Intrahistoria pretenciosa e inabarcable. Si Ben Bella defendió en Evian el derecho de los argelinos a gobernarse mal si esa era su voluntad; he aquí, el derecho de Arcady a hacer mal cine. Un folletín entre pastelón y previsible que abarca una retahíla eterna de conflictos irresueltos que van desde el familiar a la descolonizador, pasando por el religioso, amoroso, intergeneracional, indentitario, de clase...así hasta el infinito.
Actuaciones papel maché y chapucerísimos efectos visuales terminan de embarrar esta malograda adaptación de la novela homónima. Sólo un insaciable interés histórico por conocer más sobre la hermética Argelia motiva no emplear sus 162 minutos en cualquier otra mortificación de mayor provecho.

Lo mejor: Argelia
Lo peor: el resto

La picaresca ya no es género patrio. Bong Joon-Ho lo hace suyo, de mano de esta singular familia de Seúl que demuestra escena a escena las desigualdades, cuando no castas, que aún imperan en el país asiático. Diálogos mordaces y una sutil pero punzante critica social la hacen brillante, a la par que exportable.Sin embargo, el cambio de género a mitad de metraje y el gusto por lo occidentalmente inverosímil reducen fuertemente su calidad hasta convertirlo en una sátira notable, pero lejos de sobresaliente.

La brillante cinta de Meirelles huele a incienso, sí, pero también a buen cine. Que pase de puntillas por los temas más controvertidos de la Iglesia no esconde la brillante interpretación de Hopkins y Pryce, en el que primero encarna un secundario Benedicto, un McGuffin octogenario sin más valor argumental que ceder paso a una biografía algo dulzona del actual papa. La suntuosidad de los escenarios y los frecuentes golpes de humor acaban por rematar esta nueva incursión de Netflix en la pantalla grande.