¿Para qué engañarnos? La primera vez que tuve conciencia de "Lady bird" fue en el anuncio de las nominaciones a los Premios Oscar. Ante los halagos por parte de los presentadores de estas y en mi afán por descubrir más sobre lo que parecía una de las pequeñas obras de arte del año, me aventuré a leer las críticas. Unanimidad: la crítica se deshacía en elogios ante Greta Gerwig, la que muchos consideran la musa del cine independiente.No obstante, el efecto producido en los espectadores, por lo general, es más bien el contrario. Una trama más bien carente de historia es una de las principales acusaciones que el público otorga a la película.

"Lady bird" se centra en la transición de su protagonista del instituto a la universidad. Tanto es así, que la película termina por adquirir entidad propia, absorbiendo el carácter y la identidad de la joven que responde bajo el artístico seudónimo: asistimos de forma efímera al primer amor de juventud, y de manera más fugaz si cabe a su partida; temas sociales como la pobreza o la crisis económica, que suelen funcionar como eficaces llamadores a la empatía son abordados casi con la misma superficialidad.

Lady bird es un ser egocéntrico, que se considera el centro de su propio universo, mostrándose incapaz de pensar en aquellos que giran a su alrededor, en palabras de su madre. Sobre esta, presentada como la parte antagonista a la incipiente libertad, la malvada villana cuyo fin es coartar a su hija, tampoco llegamos a profundizar. Ni la odias ni terminas por hacerte una idea determinada, ni sobre ella ni sobre ninguno de los personajes.

Como si viviésemos unos días en la piel de Lady bird, en la rápida autopista que nos conduce de la frenética adolescencia a la inesperada y deseada madurez.