Qué decir de esta joyita con tanto encanto videoclubero de los 90. De Jeff Burr, director de joyas como la infravalorada "La matanza de Texas 3" o "Gritos en Olfield", esta serie B con espantapájaros poseído por maligno hechicero asesinado es tan descuidada en algunos aspectos como tan brillante en otros. Con sus dosis de gore y buenos efectos de maquillaje, vale la pena darle una oportunidad. Sin Prejuicios y sabiendo lo que se va a ver, más alguna cerveza, pueden pasar un buen rato con esta suerte de espantapájaros que al más puro estilo Freddy Krueger va probando distintos métodos para matar a los que lo crucificaron y quemaron. Y con delirios
como el dedo inseminador o el asesinato con astillas que lanza por la boca.

Brad Anderson se convirtió a primeros de los dosmil en una gran promesa del cine de género, sobre todo por las angustiosas Sesión 9, la extraordinaria (y un tanto olvidada) El maquinista o el thriller Transiberian. Poco después volvió con productos fallidos, se refugió en la Tv y otros géneros y este Blood supuso su regreso al terror. Un film que no se quita de encima esa estética telefilmera dramática, al menos al principio, pero que poco a poco va mejorando para acabar en la enésima película con niño cabrón, vampirismo para sobrevivir estilo Martin o The addiction y un nuevo hogar maldito. Una brillante Monaghan que lleva el film y un recuperado Ulrich (Scream) en algo aceptable pero que le falta el terror y tensión de sus primeras películas.

Torpe secuela del clásico por excelencia, indigna de llevar ese título, pues lo que se dice exorcista, aparte de un actor con cero carisma, sale más bien poco. Luego como casi toda producción actual para masas, su inclusión forzada ridícula y su carencia de gracia y ritmo, no ayuda, y del reparto poco salvar. Lo de desaprovechar de manera tan chabacana a Ellen Burstyn no tiene perdón. Solo salvo la escena de la apertura y otras dos de impacto, por lo demás, poco que salvar, salvo una fotografía aceptable y su partitura, estamos ante una pérdida de tiempo y un insulto a la obra maestra de William Friedkyn que merecería un director con más talento y libertad o un estudio menos pendiente de culturas woke y más pendiente de ofrecer calidad. Hace buena a la cuarta parte, que al menos entretenía.

Estéticamente y sonoramente rompedor, pero la nada más absoluta. Tiene imágenes muy potentes llenas de arte, pero cuando llevas media hora y no sabes ni quien ha caído o te has olvidado por lo dilatado de sus escenas o primerísimos planos donde no se ve qué ocurre, acabas desesperando. No es desechable del todo, porque tiene momentos de absoluta belleza, de un fetichismo propio de un Giallo de Argento o Fulci o una erótica de Tinto Brass, pero este neo western y neo poliziesco se queda en eso: Momentos preciosos y aburrimiento por lo general. Más cerca de Jesús Franco que de Enzo Castellari.

Una pena, soy muy fan de ésta saga e incluso las tres últimas que se consideran las más flojas me parecen muy interesantes a nivel artístico. En ésta tenemos varios problemas de ritmo por una descompensacion de calidad entre unas historias y otras, y también le falta una escena de impacto. Cada vez se parece más, y ésta sexta entrega sobre todo, a esos tebeos/joyas ochenteras: 1984, Metal Hurlant, Creepy, Zona 84 que contenían selecciones de historietas para adultos de ciencia ficción, terror, underground y ahora incluso coqueteos con el policíaco, catastrófico e incluso Tron, pasado por el buen toque gore y extremo. Porque si algo intenta la saga es ser cada vez más original, incluso si para ellos tiene que ignorar cada vez más el terror puro que sí tenían las dos primeras(¿Porqué esperaba que hubiese una historia de esos zombies que hacen dos apariciones testimoniales?). Todo ello pasado por una estética cada vez más artística y underground que invita a verla con unas cervezas de más o cigarrillos de la risa. A destacar por encima del resto los segmentos dirigido por Scott Derrickson ( El exorcismo de Emily Rose) y el de Gigi Saul Guerrero.