Me ha parecido auténtica en su mezcla de momentos sórdidos y de instantes llenos de sentimiento, aunque nunca de sensiblería (predominando, obviamente la dureza) y auténtica también en la gestión de los acontecimientos que suceden de un modo tan verosímil, como cruelmente real. Y aunque no se resiste a la típica postdata del enfermizo optimismo infantil americano... nos ofrece la ocasión de valorar potenciales desenlaces.
Es muy de agradecer la honestidad con que los protagonistas afrontan sus momentos, carentes de sobre actuaciones caricaturescas, pese a lo abrupto de sus circunstancias.

En mi opinión le falta consitencia al guión para que sea una buena historia de ciencia ficción... demasiados flecos y fisuras en la historia para considerarla una ficción seria en la que sumergirte sin percibir cierto tufillo a inocentada americana más o menos bonista (o catastrofista, según se mire).
La historia pretende ganar solided entremezclando un relato sensiblero al que aporta demasiado porcentaje del peso de la historia. Quizás se cree que con eso se compensa la falta de profundidad argumental, a falta de incisión y desarrollo serio de los complejos temas que plantéa el aspecto de ficción.
Si bien podría ser interesante en sus planteamientos nuevos sobre las verdaderas diferencias que harían de este encuentro con extraterrestes algo interesante (conceptos que nos puedan hacer distintos a esos seres y a nosotros)... apenas pasa por esos planteamientos sin entrar a desgranarlos en modo alguno y quedándose sólo en la anécdota y un desenlace típìco, clásico, con una de esas molestas piruetas finales que lo dejan todo sin atar.
En fin... si te gustan las historias tiernas de mamis peques, etc... sin duda disfrutarás de algunos momentos gloriosos. Pero si esperas una aventura apasionante en la que el mundo conocido y el mundo extraterrestre interaccionan... ármate de paciencia y de ganas de ver lo que se intuye, se insinúa, se perfila y anuncia... sin mostrarse. El 70% de la historia dependerá de lo que tú decidas inventar.

La firma de Alex de la Iglesia es imborrable. Y es un placer contemplar que, en estos tiempos en que la vorágine del "bonismo" americano aplasta todos los resquicios de personalidad creativa en el cine (también gran parte del cine español se prostituye plagiando lo americano) imponiendo su estética impersonal made in USA, sus estrechas argumentaciones vitales, y sus mezquinas tramas tan patéticamente previsibles… Aún quedan guionistas y directores como De la Iglesia que son capaces de hablar de violencia de un modo tan profundo y personal como de sentimientos puros. Y además reirse de todo ello a la vez que nos hace temblar.

Cierto que su tendencia a caricaturizar las escenas más sangrientas, llevándolas hasta un extremo que puede resultar salvaje, es dura de digerir… pero no es menos verdad que también tiene en cuenta la dimensión más profunda de las realidades atormentadas de sus personajes y sabe hablar de ellos y de sus sentimientos de un modo sintético y directo sin caer nunca en abominable tono dulzón que impera en la mayoría de los dramas de nuestro tiempo.
Además, su capacidad de comunicar con el espectador a través de detalles tan sutiles (referencias generacionales que suponen un guiño a nuestros recuerdos compartidos) como una marca ya inexistente, antiguos locales de una ciudad…etc, y su capacidad para poner un punto de comedia absurda en los momentos más oscuros de sus personajes… me hablan de las claves que más valoro en este arte.