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Críticas de El filmósofo
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
9
7 de noviembre de 2021
147 de 184 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seré sincero: Mi cerebro postadolescente y "postpalomitero" que todavía relaciona Festival de Sitges-Miedo se esperaba una película de terror. Una película de las que te avisan de que algo va mal y la decisión correcta sería disparar tus niveles de adrenalina para combatir esa amenaza que te va a atormentar durante un rato.
Sin embargo, me encontré algo todavía más terrorífico: humanos en busca de la felicidad, humanos que creen que este fin justifica los medios, y por último, humanos que solo lo son de cuello para abajo.

Para empezar tengo que referirme a dos elementos propios de la simbología del Cristianismo, el cual está presente desde el principio de la cinta (las primeras palabras que escuchamos son las de un programa de Radio Reykjavik que se dispone a orar las plegarias de la noche). También al principio se nos presenta de forma sonora ese diabólico y todavía desconocido ser cuya perturbadora respiración volveremos a escuchar más adelante en la película.

Volviendo a los símbolos: el propio título nos introduce la idea de que los protagonistas de este film son religiosos, pues Jesucristo es el buen pastor que guía a su rebaño espiritual. De forma frecuente este rebaño es equiparado con corderos u ovejas, extremadamente gregarias y asustadizas, siempre dependientes de la aceptación de su rebaño. Aquí tenemos el primer símbolo.
Por otro lado tenemos a la cabra con cuernos de carnero (es decir, ondulados apuntando hacia adelante en lugar de curvados y apuntando hacia atrás). En la iconografía cristiana esta cabra habitualmente encarna al mismísimo Anticristo. No encontraremos la referencia directa a este ser en el film, pues permanece al acecho desde las sombras.

Bueno, ¿y a dónde quiero llegar con esto? Veamos...
El director parece presentarnos a una familia de buenos cristianos que día a día intentan superar la pérdida de su hija a través del humilde trabajo de campo y la fe cristiana. Sin embargo, un buen día Satán disfrazado de oveja decide ofrecerles un salvoconducto hacia "hamingju" (la felicidad). Nuestros ilusos protagonistas aceptan de buen grato ese regalo, que implica romper el orden natural y su código ético (y sí, me refiero al "no robarás" y al "no matarás", mandamientos que se saltan en un 2x1).
Y el problema de aceptar regalos del diablo es que tarde o temprano vuelve a visitarte y se cobra esos "regalos" con unos intereses que ríete tú del TAE.

***Por supuesto todo este rollo es mi insignificante interpretación. Seguramente tenga más sentido entender el argumento de "Lamb" como una crítica a esa manía que tenemos los humanos de jugar a ser dioses, adueñándonos de todo cuanto nos ofrece la Tierra y alterando el orden natural a nuestra conveniencia.***

Para acabar, destacar la atmósfera que consigue crear Valdimar Jóhansson. Nos mete de lleno en la idea de Locus Amoenus, le saca todo el jugo que se le puede sacar a la belleza nórdica (la verde, no la rubia) y, sin apenas apoyarse en una banda sonora de lo más sutil, consigue infiltrarnos un mal rollo incipiente gracias al magnífico uso del color y, como no, las siempre enigmáticas expresiones de la genial pareja protagonista.

Tenemos la sensación constante de que este film encierra algo, y ese algo se manifiesta en los últimos 5 minutos. No me refiero a lo que se ve en pantalla, sino a la enseñanza de que nada parecido a la felicidad se puede alcanzar mediante atajos, mucho menos cuando atravesarlos requiere dejar atrás la mochila en la que cargamos nuestros principios e ideales.
El filmósofo
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7
21 de enero de 2022
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primero vamos a sacarnos esto de encima: ¿la pareja protagonista se hace cansina? No, en absoluto. Era también mi temor encontrarme ante dos personajes estereotípicos estilo “escritor frustrado”, o una “parejita fantasiosa”, o incluso un par de discípulos devotos de Bergman. Lejos de esto, destaca la personalidad y profundidad en las actuaciones de Vicky Krieps y Tim Roth encarnando esta pareja de cineastas en búsqueda de inspiración.

