Pocas veces en la historia del cine, una obra logra una unión tan perfecta entre música, fotografía, ambientación y sentido literario. Una inmensa creación de Visconti y los actores, que nos han legado un regalo impagable; cada escena se integra en un todo que culmina en esa escena final, tan necesaria como dura. Como las grandes obras, hay que verla una y otra vez, si es posible, en una amplia pantalla de cine, y dejarse seducir por la belleza de sus imágenes, y asumir la terrible lección que conlleva. Cierto, no es película de consumo fácil, abstenerse los que buscan espectáculo. El cine, a veces, encarna el verdadero Arte, ese que deja una huella definitiva en el espectador, ese que cambia la forma de mirar el mundo.

La escena final, con ese magnífico Fernán Gómez, lleno de dignidad y entereza frente al trágico destino a que el fascismo llevó a tantos, es una de las mejores y más emotivas que he podido contemplar en un cine.