Jon Turteltaub alcanza su madurez y cristaliza el talento que ya apuntaba en la, aún infravalorada hoy en día, elegidos para el triunfo, y orquesta una coreografía apabullante de sentimientos cruzados sin ambages, de los de antes, sin ningún miedo a su propio corazón.
Sandra Bullock, abandona la frivolidad imperante en la mayoría de sus estériles papeles de veinteañera para componer un personaje (o más bien una persona) complejo, conmovedor, de esos que te hacen soñar con un amor con el que pasar las tardes de lluvia, con un amor que no existe, de puro terrenal. El estado de coma de Peter Gallagher (punto agudo, su personaje se llama como el actor, no creo que sea por azar) funciona como metáfora del arquetipo de amor idealizado,

Los alegres y pizpiretos bingos de la España de los 70, sirven como marco de esta crítica a la ludopatía de una sociedad cambiante con ansias del premio gordo: la transición democrática. Sus dos protagonistas, los dos ases del humor ibérico por antonomasia, hacen de las suyas para deleite del espectador, intercambiando mazazos de humor con un elenco plagado de estrellas que nos hacen recordar otro tiempo mejor.
Costumbrismo sin pretensiones y realismo marbellí se dan la mano para mostrarnos cómo, en la lógica del todo vale, estos gamberros de aupa, salen escaldados.
A destacar: ese microcosmos de rellanos, escaleras, moquetas, descansillos…
Banda sonora: pasos, motores, bocinazos, motosierra…
Todo dispuesto para la reflexión y la sonrisa agridulce que nos trae su director, y cuaja en nuestra memoria colectiva… bingo!!

La calurosa aceptación que han tenido (por parte del público) los Monty Phyton a lo largo de su dilatada carrera, es un hecho que nunca dejará de sorprenderme. Este “grupete” de amigos más se asemeja a una “troupe” de circo que a unos cómicos con formación. El denominado humor inglés brilla por su ausencia, y tanto la negrura como la inteligencia son términos que quedaron fuera guión final. Lo escatológico es el pan de cada día en una serie de gags que se prolongan hasta la extenuación. Hay pocos chistes que funcionen con independencia propia. Casi todos basan su gracia en el desprestigio del prójimo, lo que no es sino un ejemplo de mentes simples, que sólo consiguen disfrazar su ignorancia en forma de lo que ellos llaman humor. Y para qué hablar de de los decorados. Lástima que no existieran los Razzies hace treinta años. La ambientación, el vestuario, y el verismo de las interpretaciones hubiesen arrancado muchos aplausos en dicha entrega imaginaria.