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Críticas de Hombre Superfluo
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
7
14 de abril de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya algunos años, una película muda se alzó con varios premios Óscar y en Cataluña, otra cinta sin palabras se erigió ganadora del cuasi cómico galardón a la mejor película en habla catalana. En ambas propuestas, la falta de diálogos se debía a una licencia artística, a una restricción autoimpuesta por el director o quizá como guiño nostálgico a los albores del cine, ya que los diferentes personajes sí interactuaban entre sí. Se comunicaban y resolvían sus conflictos, parte intrínseca y fundamental de cualquier historia, la resolución de algún problema planteado.

Lo que no recuerdo tan fácilmente es una propuesta en la que la falta de diálogos no se deba a una incapacidad técnica, auto restricción o exigencia del guión, sino a la ausencia de un personaje secundario que pueda responder al personaje principal en la resolución de sus cuitas. Seguramente habrá cientos de películas experimentales que se atrevan a tal temeridad, pero me temo que no dispongo de tanta paciencia para visionarlas. El riesgo que se corre me parece enorme. ¿Cómo mantener la atención del espectador durante más de hora y media sin comunicación verbal alguna? Porque incluso en Johnny Cogió su Fusil, a partir de una voz en off se pueden escuchar los pensamientos de un herido de guerra que queda postrado en una cama sin poderse comunicar con el mundo exterior, aislado, como un ordenador sin conexión a internet, sin teclado, sin pantalla.

En efecto, el peligro resulta mayúsculo, pero en mi opinión alguna vez merece la pena arriesgarse. Cuando todo está perdido termina siendo una película más que aceptable, creo que infravalorada y con una carga simbólica muy fuerte, a la par que sutil. Más de noventa minutos sin diálogos salvo una brevísima introducción inicial que en realidad hasta sobra, y un desolado “Fuck” a lo largo del metraje.

El argumento se puede resumir en una frase. Un hombre entrado en años sufre un accidente en su velero mientras navega en solitario a lo largo del océano Índico e intenta sobrevivir a toda costa.

Un gran Robert Redford encarna a un marino quizá poco experto para la travesía elegida, lo que resume muy bien la falta de respeto que se tiene hoy en día por la naturaleza. No solo en cuestiones ecológicas, sino que muchas veces no se valora adecuadamente la implacabilidad de la misma.

Creo que el bombardeo constante de las gestas personales de individuos muy solventes en los medios de comunicación ha lanzado a mucha gente a emularlos sin una adecuada preparación. En una foto o en ciento cincuenta caracteres parece imposible resumir años de preparación. En mi opinión, esta falta de respeto se encuentra unida a la próxima gran burbuja de occidente que queda por explosionar, la del ego.

La película también representa muy bien lo absurdo que puede llegar a ser el desarrollo económico y social basado en el consumo. Deja entrever el conflicto entre la soledad del individuo frente a una sociedad tanto virtual como real, aparentemente homogénea, que como el agua siempre acaba adaptándose al medio y engullendo cualquier cuerpo extraño. Sin embargo, el fuerte instinto de supervivencia prevalece y por muy tentador que parezca dejarse hundir, siempre intenta uno mantenerse a flote. Nada que no se haya tratado antes, pero pocas veces se ha sido tan contundente sin palabra alguna, con tanta austeridad.

Las similitudes por ejemplo con El Viejo y el Mar parecen claras, pero si bien en aquella novela se nos presentaba al personaje, su entorno y sus recuerdos, en este caso, del héroe no se conoce absolutamente nada, ni siquiera su nombre. Aun así el protagonista no queda desdibujado del todo. Su presencia sí puede resultar algo fría, y quizá éste sea el mayor defecto de la película y la razón por la cual su repercusión no haya sido mayor.

Una fotografía real, simbólica, bonita, con pocos efectos especiales digitales y sin bruscos movimientos de cámara gustará tanto a los que se sientan y no se sientan navegantes. Sin ser experto en la materia, ni mucho menos, salvo en contadas ocasiones, la verosimilitud de lo ocurrido parece bastante aceptable, aunque seguramente tendrá fallos técnicos que yo no aprecié.

La banda sonora encaja y el final casi cerrado deja un hilillo de esperanza para los optimistas, tanto religiosos como no religiosos.

En definitiva, me parece una película original y que merece la pena. Además se puede ver tranquilamente, sin prestar una atención desmesurada, sin miedo a perderse alguna frase clave. ¿Qué más se le puede pedir?
Hombre Superfluo
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5
14 de abril de 2019
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En ocasiones, una película mal hecha entra por los ojos mejor que una buena. Con las personas ocurre lo mismo. Cierta gente se empeña en cometer los mismos errores una y otra vez y sin embargo todo les sale perfecto, incluso el caer bien. El hermano de mi madre, con el sentido de ironía que le caracteriza, siempre se vanagloria de ello.

The Dirt es un claro ejemplo de una pésima propuesta cinematográfica que me ha tenido pegado a la pantalla. Los actores me han parecido una mala caricatura de los músicos que representaban, como si transmitieran al espectador que el drama que viven no se lo creen ni ellos. Los diálogos tampoco fueron muy ingeniosos, ni las bromas. Las frases grandilocuentes se quedaban en solo eso, en palabras gruesas que valen lo mismo para hablar de un grupo de Glam Metal que de aquel club de lectura de ancianas revolucionarias que descubrieron en su senectud a Mao Zedong en la cómica Crisis in Six Scenes. Faltaban detalles personales, esos detalles que nos empecinamos en borrar de las fotos, lo cual convierte a un individuo imperfecto en un perfecto muñeco.

