Hagamos memoria: el año 2000 fue cuando llegó a las pantallas de todo el mundo la primera entrega de los X-men. Su éxito fue tan grande, tanto en crítica como en taquilla, que consiguió que las puertas de Hollywood se abrieran de par en par al por entonces malogrado cine de superhéroes. La calidad de esta película, y también de su posterior secuela, tuvo un claro responsable: el director Bryan Singer. Él dotó a los personajes de un trasfondo e interés que brillaba por encima de la acción y de los efectos especiales. En cuanto él abandonó estas superproducciones (en la tercera parte tuvo una participación mínima y en 'X-men orígenes: Lobezno', nula), el nivel de ellas se hundió. Sin las órdenes de su capitán, la saga había chocado con un iceberg y no parecía haber ninguna opción posible para el rescate. Afortunadamente, 'X-men: primera generación' ha llegado con un buen equipo de salvamento: Singer vuelve a liderar el proyecto ahora desde el puesto de productor ejecutivo y a su lado está el director Matthew Vaughn, quien da fuerzas el universo mutante con el espíritu dinámico y macarra que ya empleó en 'Kick-Ass', su anterior creación.

Realmente, el mundo X se renueva en todos los sentidos en esta película. Como ya hizo en su día 'Star Wars', la historia viaja al pasado para contar los orígenes de todo: vemos cómo Erik llegó a ser Magneto de la misma manera que en su día vimos cómo Anakin llegó a ser Darth Vader. De esta forma, los protagonistas que ya conocíamos se amplifican mostrando facetas de su personalidad de las que no teníamos constancia (ese Xavier bebedor y ligón, por ejemplo) mientras que entre medias se nos van soltando referencias a la trilogía original a modo de gags (impagable el cameo del eternamente joven Lobezno y las referencias a la futura calvicie del Profesor X).

Además, resulta que el contexto utilizado para ambientar estos comienzos no podía estar mejor escogido: la trama se sumerge en tiempos de la Guerra Fría de una manera tan natural que al final cuesta imaginarse la verdadera Crisis de los Misiles sin que haya mutantes de por medio. Los guionistas hacen uso de este interesante trasfondo para darle a la película un toque de cine de espías que la convierte en algo más que una simple historia de iniciación a los superpoderes, ya mil veces vista en obras como Spiderman o Ironman.

Por otro lado, hay que añadir que el guión no es el único salvavidas que la película tiene a mano para el rescate de la saga; un director capaz de marcar el ritmo correcto durante todo el filme, unos efectos especiales simplemente impresionantes, y unos actores a un alto nivel (tanto James McAvoy como Michael Fassbender, en los papeles de Xavier y Magneto respectivamente, clavan a dos personajes que sus intérpretes originales ya habían hecho suyos en las anteriores entregas) aportan mucho a la hazaña.

En resumen, 'X-Men: primera generación' es una cinta que huye de todo tipo de convencionalismos y que bebe de los mejores realizadores (entre ellos, Tarantino y sus malditos bastardos en la maravillosa escena de la vendetta argentina) para convertirse en un plato apetecible no sólo para el público amante de los cómics sino también para cualquier otro espectador al que le guste el buen cine.

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Bienvenidos a este campeonato de Fórmula 1. Faltan pocos minutos para que dé comienzo el Gran Premio de Rush. En la primera fila de la parrilla de salida se encuentran Daniel Brühl y Chris Hemsworth, que conducen respectivamente los papeles de Niki Lauda y James Hunt. El primero de los dos actores tiene hoy como objetivo recortar alguno de los puntos que le lleva de ventaja Hemsworth, el cual durante las últimas temporadas ha ganado popularidad gracias al superhéroe Thor. Se nota que ambos pilotos se han preparado a conciencia para esta carrera, así que esperamos que sean capaces de transmitirnos emocionantes interpretaciones a lo largo de ella.

Todo listo para que arranque la competición. Semáforo en verde, motores en marcha, ¡empieza Rush! La salida ha sido bastante más floja de lo que augurábamos. Los pilotos ya han pasado por boxes para dejar bien fijada la forma de ser de sus personajes, así que deseamos que a partir de ahora el guión de este GP empiece a coger un mejor ritmo que evite que el público de las gradas se aburra.

