Una decepción cinematográfica y una estafa publicitaria.

Como serie es poco fiel a Tolkien. Los personajes carecen de interés y sus interpretaciones son un artificio. Los diálogos grandilocuentes parecen creados por una IA. El argumento no a a ninguna parte. Es tediosa.

Como ejercicio publicitario, es de juzgado de guardia. No solo es una amalgama de todas las tendencias "buenistas" de nuestro tiempo. Es, además, un ejercicio de censura a la crítica. Cuando la valoración media de la crítica "profesional" y la crítica de los usuarios distan tanto, algo falla. Curiosamente, la mayoría de los críticos cuyos extractos suelen aparecer en Filmaffinity, aquí están desaparecidos. Por contra, hay muchos "críticos" cuyas valoraciones no había leído nunca. Está todo dicho.

The Witcher me transporta, ineludiblemente, al capítulo de los Simpsons en el que Homer crea el "Tomacco", ese transgénico híbrido, mitad tomate, mitad tabaco. Una fruta-verdura tan mala como adictiva.

¿Por qué es mala? Su guión es poco original, inconsistente e inverosímil, incluso tratándose de una fantasía medieval. Las actuaciones de los protagonistas y los secundarios son, cuanto menos, nivel amateur. Los efectos especiales son, salvo sorpresas muy agradables, propios del canal SyFy. La primera escena de la serie lo dice todo al respecto.

¿Por qué es adictiva? Netflix ha entendido que, como nadie logrará llenar el vacío dejado por Juego de Tronos, necesitaremos muchas series mucho peores para curar nuestro mono a base de magia, sangre y destape. Además, Henry Cavill sabe que no sabe actuar, y como sabe que lo sabemos, no le importa recordárnoslo con un carisma de serie B encomiable. Ahora solo le falta decidir si dentro de 30 años quiere ser Troy McClure o Rainier Wolfcastle.

Empecé puntuándola con un 3. Tras cuatro capítulos, le pongo un 5. No creo que me llegue a fascinar tanto como Sharknado, pero puede optar al 7. Como una hamburguesa del McDonald's de madrugada.

Todos tenemos un familiar que en Navidad nos regala algo que le parece maravilloso y que, sin embargo, a nosotros no nos convence. Miami Vice es, en este caso, el regalo que Michael Mann le hizo a Hollywood y al público en 2006. La diferencia, sin embargo, es que probablemente Mann tiene mejor gusto que Hollywood. El problema es que, en este ejercicio de estilo hyperrealista y arritmia narrativa, el director de Heat olvida voluntariamente que el Marketing nos sugiere que al consumidor se le debe ofrecer aquello que colma sus necesidades.

Miami Vice es un juguete caro y repleto de técnica, una obra que reclama los cinco sentidos de quien la observa. Algún crítico dirá que es lenta, otros dirán que recuerda a un videoclip. Pero es más que eso. Mann juega como nadie con el silencio y con el sonido ambiente. Estos elementos sintonizan con una de las mejores bandas sonoras que nos ha regalado el cine. Bastan un puñado de tomas para comprender que estamos ante una obra de este director. Y es que, una vez más, la fotografía es la herramienta que Mann utiliza magistralmente para engrasar su obra y convertirla en un producto concebido holísticamente. Esa concepción llega hasta sus roles, interpretados por Foxx y Farrell con la suficiente fuerza como para superar el estereotipo de "tipo duro" y generar un interés desmedido por las relaciones entre ellos y sus secundarios.

Miami Vice es un film que debe verse sin esperar toparse con un remake. Ni si quiera con una buena película de acción. Se trata de algo más. Estamos ante un drama narrado bajo una dirección preciosista y envuelto en un paquete artístico sin precedentes. Una clase magistral de cine.

Obra maestra, no solo de Demme, sino también del cine. Su género, igual que su inevitable megaéxito comercial, le impiden estar en un olimpo cinéfilo que únicamente admite obras que dejan indiferente al público pero pensantes a los críticos.

Además de albergar la mejor actuación de la historia del cine, la de un Anthony Hopkins "desvetado" por la Academia en esta ocasión por razones obvias, el film transcurre envuelto en un guión elaborado y engrasado por actuaciones de alto nivel.

El Silencio de los Corderos consigue lo que muy pocas adaptaciones han logrado: superar cualitativamente a su inspiradora obra literaria. Y lo hace por méritos propios. Y es que imaginar la atmósfera asfixiante que Demme logra mantener a lo largo de toda la película, así como el pavor que recorre el cuerpo de Clarice tras cada mirada fulminante de Lecter está al alcance de muy pocos. Nunca una mirada había relatado el infierno. Hasta El Silencio de los Corderos.