Estamos ante la que es quizá la mejor adaptación de Shakespeare al cine. Julie Taymor vuelca todo el talento y el de su equipo en mostrarnos una película majestuosa que hace honor al texto del genial dramaturgo.

Un conjunto de imágenes, escenografía, vestuario, música y actuaciones se pone al servicio de la brillante tragedia acerca de la venganza; sus orígenes y consecuencias, logrando llevar al espectador por un camino colosal pero elegante. Una combinación de épocas con tintes surrealistas y que rayan en el exceso, sin rebasarlo, con maestría, haciendo un filme perfecto.

Hay en toda la película una sensibilidad que captura la atención en todo momento, debido al tratamiento de la violencia y crudeza de la historia con un ánimo de belleza que discretamente va sorprendiendo al espectador para al final darle un espaldarazo de realidad que dejará helado a más de uno. En un principio, la propuesta puede resultar dificil de digerir, sin embargo, conforme avanzan los minutos nos damos cuenta de que hay en ella un objetivo claro: mostrar la actualidad del texto de Shakespeare, haciendo un simil con distintos periodos de la historia incluida la época contemporánea.

Las actuaciones son perfectas para el montaje del film, muy cuidadoso debió de ser el casting para seleccionar a los actores ya que parece que los personajes fueron creados especialmente para un Anthony Hopkins tan duro como confundido, Jessica Lange tan suplicante como despiadada y que decir de Alan Cumming y su andrógina versión de Saturnino.

Los infaltables en el equipo del que se rodea Taymor: Música de Elliot Goldenthal, diseño de producción de Dante Ferreti, vestuario de Milena Canonero aunados a la fotografía de Luciano Tovoli hacen de este filme, versión ultramodernista del gran clásico del autor inglés, una obra de arte imperdible.

Fernando Meirelles (quien ya nos había entregado la excelente "Ciudad de Dios") regresa con "The Constant Gardener", una vez más un guión basado en una novela. Meirelles reafirma su estilo visual, esta vez de la mano de una historia de género ambiguo. Se trata de una cinta de thriller político, con tintes de suspenso, una historia de amor y en momentos un documental, la dirección que va de un lado a otro convierte la cinta en un torbellino de emociones que hacen que el espectador, a veces, no pueda distinguir si lo que ve es ficción o realidad.

El director aprovecha estos brincos de género para llevarnos una historia de denuncia social, ese es el tema central, capturado de manera magistral por los movimientos de cámara, por las tomas, la mezcla de escenas reales y cotidianas de poblados en África. Al lado de esta historia de denuncia corre, no una historia romántica, sino una historia de amor, del amor como una expresión amplia de aceptación, de conocimiento, de respeto, de entrega y sobre todo del momento en que el amor es "hacer de la causa del otro, una causa propia".

La película por momentos te quita el aliento, ya sea por la crudeza con que retrata una situación social, ya sea por la sensación de pequeñez que el tema deja en el espectador, o ya sea por ver a un atormentado esposo sufrir por la mujer que ama.

Las actuaciones son notables, Rachel Weisz, ganó un oscar por esta interpretación (desde mi punto de vista, no era para tanto) pero sin duda es Ralph Fiennes quien se desempeña de manera brutal, contenido al principio y desbordando poco a poco emociones con las que el espectador se identifica, basta con ver la escena de Justin Quayle (su personaje) al regresar a la casa donde habitó su esposa, para darnos cuenta del nivel de actor que tenemos enfrente.

Mención aparte merece la labor conjunta de Meirelles (como director) y César Charlone (como fotógrafo) por que la película está acompañada en todo momento de una belleza espectacular, misma que de la mano de la música de Alberto Iglesias, convierte el filme en una maravilla técnicamente perfecta.

"The Constant Gardener" es una de esas películas imperdibles, más allá de la denuncia que en algun momento podría sonar pretenciosa, la película está llena de amor, dolor, resistencia, amistad, solidaridad, soledad y compasión, emociones enteramente humanas, por lo cual, todo espectador se verá movido por su mensaje.

Quienes hayan seguido fielmente el pasado de Wong Kar Wai, extrañarán (en este, su debut dirigiendo una película en inglés) el drama desgarrador de sus anteriores trabajos ( Happy Together, Deseando amar, Ángeles caidos, etc.) Sin embargo, al juzgarla sin el peso de pasado, encontramos una buena película, cuatro personajes representados por las geniales Natalie Portman y Rachel Weisz, el no tan genial pero en esta ocasión muy bien resuelto Jude Law y el debut cinematográfico de la cantante Norah Jones que deja un buen sabor de boca.

El director opta por presentarnos la vida de estos personajes en un mundo (New York) que parece vacío, a pesar de la interacción con otros personajes, los protagonistas parecen trabajar en lugares vacíos, caminar por barrios desolados y es que, estos personajes tienen en común la enorme soledad que todos sentimos cuando estamos perdidos. Quizá por ello la mayor parte de las escenas ocurren de noche, los personajes viven sus propias oscuridades compartiéndolas con la noche y lejos de redimirse en el amanecer, sólo viven el día deseando la llegada de la noche otra vez para perderse otra vez, y es que en ese deseo de perdición esta implícito el deseo de encontrarse.

Visualmente una delicia de colores saturados y planos que son en sí mismos un acento y protagonistas del filme, la música que (literalmente) acompaña al filme es poco menos que perfecta, creando una estética de atmósfera que cautiva en todo momento. Las actuaciones, sin llegar a ser extraordinarias, cumplen de manera correcta con el objetivo.

"My Blueberry Nights" es al estilo de los personajes una roadmovie, logra cautivar al expectador basada en la premisa de que todos alguna vez hemos tenido el sueño de irnos, encontrarnos y volver.