Estoy volviendo a revisar las 5 temporadas de la maravillosa The Wire, y por segunda vez no salgo de mi asombro ante tal serie. La realidad desborda la pantalla, las escenas míticas y para el recuerdo son constantes. Río, lloro, sonrío, se me encoje el corazón, y todo eso en quizás solo un capítulo. La fotografía es brutal; las interpretaciones, en general, son de lo mejor que le ha podido ocurrir a aquellos que amamos el cine (digo cine, porque como diría Carlos Boyero, el famoso crítico, aunque sea una serie de TV, es cine en estado puro y del mejor), aunque si hay que destacar ciertos personajes, esos son: el golfo y carismático McNulty, el drogadicto superviviente Bubbles, y por supuesto Omar Little, ese gay viril que roba a narcotraficantes y que es capaz de vengar con vehemencia y violencia la muerte de su querida pareja contra todo el estamento de Barksdale; la inexistencia de banda sonora, le da un toque de mayor realidad a la serie: todo viene de las radios de los coches de los personajes, de las tiendas donde entran, o de unos cascos en las orejas.

Quizás haya gente que no sepa que muchos de los actores que participan activamente en la serie y que se mueven por esas casas bajas o pisos de Franklin Terrace, son reales delincuentes o gente que se ha movido por esos lares. Dicho esto, poco más hay que decir: el realismo supura por cada escena.

Para finalizar, simplemente disfruten. No puedo decir nada más. Un cinéfilo como yo, ha visto pocas cosas mejores en su corta vida, por no decir nada igual.

Larga vida a David Simon.