Mientras que las vueltas se suceden, queremos comentar que la retransmisión del Premio de hoy corre a cargo del oscarizado Ron Howard. Ha realizado una compleja planificación previa con el objetivo de que el trabajo de fotografía sea redondo y el espectador se sumerja de lleno en la lucha. Además, está tomando una decisión arriesgada pero acertada: aunque Lauda y Hunt estén trazando recorridos muy dispares, Howard ha elegido ir cambiando el punto de vista hacia aquel que vaya más atrás, logrando hacernos vivir en primera persona el sufrimiento propio de estas duras disputas.

No podemos despistarnos de la pista puesto que la tensión de la carrera va en aumento. Nos olvidamos de la escasa fuerza con la que dio comienzo la carrera: desde que hemos superado el ecuador del GP, los bólidos circulan con una velocidad de infarto. Aunque los personajes femeninos luchan con firmeza, no son capaces de alcanzar a los principales. ¡Es imposible predecir cómo va a acabar esto!

Pese a todos los reveses que han transcurrido a lo largo de esta preciosa batalla, la incertidumbre es aún máxima en la penúltima vuelta. Y es que parece ser que esos dos rivales que al principio de la carrera eran tan opuestos tienen más estrategias en común de las que creíamos. Lo dejan claro en la secuencia de despedida que se están marcando. Queridos amigos, ¡menudo espectáculo hemos vivido en la película de hoy!


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Mucha gente creerá que es imposible rodar una comedia protagonizada por terroristas islamistas. Debo informar a los que así piensan que están equivocados, pues 'Four Lions' se estrenó hace más de tres años en Inglaterra y es una comedia protagonizada por terroristas islamistas. En estos tiempos que corren, parece que sólo se puede hablar de temas moralmente aceptables, así que el hecho de que Christopher Morris se haya atrevido a mostrar de forma cómica las aventuras que estos personajes viven mientras tratan de cometer el atentado más cruel posible es cuando menos inusual; y también muy osado.

Sin embargo, en caso de que el espectador sea capaz de dejar a un lado sus tabúes y de aceptar el humor negro desde el comienzo de la película, terminará disfrutando como un enano. Es verdad que muchos de los chistes pueden no hacer ninguna gracia de lo tontos que son y también que al principio cuesta un poco cogerles el ritmo, pero por otra parte hay muchos otros gags con los que uno se ríe a carcajadas: ya sean frases chocantes (“eras más divertido cuando ibas a volarte por los aires, cariño”), momentos de clásico slapstick, un efectivo uso del absurdo o la mejor referencia que se ha hecho a la saga de 'Star Wars' en años.

Toda esta guasa se usa como una herramienta de crítica social muy útil y efectiva. La dinámica que se sigue es simple: en primer lugar, se nos sumerge, a través del constante empleo de la cámara al hombro propio del documental y de planos de situación que nos recuerdan que nos encontramos en una ciudad inglesa no ficticia, en un ambiente muy realista y, acto seguido, se nos demuestra que en ese mundo real los terroristas que estamos viendo son unos patanes sin sentido que se guían por una interpretación del islam que tampoco tiene mucho sentido. De este modo, los protagonistas se dejan tan en ridículo a sí mismos que a partir de ahora va a ser complicado volver a tomarse en serio los discursos de los verdaderos fanáticos emitidos de vez en cuando en los telediarios.

Una hazaña aún más increíble es que, pese a ser éstos unas personas estúpidas y asesinas, el público llega a empatizar con los personajes. El mérito del logro es sobre todo de los actores. Se ve rápido que los cuatro miembros principales del reparto hacen muy buenos papeles, y eso que gran parte de su comicidad se perdió en el horrible doblaje al castellano. Entre ellos destaca Nigel Lindsay, quien se pone en la piel de un Barry que cada vez que abre la boca recuerda al excombatiente de Vietnam de 'El gran Lebowski'.

En resumen, la intención última de 'Four Lions' es quitarle un poco el miedo del cuerpo a la sociedad y hacer ver que todas esas cámaras de seguridad que aparecen a menudo en el filme no son tan necesarias como pensamos. Resulta agradable comprobar que aún existen películas que, incluso incluyendo un mensaje así de arriesgado, son capaces de hacernos pasar un buen rato.

