La historia es tan buena, tan redonda, tan cruda, y tan poco pretenciosa, que con otros actores peores hubiese funcionado. Pero por si acaso, Morgan Freeman nos brinda una perfecta interpretación, Brad Pitt suaviza magníficamente la trama, y Kevin Spacey nos regala la guinda con una capacidad de persuasión al alcance de pocos. Pero claro, Fincher ya se había encargado de que no faltase detalle en su, hasta hoy, Obra Maestra.

Coixet se rodea en esta producción del mínimo recurso técnico y humano posible para contar lo máximo a lo que uno se puede acercar al dolor, o al dolor de dos personajes que hasta la media hora de cinta no sabes qué hacen en un lugar abandonado en medio de la nada. Pero resulta que todo tiene más sentido y está más justificado que en producciones de decenas de millones de dólares gastadas en recursos técnicos y humanos.

Un planteamiento más que interesante, estropeado por un final improbable, que fuerza la solución feliz como sea. Lo mejor es la pareja que forman Gadea y Blanco. Técnicamente correcta, salvando un par de saltos de eje incomprensibles, hasta las tomas finales del avión, que no hay quien se las crea. Sobran personajes por todas partes, pero había que rellenar.