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México México · Ciudad de México
Críticas de Iván Rincón Espríu
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Críticas 122
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
25 de enero de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor de esta película es la actuación de Susan Sarandon: excelente, rotunda, nos convence de la sinceridad y la honestidad de su personaje…

La monja Helen Prejean es autora del libro Dead Man Walking, que narra su relación con Patrick Sonnier, preso en el pabellón de la muerte por la violación y el asesinato de una pareja de adolescentes en el estado de Luisiana en 1982. Ella formaba parte de un proyecto de apoyo a condenados a muerte desde 1981 en Nueva Orleans y, luego de establecer correspondencia con el acusado, fue su "consejera espiritual".

Escrita, producida y dirigida por Tim Robbins, más actor que director y entonces pareja de Sarandon, la película se basa en dicho libro, que además de ser un testimonio personal, reflexiona sobre el sistema judicial de los Estados Unidos y particularmente la pena de muerte desde una perspectiva espiritual.

De ahí que la película sea su dramatización y haga tanto un alegato contra la pena capital como proselitismo católico. Desde luego, denuncia que los condenados a muerte en los Estados Unidos siempre son pobres y suelen ser negros o latinos, pero el resto de su discurso es más religioso que ético.

Entre comentarios racistas y xenófobos, el presunto criminal declara su admiración a Hitler y Castro, como si esos personajes históricos tuvieran algo en común, con lo que se nos envía también un mensaje político.

La película comienza con imágenes reales de Prejean, cuyos ojos en su juventud eran muy parecidos a los de Sarandon, tan expresivos a su vez que terminan por ser, después de años y décadas, lo más memorable de todo.
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Iván Rincón Espríu
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8
21 de enero de 2024
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En Sicario (Estados Unidos, 2015), cuyo título en español es ‘Sicario: Tierra de nadie’, el cineasta canadiense Denis Villeneuve vuelve al estilo personal de Incendies (Canadá, 2010), luego de su paso por el thriller policiaco y dramático (Prisoners, 2013) y el thriller sicológico (Enemy, 2013), uno como Mystic River, de Eastwood, otro como Cronenberg y Lynch…

En resumen, Sicario narra operaciones conjuntas de corporaciones policiacas de los Estados Unidos en territorio mexicano sin autorización legal, para combatir al cártel de Ciudad Juárez, Chihuahua. Aliadas con la competencia regional del cártel mexicano, dichas corporaciones están infiltradas por éste, que además cuenta con la cooperación de la policía local, de modo que, maniqueísmos aparte, los enemigos aquí son la misma cosa y al final resulta que una venganza personal es parte de la misión.

Sicario también es un thriller policiaco y dramático, pero con horror en dosis inevitables cuando se trata de narcotráfico mexicano, pues los cárteles que asientan sus reales en México desplazaron a los colombianos con una violencia descarnada, inhumana y brutal.

Las influencias y analogías son notorias:

Como Zero Dark Thirty (Estados Unidos, 2012), de Bigelow, lo que tiene Sicario de policiaco es más bien paramilitar con tintes políticos: la CIA coordina operaciones de bandas en primer lugar y de corporaciones en segundo lugar. La protagonista es una mujer que asciende al liderazgo en la guerra soterrada contra un enemigo criminal que nunca enseña la cara, con la diferencia de que aquí no es Osama bin Laden el objetivo, sino el capo mayor de un cártel mexicano que tampoco es mencionado por su nombre.

Zero Dark Thirty reconoce abiertamente la negación de los derechos humanos a los presos en Guantánamo y el uso recurrente de la tortura como base de las pesquisas que, según la versión oficial, dieron con la guarida del líder de Al Qaeda y permitieron asesinarlo (versión “engañabobos”, según la inteligencia informadísima de James Petras). Sicario, por su parte, plantea una hipótesis públicamente conocida, pero no reconocida oficialmente: la incursión ilegal en territorio mexicano para la realización de operaciones policiaco-paramilitares contra una red criminal que también opera en ambos lados de la frontera, narcotráfico básicamente mexicano. El bastión es Ciudad Juárez, Chihuahua, cuya policía trabaja para el cártel, así que los gringos, con sus corporaciones infiltradas, actúan por cuenta propia.

En Sicario, las secuencias que alternan blanco y negro con iluminación infrarroja son similares a las que vemos en Zero Dark Thirty durante 40 minutos, con la diferencia de que Sicario es una película honesta y muy superior...

