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Críticas de adriancasantos
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
6
12 de diciembre de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el Cono Sur, área más austral del continente americano, se conoce como gil a una persona tonta, inocente, que da muestras de ingenuidad o falta de viveza. En estos términos se refieren en la película al grupo protagonista. Los Giles, que parece tanto un calificativo como un apellido, son una familia de amigos y vecinos unidos en una desgracia común, a ellos y a todo un país. A las puertas de la crisis argentina de principios de milenio, deciden recomprar y poner en marcha una cooperativa agrícola en el pueblo. Tras desembolsar su parte y reunirla en el banco, un abogado sin escrúpulos se queda con todo el dinero aprovechando el inminente corralito que sabía que se formaría. A partir de esta premisa, Borensztein apela a la indignación y a la mala leche de los protagonistas, de Argentina en su conjunto y de los espectadores por extensión, para formar una entretenida pero imperfecta película sobre venganza y justicia poética.

Digo Borensztein, pero seguramente en la autoría del guion tenga más peso creativo Eduardo Sacheri, coguionista y escritor de la novela en la que se basa la obra. Textos de Sacheri habían sido llevados ya a la gran pantalla en tres ocasiones, una en la discreta Papeles en el viento y las otras dos adaptando la misma obra: La pregunta de sus ojos, en dos películas tajantemente distintas: la maravillosa El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, y su desastroso remake yankee: El secreto de una obsesión.

Sebastián Borensztein, por su parte, ya había demostrado madurez y oficio en películas como Un cuento chino y Kóblic que, sin ser grandes obras, si presagian un director con talento en la dirección de actores y solvencia narrativa, sobre todo en lo que se refiere al retrato psicológico de sus protagonistas. Aunque estos, eso sí, siempre son Ricardo Darín, y Darín es capaz de darle matiz y mirada hasta a un dibujo animado.

Con estos precedentes, no era demasiado ambicioso pensar que Borenzstein tenía en la mano la posibilidad de hacer cima en su carrera artística. Y quizás lo haya conseguido, pero no ampliamente ni de manera totalmente satisfactoria. La odisea de los giles arranca realmente bien. Tiene una presentación de personajes formidable, desde Darín y su mujer (estupenda Verónica Llinás) hasta cada uno de los vecinos y amigos de la comunidad, a quienes mira con absoluta confianza y ternura. Consigue también un tono de negrura cómica que impregna todo de manera muy inteligente a través de los diálogos y de ciertos recursos de dirección. Sin embargo, aunque la fórmula funciona como un reloj en el primer tercio de la película, no consigue mantenerse a flote en el ulterior desarrollo de los acontecimientos y, en concreto, desde que entra en escena Chino Darín, hijo, también en la ficción, del protagonista. Su llegada supone el estancamiento de la trama en un juego de ladrones que, si bien puede resultar estimulante al inicio, acaba difuminando el retrato de personajes tan bonito que se había creado. Esto no solo es consecuencia de la trama confusamente innecesaria de Chino Darín, si no también, y en mayor medida, del diseño de personaje del villano, ese cruel abogado dibujado a brochazos y convertido prácticamente en una caricatura. Y quizás sea una caricatura, pero no encaja ni es digno rival de la familia de los Giles.

Con todo, La odisea de los giles es una película estimable por su inteligencia, por sus carismáticos personajes y por su ritmo endiablado. Es entretenida y se pasa en un suspiro. Además, sabe mantener ese complicado punto de cocción entre tragedia y comedia que define el género y que muchas obras homólogas no saben equilibrar. No es una obra cumbre y seguro que Borensztein no ha tocado techo con ella, pero bien vale la pena darle una oportunidad.
adriancasantos
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4
30 de mayo de 2018
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En sintonía con los ocres desgastados y los grises mustios que imprime Bradford Young (director de fotografía) a la película, la expresión de Ehrenreich destila tedio y mediocridad en un personaje que pedía a gritos carisma. Esta falta de empaque y profundidad del protagonista, junto con la inentendible y casi agónica carencia de luz, color y textura en la fotografía de una supuesta odisea espacial, son quizás los problemas más aberrantes y llamativos del título, pero no los únicos.
Vivimos la época del conformismo, del consumismo pasivo y de la falta de una mínima exigencia en el entretenimiento. Spin offs, secuelas, precuelas, secuelas de precuelas y viceversa copan las salas de cine con un público que no es que reclame más de lo mismo, pero que tampoco exige alternativas. Un bucle peligroso que engrosa los bolsillos de los mastodontes ejecutivos de Hollywood y dinamita cientos de proyectos verdaderamente originales.
Ojo, no es mi intención señalar que todas estas producciones carezcan de ambición artística. “Rogue One”, sin ir más lejos, es una película notable. Sin embargo, si todo este empeño se encauzase hacia proyectos verdaderamente novedosos, los resultados serían mucho más estimulantes y los fracasos, desde luego, no tan terriblemente bochornosos.
Reconstruir un icono generacional como Han Solo, encumbrado entonces por un Harrison Ford tan fascinante que tuvo que renegar del personaje para poder continuar su carrera sin la inevitable asociación con su alter ego, es realmente arriesgado, y más aún cuando quien se mete en sus zapatos o bien no está a la altura, o bien es víctima de una producción problemática plagada de inconvenientes, con plazos imposibles y cambio de director incluidos.
Sea cual sea el motivo, el resultado es el mismo: un Han Solo descarriado con una media sonrisa muy distinta a la de su predecesor. Donde había carisma, picardía y gracia ahora solo vemos, estupefactos, a un actor que no entiende a su personaje. Un personaje que no se encuentra en un guion que cabalga, también sin ubicarse, entre el añejo clasicismo western y la necesidad de ofrecer espectacularidad a su nuevo público millenial.
Como diría M.Rajoy, señores, una película “Frankenstein”.
adriancasantos
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