Poco puedo decir de este filme sin destripar aquello que hace especial el primer visionado. La línea del spoiler es muy fina, pues sus puntos de mayor interés están en la propia estructura narrativa, lo cual la hace una película cuanto menos apreciable para los amantes del “cine dentro del cine”.

Sí puedo decir sin miedo lo que esta película no es:

Un homenaje a Bergman
Un intento de emular al director sueco
Una historia

Supongo que esto no da suficientes pistas, por lo que voy a pasar a las reflexiones que han surgido en mí ante la imagen de la mágica isla de Fårö.

Todos en algún momento creemos, o tal vez queremos que el mundo gire alrededor nuestro. A veces incluso lo llegamos a sentir realmente. Puede ser desde el egocentrismo tanto como desde la ansiedad social. Está la mujer descarada que llega a una boda pretendiendo ser el centro de atención y hacer de esa fiesta SU fiesta, y está la mujer tímida que elige su vestido a conciencia para pasar desapercibida, pero se siente en el punto de mira incluso mientras la novia camina al altar de la mano de su padre.

La verdad es que asumir el papel protagonista requiere mucho valor. Ello significa tomar una posición radicalmente opuesta al nihilismo, que ofrece el confort de la insignificancia. Protagonizar significa coger las riendas y asumir las consecuencias: de las propias acciones, y de los ocasionales arrebatos del caballo desbocado que cabalgamos desde que nacemos hasta que termina por tirarnos a tierra.

Y es que nuestra película se desmorona tan pronto como los actores secundarios fallan. Ahí nos damos cuenta de que ni ellos eran tan secundarios, ni nosotros tan protagonistas. ¿Qué es un paseo sobre la orilla más sedosa, frente al agua más cristalina, bajo la iluminación de la más bella puesta de sol… Si lo que ocupa nuestra mente es lo que no está ahí? Ese amor pasado cuyo rostro siempre es invocado por la melancolía, ese amor presente que prefiere quedarse en el bar del hotel, o esa hija adolescente tan lejana e insondable como un velero en el horizonte.

Igual que Amy, queremos meternos en el juego de otras personas y cambiar sus reglas a nuestra conveniencia. Levantar un peón, atravesar todo el tablero para secuestrar a la reina negra y traerla de vuelta hasta nuestro rey, convencidos de que saldrá bien porque “polos opuestos se atraen” y “eres tú quien decide las reglas del juego”. Nada más lejos de la realidad, hay que elegir sabiamente entre aquellas personas que se postulan para el papel coprotagonista de nuestra historia. Y mucho antes de eso, definir bien el papel de uno mismo, para así no pasar el resto de nuestra existencia culpando a actores secundarios de nuestros probables fracasos.

La autobiografía de cada persona no admite la opción de escribir un nuevo capítulo y guardarlo sin sobrescribir el archivo actual por si llegara el arrepentimiento. Cada palabra permanece como tinta de tatuaje en la piel. Mejor que nadie lo sabe Ingmar Bergman y la larga lista de actrices secundarias que dieron color y dolor a su historia, hasta (re)encontrar en Ingrid von Rosen la coprotagonista cuya colorida aguja penetró con más fuerza en su piel.

A lo largo de la película se emiten intermitentemente juicios hacia la vida y obra de Bergman, hasta culminar en la inocente e incisiva pregunta del hijo de la pareja protagonista. No sabemos si Bergman está en el cielo o en el infierno. Solo sabemos que asumió con determinación el papel protagonista en su historia, domando a duras penas el caballo desbocado, capítulo a capítulo, hasta las últimas consecuencias. Ni nosotros ni un dios cuya historia fue escrita con cuidadosa caligrafía para su idolatría pueden juzgar al sueco.
El filmósofo
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