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Críticas de Peripecias
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
9
9 de septiembre de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La novia es el segundo largometraje de Paula Ortiz, que se ha atrevido a adaptar la obra teatral de Federico García Lorca, Bodas de sangre, una historia de sobra conocida que nos cuenta el trío amoroso formado por la novia (Inma Cuesta), el novio (Asier Etxeandia) y Leonardo (Álex García). La directora narra este clásico sin desvirtuarlo, respetando la simbología lorquiana: habrá luna, caballo, cuchillos, sangre… que servirán de premonición del destino que les aguarda a nuestros protagonistas. La cineasta maña realiza un trabajo extraordinario en este film, convirtiendo fotograma en poesía y creando un drama tan bello como absorbente. Es difícil separar los ojos de la pantalla una vez te has sumergido en sus imágenes –atención a la fotografía- que son capaces de hablar y atrapan por completo al espectador. Chapó por la dirección artística.

Es imposible no ver que La novia es un compendio de buenas elecciones. No solo la dirección, la adaptación –casi intacta- del guion y la producción es un acierto, sino que a estos elementos se unen unas interpretaciones, tanto de protagonistas como de secundarios, que hacen realidad cada palabra escrita por el autor. Hay mucha pasión entre ellos, pero también la contención suficiente para no caer en la sobreactuación teatral. Qué decir de una banda sonora que rezuma tradición y el arraigo a lo popular que exhalaban las obras de Lorca, lo que sin duda ayuda sobremanera a la hora de crear la atmósfera del film.

La última película de Paula Ortiz es la mejor adaptación del clásico de la popular obra del literato granadino: fiel a su estilo, bello y cuidado. Es un cine sin complejos, que quiere ser grande y hablar a través de la composición de sus imágenes, llegando al centro del espectador a través de los ojos y el oído. La novia es una experiencia, La novia es Lorca.
Peripecias
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8
9 de septiembre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ken Loach es bien conocido por su cine crítico de corte político-social y con El viento que agita la cebada pretende dar su visión sobre las claves del conflicto irlandés remontándose a sus orígenes y lo hace a través de la alegoría más usada para casos de conflictos internos, la de los dos hermanos que acaban enfrentados por sus ideas. Deja a un lado personajes más históricos como podrían ser Michael Collins o Éamon De Valera para personificar la acción en dos desconocidos que deciden luchar por una causa que creen justa, pero que al ser ficticios no poseen ninguna una carga histórica, aunque se puedan encontrar paralelismos con los anteriores. De esta manera es capaz de explicar un conflicto desde la visión de la sociedad civil, con la que es más fácil que el espectador pueda sentirse identificado.

La acción podría dividirse en dos partes: la primera, que correspondería al conflicto con el enemigo exterior, Inglaterra; y la segunda, cuando se ataja el comienzo de la guerra civil. Durante todo el film se desarrolla una narración muy cruda de los hechos a través de un guion excelente, muy envolvente, repleto de metáforas y cargas morales en el que se abordará tanto la situación de la sociedad irlandesa, así como la propia dinámica interna del grupo armado y la injerencia de la política en este una vez se va agotando la necesidad de ejercer la violencia. El final de este largometraje supone la culminación de una situación que se ha ido fraguando minuto a minuto, pero no por eso no deja de ser capaz de helarnos la sangre.

Loach llevó la película a su terreno, pecando a veces de cierto maniqueísmo, y corrió el riesgo de que su cinta quedase la crítica política por encima de la cinematográfica, como llegó a pasar en muchos medios, especialmente británicos. Sin embargo, no hay que dejarse cegar únicamente por el mensaje que este cineasta inglés nos quiere hacer llegar –que incluso va más allá de la política- pues, aunque importante y extenso para el debate más encarnizado, sus cualidades fílmicas son indiscutibles. Dirección, guion, música y fotografía se unen para transportarnos a una Irlanda de los años 20 mejor que conseguida, por no hablar de las interpretaciones que aguantan el tipo en escenas realmente complicadas. Destacaría por encima de todas la de un hoy ya muy conocido Cillian Murphy, cuyo personaje sufre una evolución apabullante y que es el encargado de pronunciar una de las frases más lapidarias y significativas de todo el metraje: “Espero que esta Irlanda por la que luchamos valga la pena”.

El viento que agita la cebada recrea un momento complicado en la historia que cada uno puede interpretar de la manera que crea conveniente, pero en el que Loach va dejando unas pistas sobre las que teorizar situando su cámara en la parte menos visibilizada, dando una visión desde otro ángulo. Es una pena que el debate político pueda con un film con tantas cualidades cinematográficas: bien contextualizada y con una gran ambientación, un guion lleno de matices muy bien dirigido que deja muchas escenas imposibles de olvidar, grandes actuaciones… Sin embargo, así puede quedar probada una de las tesis que plantea la cinta y es que cuando las ideas entran en juego, hasta la humanidad puede quedar relegada a un segundo plano.
Peripecias
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7
9 de septiembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Steven Spielberg no solo es un director de cine, es una marca en sí misma, la marca Rey Midas de Hollywood. Los cinéfilos esperamos el último producto del autor de la misma manera que un hípster sueña con la salida de un nuevo iphone y, por fin, tras tres años de vacío llega El puente de los espías para que empecemos a abarrotar las salas de cine en busca de la respuesta a una pregunta que nadie jamás hizo, pero que queremos escuchar.

