que es también un ser artificial. Pero los sentimientos que nos provoca la película son humanos y los entendemos. Al fin y al cabo, nuestro sentimientos no son más que sustancias que genera nuestro cerebro, señales eléctricas que viajan por nuestras neuronas. ¿Por qué van a ser distintas si viajan por circuitos de una computadora o por cerebros creados? Lo único que cambia es la tecnología, pero no el sentimiento. Y, desde ese punto de vista, el día que creemos esas inteligencias artificiales con sentimientos, ¿qué nos distinguirá de ellas? Como dicen en la película, nosotros usamos un código de 4 símbolos, el genético y los ordenadores un código de 2 símbolos, el binario.
Al final, todos somos replicantes. Seres deseando encontrar las respuestas a las mismas preguntas, ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos? ¿cuánto tiempo nos queda? Que seamos creados de forma natural no cambia el que seamos como replicantes. Que Joi sea una inteligencia artificial binaria no le impide sentir un amor infinito por su ¿dueño? Ese amor puro que le hace buscarle una compañera que pueda darle lo que ella no puede, y para mezclarse con él en el nivel que le permite su tecnología, en una de las escenas más conmovedoras de la película. Si la miramos así, la película trata del amor, en el sentido más amplio: amor de un padre por su hija, de un hijo por su padre, de una inteligencia artificial por su dueño, de un creador por sus creaciones (un amor ciertamente retorcido), de un hombre por su mujer muerta… El amor como primera y última razón. Y, ¿por qué no? También del amor de un cinéfilo por las películas. Y como el amor perdona, le perdonamos los fallos de guion, los fans services y las larguísimas escenas de paisajes y le ponemos un 7.

La escena de padre-novio hija en el coche es la mejor escena con diferencia de la película. Sin efectos, sin trucos, un actor experimentado dando lo mejor de sí mismo en una película en la que podría haber pasado para poner su nombre y cobrar el cheque, contra un joven cuyo cambio de expresión refleja perfectamente todas las inseguridades propias de la adolescencia. El mundo adulto, interesado, materialista e hipócrita asusta, pero puede más la pujanza e inocencia de la juventud. Iron Man deja su aroma y el Capitán América al final es la mejor escena postcréditos, dejándote a la vez muy enfadado y extremadamente asombrado.

Sí, salen los 3. Y sale Daredevil. Y sale Venom.