Inspirada en la reciente crisis de las subprimes, es una crítica a los excesos de la economía financiera, inmersa en una especulación cada vez más alejada del valor real, tangible, de los bienes y las empresas. Lo vemos desde el lado de los perdedores, los que se quedan sin trabajo, los que no pueden seguir manteniendo su nivel de vida. Algunos no nos afligiremos con el protagonista que no puede pagar su Porsche..., pero seamos sinceros, ¿Es que en España no hemos vivido también más endeudados de la cuenta?, ¿Es que la economía de nuestro país no ha campado por encima de nuestras posibilidades reales? El mal es general. El protagonista tiene que "tomar tierra" y el cambio le resulta terapéutico. La alternativa, aunque algo utópica, nos la da él y Lee Jones: es una economía más humana, más real y más ética. Al fin y al cabo, para eso está.

El singular paisaje de las Highlands respira, a través de una música propia, en medio de este relato épico de romanos. Los britanos aparecen muy realistas, con su vida tribal y sus ceremonias, como si fueran los indios americanos de 15 siglos después. El argumento es de ideales y sentimientos potentes, pero no se matiza suficiente la diferencia cultural entre romanos y britanos. Ambas culturas estaban en un nivel de desarrollo muy distinto y, sin embargo en la película, hablan el mismo lenguaje y con los mismos valores. Ha faltado pues un asesoramiento histórico y sociológico que hubiera aportado solidez argumental. La historia transcurre con interés todo el tiempo y al final te deja esa sensación infantil de haber visto un peliculón, "una de romanos", pero no te deja mucho transfondo.

Con su lenguaje claro y rotundo, Eastwood nos traslada una preocupación real que, seguro, él mismo se está planteando; es la pregunta del millón: "¿Qué hay después de la muerte?". Y lo hace desde su mirada americana, un punto de vista que puede parecer vulgar o superficial, pero que es el que podemos tener un importante sector de la población occidental.
No deja de lado ningún aspecto del tema: 
- la existencia de una investigación científica sobre las experiencias cercanas a la muerte
- la trascendencia emocional que tiene sobre todo para los que acaban de sufrir una pérdida
- el negocio que supone el asunto, ya sea la literatura o la videncia
- la manipulación y superchería que campan por sus respetos
- la "conspiración de silencio" a la que está sometida la cuestión, aprisionada entre el lobby religioso y el agnosticismo que se deriva del chato racionalismo imperante en la ciencia en general.
Todo ello está barajado en la película con una estructura dinámica de historias cruzadas, unos actores muy bien dirigidos, resultando un producto entretenido y a la vez honesto.
Sólo echamos de menos la mirada introspectiva, ya sea en el ámbito de la investigación o de la experiencia interior. Pero esta dimensión es difícil de manejar y ha de encajar perfectamente en la película, a riesgo de derivar en un cine pretencioso al que Clint Eastwood jamás se ha aproximado, porque esa no es su visión.

Una sólida historia de superación personal basada en hechos históricos, la del rey Jorge VI, encarnado por un magnífico Colin Firth, acompañado por otros dos actores que no le van a la zaga, Geoffrey Rush y Helena Bonham Carter. Recuerda bastante a "The Queen", por su acercamiento plenamente humano y realista al personaje.
La tartamudez es tratada como la cristalización del miedo y la inseguridad, en un sujeto muy contrariado y ninguneado en su primera infancia, y con una figura paterna muy poderosa.

Espectacular superproducción "a la oriental" que envuelve una historia de amores, odios y celos en el seno de la familia imperial en la China medieval. Aunque a mi no me gustan los despliegues no-realistas de este tipo de películas, reconozco lograda una magnificencia formal que debe ser vista en clave de montaje operístico y, en este sentido, tiene un indudable valor.
Pero lo principal es el aire de tragedia clásica, con ribetes de sofisticación oriental, que consigue transmitir al espectador una huella emocional bastante durable, casi diríamos" a pesar" del despliegue teatral que rodea la acción.