Los cortos y mediometrajes son un mundo en sí mismo que no conozco en profundidad. Como los cuentos y relatos, muestran sin ambages un mensaje claro, que no simple, lo que obliga a cavar en la empatía para hallar las intuiciones más esenciales del espectador. Aunque no sea territorio único del corto, aquí se explotan cantidad de recursos, que a mi parecer se hacen más visibles que en películas largas. Kieslowski ha conseguido conectar conmigo mediante una estructura mental muy bien dosificada. Describe características clave de los personajes en cada escena, así que atentos a los detalles. Ya sean protagonistas o incluso extras, la atmósfera gana autenticidad al presentarlos desde los gestos y miradas, desde las pequeñas anécdotas, desde el corazón. Las descripciones exhaustivas pueden hacerse pesadas e impersonales, sin duda largas en películas cortas. Conseguir esa naturalidad con actorazos como Mirosław Baka en escenas así es lo que, al menos a mí, me sumerge en la película.

También cabe destacar el contexto social y político del fin de la Polonia comunista, política decadente desde sus principios que se contagia a la gente con los años, que encuentra en la pelea entre los últimos un revulsivo de estatus ante un país consciente de vagar sin rumbo.

Godfrey Reggio materializa lo que se dice del lenguaje, que abarca más allá que las palabras. Aquí sobran. Conecta plano tras plano mediante un hilo argumental visual tenaz, y lo refuerza con las costuras del sonido. Lo que personalmente me impresiona, es el uso de las imágenes.

El primer documental de la serie, focalizado más en el contraste naturaleza-civilización, me fascina por igual, pero en este caso, ahonda en mis pensamientos más profundos cuando muestra las miradas, los gestos, las sonrisas de tantas personas, todas ellas protagonistas de esta historia. Consigue presentárnoslas como individuos, y no como masa, un mérito incluso para el cine de hace tres décadas, no?

Cuando viajo, observo. Observo los observadores. Y este documental es un mensaje íntimo, casi telepático, de observador a observador. Reconoce las preguntas que surgen en la mente del que observa, sean cuales sean, y las deja manar en todas direcciones, cabal caótico de ideas que no siempre se convierten en preguntas, pero que me hacen vibrar. Gracias a Powaqqatsi, he visto cosas que no vería en cualquier documental, que suelen tener otro enfoque, he visto las cosas en las que me fijaría al viajar. E, insisto en el viajar, porque también es un mensaje al mundo, al mundo rico, claro, el que puede bajarse una película en una hora y verla en la bañera un domingo por la tarde. La diferencia entre seres humanos es, después de observar estas miradas, inexistente en esencia pero vertiginosa en circunstancias.

Cuando vean esta película, unos se centrarán en el mensaje de fondo que se transmite, con el debate sobre la privacidad como buque insignia. Otros, se entretendrán más con el relato de los sucesos a lo largo de la semana de grabación en la que Snowden se alojaba en el hotel The Mira Hong Kong, en la que se incluye hasta un tenso momento digno de recurso de thriller. Y no es cuestión de menospreciar a nadie, porque todos tendrán parte de razón en sus preferencias. Mientras los primeros, además de reflexionar sobre su cuenta de Google, empaticen con las personas que se empeñan por hacer llegar el mensaje al gran público, los segundos no sólo babearán ante su no-líder, sino que también tomarán conciencia de la descomunal magnitud del caso.

No obstante, no me parece documental de Oscar ni por el bombón ni por el envoltorio, sino por esta immensa fábrica de chocolate e ilusión llamada mundo: por el significado que tiene que Hollywood premie este documental, sea o no sea cinismo, sea o no una válvula de escape para que el pueblo llano señale engreído al culpable. Más allá, el resultado es que Citizenfour será visto -probablemente- por más personas que habiendo pasado sin pena ni gloria. Hay veces en las que se reconocen méritos a hechos por el mensaje que transmiten. En este caso es, sobre todo, por lo que representa.

Los lunes al sol está hecha para ser vista en familia: en lo que cada uno considere como su familia. La película se presenta como una concesión en voz baja, es una invitación a la intimidad más transparente del ser humano; en nuestro caso, de un grupo de compañeros puteados por el paro. Un cúmulo de complejos y esperanzas, cada uno de los cuales empuja hacia el lado opuesto del otro, lo que, a riesgo de rebentar tuberías pasionales, consigue mantener a todo el conjunto unido, cuestión vital en estos tiempos.

El contexto es extremadamente actual, a pesar de estar rodada en 2002: crisis productiva en los astilleros de Vigo, por la que se prescinde de 80 trabajadores, entre ellos nuestros protagonistas.

"Lady España" es el nombre del transbordador en el que empieza -y termina- la historia, y qué mejor nombre para el buque que el que retrata a un país ridículo y sensible a partes iguales. Los matices son muchos: se ahonda en las entrañas de la clase obrera para demostrar que no todo es tan sencillo, y que la fábula de Esopo "La cigarra y la hormiga" ha quedado desfasada con el tiempo. Cuando hay hambre y no hay dinero la lucha es por la supervivencia, pero sin humor no se digiere bien la cena, y Javier Bardem reluce como chef estrella aprovechando las sobras de la nevera.

Estas palabras de San Francisco de Asís en boca de la dama del hierro privatizado, como diría Ken Loach, son fuente y sustento de este documental. Unos tacharían al monje de demagogo, otros lo harían con la Thatcher, otros con Loach y otros aplaudirían. Vender esperanza es legítimo, igual que vender humo, y además son dos cosas que están muy de moda. Solamente los artistas con una fuerte conciencia social son capaces de inventar el requesón de esperanza esferificada al humo au lait.

Esta crítica es a la vez un elogio, puesto que cine, lo que llamamos cine, pueden ser muchas cosas. Cine puede ser el arte surrealista de Buñuel, un puzzle que espera (o no) a ser recompuesto ombligo-cabeza-bomba. Cine puede ser un best seller rompe-taquillas. Y, entre muchas otras cosas, también puede ser tele, anuncios y propaganda KH-7. Cada cosa, por supuesto, tiene su lugar, y hay que juzgarla según sus pretenciones. Sin embargo, lo fácil es equivocarse y tragarse una granada donde había una manzana; almenos, eso pretende el marketing.

La lástima es que no está hecha la miel para la boca del asno, y que el género documental no es lo que mejor se adhiere a este panfleto del Dr. Mutombo. "¡Hereje! ¡Sucio traidor, puerco esclavista!" Poco controlo yo sobre mass media, pero es un secreto a voces la fabricación en masa de productos vacíos de contenido liberadores de endorfinas, otrora carnaza pa la fiera. Un relleno hecho con sobras de la semana pasada: nostalgia imperialista, humanismo renacentista, internacional socialista... -ismos movilizadores de conciencias nacidos de la esperanza y muertos por el hastío. Mucho se habla de la caducidad de los derechos de autor (y acceso al dominio público) de la propaganda nazi censurada por una razón postiza -la manipulación del pueblo, inherente en el lenguaje- en lugar de la verdadera que son los remordimentos que la relacionan con un genocidio.

El pueblo lo que busca es un líder, y Ken Loach sabe erigirse como tal. Eso no sé si es de loar, pero sin duda hay que reconocer que el hombre tiene los testículos bien puestos para lanzar una granada sabiendo de antemano que dirán: "¡qué dulce!".