Entre Incendies y Sicario, para comparar lo mejor del mismo director, una diferencia sustancial es que la producción de aquélla es canadiense-francesa, mientras que la de ésta es gringa y cuenta con tres actores taquilleros de Joligud. Otra diferencia es que la narración de aquélla es discontinua y alterna capítulos de historias paralelas que se unen al principio y al final, mientras que la de Sicario es lineal, aunque no menos compleja en cuanto al argumento y la trama.

Una similitud interesante es que un coche atraviesa la frontera en ambas películas. Aunque nunca se dice de qué países vecinos se trata en Incendies, es posible inferirlo, y alguien hace bromas irónicas dentro del coche sobre la conflictividad de la relación histórica y vecinal. En Sicario, los protagonistas cruzan la frontera y alguien narra la visita de un presidente gringo a Ciudad Juárez en el pasado remoto para transmitir el miedo que inspira desde entonces «La Bestia», como se refieren al lugar. La referencia histórica intenta ser anecdótica, pero no transmite nada, ni conocimiento ni miedo, y resulta inverosímil que un agente de la policía paramilitar imparta cátedras de historia. Minutos después, los visitantes (más bien invasores) ven cadáveres colgados de un puente, desnudos y mutilados, y el mismo personaje explica la finalidad de mutilar los cuerpos, pero a pesar del tono cínico, su explicación es sicologista, casi académica y, en consecuencia, igualmente fallida.

Por lo demás, el guión es casi tan meritorio como el de Incendies, basado en una obra de teatro, con la diferencia de que Sicario es totalmente original. Entre sus grandes aciertos, la pesadilla de Ciudad Juárez es representada como un síndrome: la gente de a pie parece hacer abstracción de la barbarie para paliar el miedo, la zozobra, lidiar con el peligro cotidiano, la amenaza… Y abundan detalles no menos acertados en la puesta en escena, como las fotocopias tamaño carta con rostros de mujeres desaparecidas.

La protagonista es usada para legitimar operaciones ilegales, y los operadores revelan a cuentagotas el propósito de cada paso que dan, lo cual resulta intrigante y oscuro en la medida que gradualmente nos enteramos de que nada es lo que parece, que tanto la estrategia como las tácticas suelen prescindir de legalidad y hasta de ética: Para combatir a la escoria hay que ser como ella, inclusive hacer alianzas con alguno de los bandos criminales para eliminar a la competencia. Al final, se trata de una guerra por el monopolio regional del crimen organizado y, según la política rectora en cualquier sistema social, sólo el Estado puede garantizar algún control sobre la circulación de mercancías. No se trata de acabar con el narcotráfico, sino de controlarlo. Esa es la principal diferencia con Traffic (Estados Unidos, 2000), de Soderbergh, cuya premisa es que la guerra contra las drogas no tiene salida ni final, es un laberinto en espiral. Ninguna de estas películas lo dice, pero es imposible soslayar que, además de la lógica del mercado en el capitalismo, la raíz del problema es la prohibición. Todos saben eso, empezando por quienes impiden la despenalización de las drogas como principio de la solución, porque los intereses en juego importan más que la salud pública y social.
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Iván Rincón Espríu
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7
19 de enero de 2024
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Thriller negro al estilo francés durante la primera media hora sobre un atraco bancario que tiene lugar en Boston perfectamente orquestado por la mente maestra de un pragmático y exitoso empresario y deportista, interpretado a su vez por Steve McQueen con el carisma y la naturalidad de quien tiene confianza en sí mismo.

Luego aparece Faye Dunaway con pestañas marca Diablo en detectivesca función por parte de la compañía aseguradora para trabajar en equipo con la policía, descubrir al autor intelectual del millonario robo por pura intuición femenina y echar mano de sus seductores encantos para enredarse con él. Entonces la película pasa del clásico ‘noir’ al suspenso romántico, por llamar de algún modo al subgénero que une intriga, engaño y traición con un escarceo amoroso en el que ninguno de los dos quiere renunciar a su rol primario. Se trata de ver quién es más listo y resulta que, al final, quien gana la partida de ajedrez pierde el juego mayor.

Bajo la dirección de Norman Jewison, con la audaz edición de varias escenas simultáneas, esta cinta de 1968 tuvo un remake en 1999 con Pierce Brosnan y Rene Russo como protagonistas, adaptando la historia original al robo de una pintura.
Iván Rincón Espríu
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7
19 de enero de 2024
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Tercer largometraje del inglés Steve McQueen, ahora con Brad Pitt a la cabeza de la producción y en un papel menor.

