Dos historias que parten de un mismo lugar y una misma reflexión: "todos los días nos encontramos con personas que no conocemos, pero tal vez un día lleguemos a ser amigos" Personajes nacidos de una ciudad de almas anónimas, que viven la vida igual que consumen comida rápida, con el voraz instinto de satisfacer una necesidad, subsistir, bajo la clautrofóbica sensación de que nadie escapa a un destino previamente determinado, y que se anuncia con horas de antelación como un desenlace inexorable. Las historias van hacia su objetivo como el agua del río dentro de su cauce y los personajes se desenvuelven como marionetas de los caprichos del director, que juguetea más con los deseos que con los verdaderos sentimientos: con una mujer traficante de drogas que asesina compulsivamente para vengarse de la vida, un pobre policía sin suerte en el amor obsesionado por la caducidad de la comida de lata, otro policía bloqueado en sus sentimientos tras el abandono de una azafata y, el mejor personaje, una encandilada jovencita que asoma y se esconde del hombre al que quiere atraer, hasta...

Me ha impresionado tanto esta película como la desfachatez de algunas críticas que pontifican sobre su vacuidad. Dicen que no hay mayor osadía que la ignorancia y en tal sentido la película es doblemente reveladora, en sus alardes visuales y dramáticos, en su arriesgada construcción de personajes al límite y en su dulce-ácida crítica a la crítica. Excelente para desenmascarar a los ignorantes que confunden su opinión con la crítica y aparentemente comprensiva con ellos, al asignarles el perdón de la virtud (?) una virtud llena de excrementos. Maravillosa película, un ejercicio de reflexión, grandes personajes para grandes actores que ponen en escena ese algo incomprensible que tiene su profesión, un ramo de violetas que llega cuando ya no hay olfato y que como las margaritas no deben darse a los cerdos.

Pocas veces la exteriorización del ego ha resultado tan controvertida como en el caso de Roberto Benigni. Muchos vieron rasgos de "genialidad" en "La vida es bella", pero esta vez el camuflaje quedó debilitado por la reiteración, en "El tigre y la nieve". La película puede verse como un ejercicio de narcisismo a través del cual Benigni se siente consagrado y se libera del pudor, para mostrar el mundo más íntimo de sus fantasías; más no creo que merezca un juicio tan severo como el que con frecuencia suscita esta película, juzgada de irritante, ante la que parece haber posturas irreconciliables: entre aquellos a quienes exaspera y aquellos en los que suscita una sonrisa amable, pasando por alto aspectos tan delicados como los que salen a la luz cuando la risa, o la sonrisa, un humor tan subjetivo, trasgreden la frontera de la moralidad, el odio, la guerra o la muerte. Tal vez no resulte ni ética ni edificante, pero me parece inocente como forma de trasgresión y compleja por sus muchos referentes psicoanalíticos, que hacen de la película un ejercicio inconsciente de adivinación, reiteración y neurosis. Freud encontraría en ella un interesante material de análisis, tanto para explicar a quienes emociona, como a quienes la rechazan. Si el juicio nos situara en la coyuntura de declararle inocente o culpable, yo abogaría por la inocencia.