Se debería prohibir la existencia de productos como el aquí criticado, obligan a la elaboración de reflexiones para cuyo significado, el valor más bajo de la descualificación pierde cualquier característica de lo necesario para ser llamado crítica valorativa.

Eduardo Casanova debería disfrutar de su dinero con otro tipo de diversiones que no sean un peligro de contagio cognitivo narcisista, y por ello patético.

Esta película no es nada.

Hay naderías de diferentes tipos, y por decir algo de esta pieza en concreto que prueba de definirse desde su patetismo inútil como intocable, uno se permite decir, pues, lo que sea dada la impunidad de la que pretende adueñarse para que así sean tan sucios y libres los criterios como las propuestas hechas.

La decisión que engloba la empresa del rodaje es una pérdida categórica de tiempo circense, patética: y no es por ello nada desdeñable el silencio que evidencia su rastro insignificante.

Se deduce la ambición de un tipo mediocridad concreta, pretenciosamente especial y peligrosa, ya que es buscadamente (y mal llevada a cabo por ello mismo) un quiero y no puedo de frescura y modernidad insulsas e insultantes por abarcar esa voluntad eufórica de inodoro hacia tantos ámbitos dispersos de lo más repugnante de la actualidad.

El protagonista ofende al objetivo con una actuación mórbida en escupitajos de sebo adolescente mal dirigido para aproximarse al onirismo inexistente de esa misma cultura insultante de la cual, el proyecto, incluso así con esta ventaja de crédito de media simpatía tolerable, queda inmóvil en el ridículo; no consigue monetizar los mismos chistes soberbios que no se alejan del descerebramiento Youtubero más repugnante, sino que, además, logra caer más bajo todavía con la irónica pretensión de esta misma tentativa (fallida, por supuesto).

Y aquí termina la parte en la que según mi opinión, la opinión está permitida, porque para empatizar e interpretar los motivos del director no hay tiempo, y tampoco no se debería permitir el acceso ni la posesión de ese eslabón de intenciones.

Viendo esta clase de obras se hace entendible que no se pueda votar en negativo.

Lo mejor que nos ofrece este conjunto de secuencias sin demasiada apariencia lógica es su brillantísima capacidad para el desconcierto: al espectador nunca se le permite tener una buena capacidad para saber si debe sentir más lástima por el personaje o por la manera -tanto atmosférica como intencional- con que se construye su imagen fílmica.

Lo peor, sin duda recae también en ese mismo desconcierto cuando aparece puesto en favor de la seriedad, pues dentro de lo errático y desdibujado de todo el conjunto y sus posibles interpretaciones, no cesa de haber un matiz de romantización buscadamente peligrosa de esa misma ambientación mal construida; y no ya por la realidad retratada (a la que le falta interés y veracidad), sino una vez más por la imposibilidad forzada a tener compasión, miedo, empatía verdadera o lástima genuina.

Es, además, todavía mucho menos posible forzar el visionado en una dirección que permita creer que en los matices hay algo fuera de una figura dictatorial y unidimensional para explicarnos a ese mismo personaje.

No existe tan siquiera un ápiz de coherencia para comprender el vaciado absoluto de vulnerabilidad de toda la obra, y como segunda y última paradoja, tampoco se hace comprensible esta característica en ninguno de sus matices.

La construcción es de mala calidad, el relato prescindible, y lo único que se deja intuir de la dirección -y es esa la única personalidad que intenta con ánimo alguna expresión de laconismo- es que hipoteca en el personaje la fe para la invocación de una magia cinematográfica que nunca existió.

Querría serlo incluso desde la benevolencia, pero no es interesante.

La voluntad eréctil insuficiente del director reclama y empuja a unos personajes maravillosos para que resuelvan unas carencias que traspasan el caleidoscopio de cualquier posibilidad de talento, autenticidad, brillo, o incluso emoción. Si la dirección tuviera la firma de alguien con 18 años sin duda con el tiempo estaríamos ante una promesa, pero no es el caso.