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El mayor objetivo que tuvo el movimiento de la Nouvelle Vague a finales de la década de los cincuenta fue resaltar la importancia de la figura del realizador cinematográfico. Hasta entonces, predominaba la perspectiva de Hollywood según la cual los mayores responsables de una película eran el productor y el guionista. Los teóricos de la Nueva Ola francesa se enfrentaron a dicha idea demostrando que un buen director podía dejar su huella independientemente del contenido del guión. La reciente Mud sirve como ejemplo de esto: en ella, la visión del Jeff Nichols realizador sobresale sobre la palabra del Jeff Nichols guionista.

El texto narra las experiencias que viven dos chicos norteamericanos al encontrar a un fugitivo escondido en una isla cercana a su población. Uno de los muchachos, movido por su determinación de defender a capa y espada el ideal del amor verdadero, decide hacer todo lo posible por ayudar a ese desconocido a escapar de los cazarrecompensas que le persiguen.

Esta historia, que podría funcionar como un canto romántico nada acaramelado, no llega a funcionar bien debido al hecho de que los trucos de guión están demasiado presentes en pantalla: todo viene excesivamente atado y es evidente que cada elemento se presenta ahí por algo. Esto provoca que veamos al conjunto como algo artificioso y que no empaticemos tanto como cabría esperar con los personajes protagonistas.

Aún así, el que también fuera responsable de la notable Take shelter (2011) todavía es capaz de transmitir emociones, dado que su función como realizador es más elegante y sensible que su rol como guionista. Probablemente su mayor acierto en este largometraje es haber mezclado tan bien géneros dispares. Ayudado por una preciosa fotografía, Nichols introduce al espectador en el mundo aventurero de Tom Sawyer para más tarde desplazarlo con eficacia a un drama propio de la familia de El árbol de la vida (2011). Solo queda añadir una brillante dirección de actores para demostrar que, al menos en este caso, los teóricos de la Nouvelle Vague estaban en lo cierto.

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El mediometraje de Antonio Mercero, 'La cabina', dejó a la España de 1972 en shock al ver cómo un hombre quedaba encerrado en un reducido espacio sin que las personas que andaban a su alrededor se atreviesen a hacer algo para salvarle; ellos sólo se detenían a mirar qué era lo que sucedía. El exPresidente de la Academia, Álex de la Iglesia, bebió mucho de este referente al rodar 'La chispa de la vida', su última película. Del mismo modo que la de Mercero retrataba con eficacia la sociedad de los últimos años del Franquismo, ésta parece querer convertirse en el reflejo de la crisis económica y de valores que se está dando en la actualidad. Sin embargo, si estableciésemos una comparación entre ambas producciones, la del bilbaíno sufriría una derrota aplastante y quedaría en absoluta evidencia.

En esta cinta, el protagonista José Mota abandona la comicidad que le define para meterse en la piel de un publicista que lleva varios años en paro. Después de que le nieguen otra vez un puesto de trabajo, él decide darle una sorpresa a su mujer (Salma Hayek) y viaja hasta Cartagena. Allí descubre que lo que antes era un hotel ahora son las ruinas de un teatro romano y, tras una escena ridícula y tramposa, sufre un accidente que lo deja inmovilizado y al borde de la muerte.

A partir de ese momento, empieza a circular frente a la cámara una larga serie de 'amiguetes' del realizador que acuden para interpretar a personajes excesivos y estereotipados (el alcalde y la directora del museo se llevan la palma) que en su mayoría son alimañas malvadas sin un ápice de bondad en las venas. En medio de ese gran circo, es Hayek el único sujeto al que el espectador se puede creer. Ni siquiera con el desafortunado protagonista se puede empatizar, puesto que De La Iglesia lo vanaliza mostrándolo como un pobrecito que no tiene la culpa de nada.

El responsable último de la inverosimilitud de los personajes y también de que la película nunca llegue a cuajar es el guión. Su mayor pecado es que en ningún momento deja claro si nos encontramos en el género del drama o en el de la comedia negra, y por ello termina quedándose en un indeterminado término medio que no funciona: es imposible creerse una tragedia si todo lo que está junto a ella es absurdo.

Asimismo, otro error es querer lanzar continuamente mensajes de protesta que van en contra de demasiados ámbitos. Las quejas son tan amplias que es imposible no caer en generalidades. Esto conlleva que gran parte de los diálogos sólo sirvan para manifestar ideologías. Nada crea un verdadero atractivo (salvo quizás la bonita escena de la entrevista) y, por consiguiente, al público no le queda más remedio que darle la razón a José Mota cuando dice que “esto no se lo va a creer nadie”.

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