El guión escrito al alimón por el propio McQueen y John Ridley adapta un relato autobiográfico de Solomon Northup en sentido contrario a 'Django sin cadenas', de Quentin Tarantino, pues el protagonista es un negro culto de Nueva York, virtuoso del violín, que nació libre antes de la Guerra Civil en Estados Unidos, pero fue secuestrado y vendido como esclavo en Nueva Orleans, con otros, a un sádico terrateniente, magistralmente interpretado por Michael Fassbender, actor fetiche del director (que también es negro, por cierto).

Chiwetel Ejiofor en el papel protagónico no es un gran actor, pero la dirección lo hace aceptable y lo apoya un reparto multiestelar como pasarela de célebres actores que difícilmente aparecen más de cinco minutos en pantalla: Paul Giamatti, Paul Dano, Benedict Cumberbatch, Lupita Nyong’o, Alfre Woodard, Brad Pitt…

Quvenzhané Wallis ('Bestias del sur salvaje'), por ejemplo, hace un papel ínfimo, casi de extra, como hija de Northup.

Además del guión, la dirección y las actuaciones, la cinta es excelente en todos sus aspectos, entre los cuales destaca la música original de Hans Zimmer, el diseño de arte y producción… Enmarcados por una fotografía poética, los cantos negros son de una belleza profundamente melancólica. Por su creatividad, el sonido es comparable con el de 'La bruja de la guerra', de Kim Nguyen. La fragmentación cronológica es tan precisa como sutil (McQueen es un perfeccionista).

El efecto general es un fuerte impacto en la conciencia por una época tan vergonzosa como la esclavitud en Estados Unidos, que exacerbó la maldad intrínseca de su gente. El drama personal de Northup es representativo de aquella vergüenza histórica.

Con ganas de señalar algunas fallas, diría que no es del todo claro cómo un esclavo de Georgia, presuntamente criminal y, a la postre, fugitivo, logró la suplantación del protagonista; que el lamento de una esclava separada de sus hijos al venderla parece razonamiento ilustrado; que falta, por lo menos, un primer plano en la secuencia de la horca; que Wallis no debería prestarse para papeles ornamentales; que Pitt carece de proyección, como actor es mediocre y gris…

Por lo demás, quizás había material para tres horas de duración.
Iván Rincón Espríu
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6
17 de enero de 2024
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Drama romántico y musical que hizo famosa por siempre y para siempre a Jennifer Beals, de quien me enamoré, con quien soñé despierto, a quien dibujé con obsesividad. Atlética y energética, la actriz y bailarina de angelical belleza y salvaje sensualidad, tenía entonces veinte años y actuaba por segunda ocasión, después de un papel menor en 1980.

Flashdance es también el segundo largometraje que dirige Adrian Lyne, después de 'Zorras' y antes de 'Nueve semanas y media', que ya comentamos, además del video de la canción 'Maniac', compuesta por Michael Sembello para la película. Las secuencias de todos los números musicales tienen un estilo de video musical que influyó en otras películas.

'Electrodanza' coincide con 'Fama', de Alan Parker (Estados Unidos, 1980), en muchos de los premios a la banda sonora y la participación de Irene Cara, protagonista de aquel musical, intérprete de la canción principal en este caso (Flashdance... What A Feeling) y compositora de la letra, junto con Keith Forsey; el autor de la música de la película en general es Giorgio Moroder. Pero huelga decir que, más allá de las mencionadas coincidencias, Lyne no alcanza los talones de Parker.

La actriz y bailarina francesa Marine Jahan dobló a Beals en algunas escenas de movimientos atléticos, y esta revelación tras el estreno causó un escándalo que afectaría la carrera de la actriz protagónica, pero no obstó para que la película tuviera uno de los mayores éxitos de taquilla de los años ochenta. Con el tiempo, a cuatro décadas de su estreno en 1983, nos hemos enterado de que inclusive un hombre participa en ese doblaje de cuerpo, sobre todo en el baile final…

Por lo demás, se trata de un título más bien menor, como todo cuanto ha dirigido Lyne. La fotografía es de lo mejor, pero no vemos grandes actuaciones. El momento en que la joven (obrera de día y bailarina de noche) se baja la pantaleta es el más desafortunado, y el esquizofrénico acto del mimo, el ventilador y el estroboscopio sale sobrando. El argumento, en suma, es mínimo y, además de las secuencias musicales, contiene demasiada paja de relleno, incluyendo una sub-trama sensiblera. Sin eso, la historia podría narrarse en quince minutos o menos.
Iván Rincón Espríu
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