Como aviso a navegantes, téngase en cuenta que se trata de la adaptación al cine de un musical teatral que a su vez adapta un novelón de ochocientas páginas del siglo XIX. Todo ello implica que la historia se simplifica y los personajes actúan de modo excesivo y adoptan sentimientos radicales en un santiamén.

Dicho lo anterior, es un peliculón en el sentido literal del término: largo, grandioso y deslumbrante. Las interpretaciones musicales son memorables: Anne Hathaway con su "I dreamed a dream" estremece tanto que uno espera que en ese momento termine la película. Amanda Seyfield con su voz angelical o Hugh Jackman -ese hombretón que encima canta bien- establecen un nivel que coloca al resto de los actores/cantantes a su sombra, de un modo probablemente injusto para ellos.

Una de esas películas que hay que ver en el cine, y no demasiado atrás, para que la pantalla abarque todo nuestro campo visual y así sumergirnos en la Francia mugrosa de la restauración. Y si en vuestro cine no tienen la pésima costumbre de encender las luces durante los créditos, os dará tiempo a secaros las lágrimas.