"Es posible que sea yo quien necesite que lo salven", dicen Los Planetas en su 'Canción para ligar (o para que no me dejes)'. No puedo evitar acordarme de ella cuando observo la mirada de Ryan Gosling. Una mirada bipolar, de seguridad y miedo. Una mirada que busca refugio en la sonrisa de Carey Mulligan. Una mirada de 30 segundos, en la que se dice todo sin decir nada. Una mirada en la que el héroe no es él, stuntman y especie de mercenario a jornada partida, sino ella, madre joven con un pequeño cuyo padre está en prisión. Quizá sea también la magnífica banda sonora -A Real Hero, de College ft. Electric Youth- la que centra mi atención en esa mirada y la convierte en elemento en torno al que todo gira en esta maravillosa película.

No voy a hablar de las virtudes técnicas, de esa primera secuencia brutal, de esos planos perfectos, de esas escenas de acción hipnóticas, de esas imágenes ralentizadas, de esos maravillosos actores, de ese merecido premio al mejor director en Cannes... No. Solo me apetece hablar de la mirada de Gosling hacia Carey.

"Es posible que sea yo quien necesite que lo salven", decía la canción. "Pero te quiero más que a nadie/ De eso estoy seguro por mucho tiempo que pase", continuaba.

Manel G.

Gancho de izquierdas al riñón del Vaticano. Moretti vuelca toda su italiana ironía, intacta su finura desde 'El Caimán' (2006), para descorrer las ampulosas cortinas de la vergüenza litúrgica y la tradición trasnochada y un tanto estúpida -me perdonen los creyentes, nada tiene que ver esto con ellos- de toda la parafernafalia papal.

Estructurada en dos partes perfectamente reconocibles: la primera, hiperrealista sin llegar a perder el tono mordaz, de la reunión de los "candidatos a San Pedro" y la propia elección, y la segunda, abandonada al humor de Moretti, con él como psicólogo del huidizo Michel Piccoli. Un Piccoli que, por cierto, en esa primera parte, consigue empatizarme y transmitirme el absoluto cague que puede significar estar a dos metros del balcón de la Basílica de San Pedro, con toda la jauría de fieles copando la inmensa plaza y las calles del pequeño Estado y con tus colegas rodeándote en la antesala, llamándote "Su Santidad". Y tú, pobre Michel Piccoli, sin comerlo ni beberlo.

Manel G.

Llegué a esta película gracias a una entrevista al gran Enrique Urbizu en la que, respondiendo a la pregunta de qué thrillers relativamente actuales le habían impresionado, el director y guionista vasco hizo referencia a esta joyita coreana.