Esta vez el director ha escogido un guion firmado por Matt Charman y los geniales hermanos Coen que nos sitúa en el comienzo de la Guerra Fría y se centra en el personaje de James Donovan (Tom Hanks), un abogado que se verá obligado a defender a un espía ruso en un juicio para, más tarde, tener que viajar a la Alemania Oriental y hacer de mediador en un intercambio entre este y un piloto americano. Si bien la película se intenta vender como un thriller de espionaje, no cuela. El puente de los espías podría encajar más en los márgenes de un drama judicial donde se ensalzan los valores morales que en esa clasificación ya que hay más reclamos a la Declaración de Derechos que a la intriga, a los giros inesperados o a los espías en sí mismos. No obstante, el inicio de la película es cuanto menos absorbente y la narración continúa con fluidez durante todo el metraje aunque encalle en los minutos finales, en los que predominará el rosa y el apto para todos los públicos. Típico de Spielberg.

En los aspectos técnicos es donde la cinta sale a relucir, especialmente con esa fotografía granulada que parece tener voz propia desde que aparece en pantalla la primera escena, protagonizada por un Mark Rylance que se hace enorme y se pone firme ante un Tom Hanks que se está convirtiendo en esa persona mayor capaz de arrancarnos una sonrisa con solo una mueca, le sienta bien la madurez. No tanto se puede decir de la banda sonora que, pese a que no desentona, no es nada memorable, ¡cuánta falta hace siempre John Williams!

La última cinta marca Rey Midas se centra en los valores y emociones de un hombre honesto al que nadie toma en serio y es juzgado constantemente por sus buenas –pero impopulares- acciones. Un protagonista totalmente incomprendido, un falso culpable social, un Atticus Finch en la Guerra Fría, un Frank Galvin sin alcoholismo. Además del moralismo más descarnado que este encarna, encontraremos clichés un tanto manidos que podrían escenificarse con una izada de bandera estadounidense al canto de “pero mira que son malos estos comunistas”.

Y, pese a todo, entretiene muchísimo. Típico de Spielberg.
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6
9 de septiembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Robert Zemeckis le van las historias sobre hazañas personales, lo ha demostrado en varias ocasiones y con su último film, The Walk –titulada en España El desafío-, se reafirma en ello. Esta vez ha elegido una trama basado en hechos reales muy espectacular, la del funambulista Philippe Petit, al cual se le metió entre ceja y ceja andar sobre su cable entre unas recién construidas Torres Gemelas. El único que lo ha hecho en la historia.

Narrada en primera persona, corre por cuenta de un Joseph Gordon-Levitt con un trabajado acento francés y un terrible maquillaje. Desde lo alto de la Estatua de la Libertad conoceremos más sobre la vida de Petit y sobre su descalabrado plan, descrito con suficiente rapidez y sin incluir demasiados detalles que podrían hacer a la película un tanto pesada. Zemeckis consigue crear una cinta realmente entretenida, siendo además un bonito homenaje a las desaparecidas Torres que siempre son mostradas con un halo de magnanimidad, al igual que el sueño del protagonista y su intensa perseverancia por conseguirlo.

Sorprendentemente, lo que le falta al film es tensión. Las vistas están conseguidas e incluso puede sentirse en ocasiones el vacío, pero no se crea un ambiente suficiente vertiginoso como para llevarte la mano al corazón infartado. Es cierto que tiene que luchar contra el hándicap de narrar una historia cuyo final es bien conocido, pero el cine tiene recursos para hacernos temblar de pánico mucho más de lo que se demuestra en The Walk, que peca en demasiadas ocasiones de previsible.

Lo mejor del film es que te permite echar un ojo en la trastienda del sueño. Cuando se realiza algún tipo de hazaña como esta, al final solo vemos el producto acabado, el hombre y su cuerda contra 140 pies de altura, pero detrás de eso hay mucho más y ponerlo a la vista del espectador es el mayor acierto de Zemeckis, además de explotar el carisma de un Gordon-Levitt con dotes de artista. También pone hincapié –quizás demasiado- en valores como la constancia, la paciencia y la lucha irrefrenable por aquello que se quiere conseguir: Es imposible, pero lo haré.

Una pena que le falte vértigo.
Peripecias
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8
9 de septiembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad es como la poesía. Y todo el mundo odia la puta poesía. (La gran apuesta)

Dicen que la realidad supera a la ficción y, en cuestiones políticas, más aún. Este año el cine español ha dejado a un lado la Segunda República, la Guerra Civil, la Dictadura Franquista… y ha dado un salto temporal hasta el siglo XXI con la ópera prima de David Ilundain, B. En ella, se nos meterá –casi literalmente- en una sala de la Audiencia Nacional y seremos testigos durante algo más de una hora de las escandalosas declaraciones del ex-tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, interpretado magistralmente por Pedro Casablanc.

B nació en el teatro, y se nota. Que la historia transcurra en solo una sala puede resultar asfixiante, pero eso solo hace ayudar a crear una atmósfera adecuada y a transmitir al espectador la tensión que se tuvo que vivir en ese lugar y momento concreto, en el que Bárcenas por fin echó sapos y culebras por su boca y empezó a destapar la verdad de la contabilidad en “B” del PP. Para echarse las manos a la cabeza. El guion no podía ser más acertado al recortar conscientemente la declaración y haciendo que cada frase se convierta en un dardo envenenado. Este film se sostiene gracias a la dirección y a unas actuaciones remarcables, con mención especial al ya nombrado Pedro Casablanc, que se mimetiza con una soltura pasmosa en un personaje altivo, con extraordinaria memoria –para algunas cosas- y traicionado. Sin embargo, no puedo dejar de nombrar a Manolo Solo (en la piel del juez Ruz), que revela una vez más un carácter camaleónico para la actuación.

B podría parecerse al Gran Hermano de George Orwell, pues el espectador observa como si fuese un espía lo que ocurre en la sala de la Audiencia Nacional, escuchando cómo se sacan a la luz todos trapos sucios que se esconden en la trastienda de Génova 13. La cinta de Ilundain tiene mucha verdad, y eso asusta.
Peripecias
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