Se ha dicho en todas partes que Scott se ha saltado a la torera la historia y ha contado la vida (a trompicones) de un señor zafio, mal educado, soberbio y algo vicioso y ha dado en llamarlo Napoleón.

Es su derecho y su presupuesto.

Como aspecto positivo: ahí está el Scott como prodigioso creador de imágenes y atmósferas y que es el motivo por el que pasará a la historia del cine.

Pero también aflora el Scott que cree que puede contarnos una historia rocambolesca sobre un señor cuya vida está contada y analizada casi minuto a minuto. Ese Scott que, por un motivo que sólo puedo achacar a la pereza o falta de respeto a su público, prefiere juntar estereotipos de la leyenda negra anglosajona y algunas referencias modernas a sagas seudo eróticas y cocerlo todo en el microondas de su oficio para servirlo como si fuera un plato sofisticado.

Pues no le cuela a este paladar del montón.

Ha llegado una señal del espacio exterior. Tiene buena pinta. Alejandra, astrofísica, se pone a analizarla. ¿Será falsa? Hay un protocolo que Alejandra se dispone a aplicar.

Pero entonces surgen una serie de situaciones que pondrán a prueba su largo viaje hacia la confirmación del suceso más significativo de la Historia Universal. Así, con mayúsculas.

El guión es una roca y se nota que está muy bien documentado. El director trabaja con ese buen material y nos entrega una película entretenida y emocionante a ratos que recuerda a Contact (1996) en el argumento pero que plantea de forma intimista lo que en la película de Zemeckis era adrenalina y efectos especiales.

La Paradoja de Antares nos demuestra que para hacer una buena película de genero no hace falta un presupuesto escandaloso ni grandes estrellas de Hollywood. Basta una buena historia y un equipo comprometido.

Habrá que seguir a Tinoco, a ver qué más hace.

Empieza la película con hechuras de cine negro porque una bailarina se lleva algo que no es suyo. Pero es Balagueró y él nunca nos haría eso. Pero, un momento: la bailarina se refugia en casa de su hermana. Y la hermana tiene una hija. El edificio donde viven parece casi deshabitado. Por fin, que nos abrace el misterio de los dioses primordiales. Aquí viene el Balagueró de REC, dispuesto a darnos lo que los espectadores demandan de su cine.

Pero no.

Balagueró juega a narrarnos historias de géneros diferentes que se entrecruzan, una de las cuales, no diré cuál, es un montón de lugares comunes más que sobados e hilvanados de una forma bastante chapucera cuyo desenlace adivinas nada más ver a la niña.

Regla básica del cine de género: no mezcles géneros. Y si lo haces, has de tener una buena historia y un buen guión. Y Balagueró no tiene lo primero. Y de lo segundo tampoco anda sobrado. Parece mentira que un señor que rueda una brillante REC ateniéndose a las difíciles reglas del género de «metraje encontrado» se lance a una piscina que tiene un par de dedos de agua.

Y es una pena. Porque se ven medios y buenos actores. Destaco a la sorprendente Esther Expósito y al personaje de Calvo interpretado por el veterano Francisco Boira.

Descubrí esta película el otro día en una conocida plataforma de streaming. No había oído hablar de ella. Entiendo que, en su momento, su distribución fue muy limitada.

Un intento inesperado de cultivar la ficción española de superhéroes... a la manera española: muy paródica y con cierta amargura.

Un montón de ideas sorprendentes que se hubieran beneficiado mucho de un presupuesto más generoso. Ni con el estilo de falso documental puede disimular su modestia.

Destaco a Juanjo Pardo como el superhéroe hispano Magno.

Sin límites es, al final, una serie de aventuras.

Es una historia sobre unos hombres que realizaron una gesta titánica que nunca se había hecho y que fueron financiados por la Corona Española.

La serie ha devenido polémica por unas desafortunadas declaraciones del excelente actor Álvaro Morte afirmando que había hecho un Elcano "de izquierdas" para que nadie se lo apropiara.

Y, sin embargo, yo no veo ideología política por ningún sitio. Y mira que me he esforzado. Veo a Elcano como un hombre abrumado por las circunstancias de la vida y, pese a todo, preocupado por el bienestar de sus hombres, dotado de un sentido de la justicia y de la ética que rige su vida. Es el héroe de la historia, sin duda. Magallanes, por contra, es el necesario equilibrio, es el visionario enloquecido por un sueño del que todo el mundo se burla. La bondad retorcida de Elcano podría llegar a ser empalagosa si no fuera por ese portugués meritoriamente interpretado por Rodrigo Santoro.

Me gusta que cada personaje hable en su idioma cuando toca. Los portugueses hablan en portugués entre ellos, los españoles en español. Y todos en la lengua común del imperio de aquel tiempo, o sea, el español.

Hay un tono de aventuras que hace la serie entretenida y, para conseguirlo, necesariamente se han tomado algunas licencias pero no por pereza o mala fe sino para que funcionara esta historia. O, al menos, así lo entiendo. Un director extranjero ha permitido que se asuman estas libertades sobre la historia con menos complejos que si el encargado hubiera sido un director español. Por ejemplo: ¿Quién decidió intentar volver a España por el Pacífico en vez de desandar el camino? La serie propone una posibilidad. Yo no lo veo tan terrible.

En fin, espectador, si estás dispuesto a no atender al prejuicio de Historia profanada puedes pasar un rato entretenido, como he pasado yo, porque la serie está bien hecha, con un guión sólido y una banda sonora de Federico Jusid que da a la narración un inquietante tono de misterio.