El tiempo pasa y las Chicas Gilmore continúa siendo una de esas series atemporales a las que acudes con una taza de chocolate caliente (o mejor, ¡café!) para acurrucarte en el sofá y, sencillamente, disfrutar de un buen rato. Más que eso, incluso, diría que es la única serie en el mundo que, una vez terminados un par de capítulos y tazas de café, me da ganas de... ¡estudiar! Sí, has leído bien. Me da ganas de estudiar y, no sólo eso, me da ganas de hacer una maratón de El Padrino 1, 2 y 3, de retroceder en el tiempo para ir a un concierto de las Bangles, de leerme los grandes clásicos de la literatura universal y de ver nevar desde cualquier rincón de Stars Hollow. Porque así son las Chicas Gilmore, una serie que hace grandes los pequeños placeres de la vida, convierte en tonterías los problemas y le da valor a las emociones por locas que éstas sean.

En fin... dijo Rory que "vivir en Stars Hollow es ya una actividad social" y no es para menos. Sus personajes secundarios hacen acogedora y divertida la pantalla, mientras que unos ingeniosos e inteligentes diálogos se nutren de referencias culturales para abordar cuestiones de la vida, las más tontas y pequeñas, pero importantes. Todo ello en esta serie en la que las chicas populares son las más listas de la clase, el amor romántico no es lo primero en la vida de una chica y una madre y su hija son madre e hija, a veces, y amigas, siempre.