El guion no resultó convincente y tal y como ocurrió en Bohemian Rapsody, los hechos reales se comprimieron para que cupiera todo en las dos horas de metraje. En mi opinión, el cine no debería consistir en un concurso de comer todo lo que se pueda en ciento veinte minutos, sino de digerir cualquier hecho por el camino más elegante posible.

Aun así, no puedo quitarme de la cabeza la película y la razón la tengo clara: La cinta versaba sobre Mötley Crüe, uno grupo de música que me retrotrae a esa edad en la que se deja de ser un niño para convertirse en adolescente y no se es ni una cosa, ni la otra. Si hubiera nacido quince años antes, probablemente escribiría sobre Black Sabbath, quince años después puede que fuera sobre The Artic Monkeys, y si me tocara cumplir en la actualidad trece años, hablaría sobre Maluma. Es así, a cada cual nos influye lo que nos tocó vivir y durante el nacimiento de mi pubertad me cayó encima el yunque de rock de laca de los ochenta.

Creo que siempre que recuerdo la música que escuché, pienso lo mismo. Me repito. Los rebeldes ya están contemplados por el sistema. Esta cita de 1984 junto a la que dijo Julia, la novia de Winston Smith: Soy rebelde de cintura para abajo, fueron las que se me quedaron grabadas cuando nos obligaron a leer la novela en el colegio, supongo que para que cayéramos en la cuenta de que en occidente ya no merece la pena cualquier forma de hostigamiento al poder. A modo de sucedáneo revolucionario y para canalizar esas ansias de juventud, parece que se crearon aquellos grupos de música con estética satánica y así los adolescentes pretendíamos ser malos e indómitos y los adultos pretendían que se indignaban. Todo estaba bien montado y planteado, aunque no fuera del todo premeditado, porque me niego a pensar que el mundo se rige por unos pocos que conspiran contra el resto.

Incluso el nombre del grupo le podía hacer pensar a uno que formaba parte de unos partisanos desorganizados, pero muy románticos que luchaban contra imperios, porque precisamente eso es lo que significa motley crew, cuya traducción bien podría ser: pandilla ecléctica. Así se comportan los piratas o los ejércitos irregulares como el de Pancho Villa.

En su día no conocía el significado de motley. Lo supe en clase de lengua cuando leímos un relato corto sobre unos arlequines dispares que se hacían llamar así y yo enseguida lo asocié a mis adorados satánicos de pega, como quien cree haber descubierto una relación fabulosa entre el relato y la banda de Los Ángeles, pero que finalmente resulta estéril. Motley y crew son meras palabras y ambas independientes una de la otra. Las diéresis solo decoraban y al escribir mal crew, simplemente intentaban llamar la atención, como el famoso: Cum and Feel the Noize de Quiet Riot, que además daba lugar a otro tipo de interpretaciones más lascivas, o la incómoda moda que vi con mis propios ojos de ponerse los pantalones vaqueros con la cremallera y botones al revés, hacia la espalda.

Todo fue pura ficción, la rebeldía contenida, los excesos que vivíamos en boca de extraños, porque con trece años, lo más que podría haber esnifado eran las rayas de hormigas que en la película se metía Ozzy Osbourne. La realidad fue que éramos unos niñatos con pósters de otros niñatos que lamían a mujeres turgentes. Todo saturado con mucho maquillaje, pelo cardado, grandes dosis de cuero con cadenas y demás horteradas, aunque se transmitía cierta energía y optimismo. Otros como James Hetfield de Metallica no opinaban lo mismo. Estuvo inspirado cuando dijo: “El otro día vimos unas prostitutas que acabaron siendo Mötley Crüe”.

En aquella época todo ese ambiente me parecía fascinante. Las peleas, los coches, las luchas de mujeres en bikini cubiertas de barro, el fuego, la sangre de broma, el famoso bar Rainbow en el que entraba Lemmy Kilmister de Motorhead y junto a su famoso jack & coke, una camarera le entregaba su correo. Lo bueno de ser el eterno espectador es que el sexo, drogas y rock n’ roll se vive sin el miedo a contraer enfermedades, ni el internamiento en clínicas de rehabilitación, ni se intenta tirar la vida por la borda como si no hubiera un mañana.

Un buen día, mi padre y yo hablábamos de música y de cómo él podía tocar con la guitarra casi cualquier canción después de oírla. Me retó a buscar una que no pudiera tocar y enseguida le mostré Kickstar my Heart, tocada a una velocidad endiablada y una distorsión imposible de conseguir con su guitarra acústica acostumbrada a las notas más pausadas del Country en boca de Willie Nelson o Kenny Rogers. Perdió la apuesta, pero no me dijo que lo que escuchaba era basura, ni se asustó de la letra que decía cosas como que cuando se colocaban, lo hacían con speed y conducían ebrios sus coches deportivos, mientras la policía les perseguía. Pareció un momento respetuoso y de cierta confianza hacia mi persona.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hombre Superfluo
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