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Críticas de Verdebotella
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Críticas 34
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
10 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mel Gibson es una estrella de Hollywood que lo menos que se podría decir de su persona es que es políticamente incorrecto. Mel Gibson es un actor con cartel y con bombazos taquilleros que apenas ha actuado en unas cuantas películas en la última década o, en el mejor de los casos, se esconde en films de segunda o tercera fila. Mel Gibson es un director reconocido y galardonado con tan solo un puñado de películas, a cada cual menos convencional y más arriesgada. Mel Gibson es una persona de la industria que igual te hace una película en arameo o en maya consiguiendo con su buen hacer que no se hunda en taquilla ante tal propuesta. Mel Gibson es una contradicción.

Desmond Doss es una persona de fuertes principios y profundamente religiosa que casi acaba con su padre. Desmond Doss es un objetor de conciencia que cree que su deber es ir a la Gran Guerra igual que todos los jóvenes americanos, pero que no piensa portar ningún arma. Desmond Doss quiere estar sobre el terreno de batalla ayudando a sus compañeros como médico pero no piensa coger un arma que pueda matar a otro ser humano, sea en defensa propia o no. Cuando su Capitán, agotado ante tanta moral, le pregunta que si luchamos contra el mismísimo diablo, que la cuestión vital es nosotros o ellos, que nuestra supervivencia, la del mundo libre, depende en parte de sus acciones, Desmond Doss responde que no está preparado para responder a preguntas tan trascendentales. Desmond Doss es una contradicción.

Hasta el último hombre es una película de corte pacifista que relata de manera épica el valiente esfuerzo que hicieron los soldados, médicos y demás miembros del batallón en la batalla de Okinawa. Hasta el último hombre es una película realista, que no escatima en imágenes cruda, y que se recrea en unas batallas perfectamente realizadas, pero Hasta el último hombre también es el intercambio de miradas entre el batallón de Desmond y el batallón al que van a sustituir, la 96 o lo que queda de ella. Hasta el último hombre relata el primer objetor de conciencia en la historia estadounidense en recibir la Medalla de Honor del Congreso sin haber disparado una sola bala. Hasta el último hombre es una contradicción, pero bendita contradicción o bendita paradoja.

Porque la paradoja es que ante tal relato “telefilmesco” y patriotero, Mel Gibson, con pulso y brío, y su sobrio reparto levantan una película salvaje que muerde en cada plano, que plantea con sinceridad y sin pedagogía las diversas interpretaciones de la Fe y que acierta al contar la no tan extraña historia de un joven soldado confuso con su mundo y con la guerra que le tocó vivir.
Verdebotella
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6
2 de febrero de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vormittagsspuk, también conocida por el título Ghosts before breakfast, tal vez sea la película más famosa de Hans Richter, pintor y cineasta alemán vinculado al dadaísmo que huyó de la Alemania Nazi.

Un cortometraje en blanco y negro de apenas 10 minutos que juguetea con la idea de que los objetos tienen vida y se desatan con la misma naturaleza que cualquier otro ser vivo de la realidad. Un divertimento que protagonizan sombreros que vuelan como pájaros, mangueras que se enrollan como serpientes, pistolas que se recrean o relojes que se vuelven loco. Richter juega con el ritmo, el tiempo y los tamaños dejando imágenes totalmente diferentes y divertidas.

Una película de corte experimental con el que el autor nos invita a liberarnos de las ataduras de lo real y fantasear, propone un juego de asociación de ideas, de interpretación, y porque no, burlarse del "significado" y del "orden". Hay que recordar que los años veinte y treinta del pasado siglo era una época de vanguardias sociales y culturales, de experimentar, este cortometrajes es una "provocación" más para estimular esas mentes atrapadas en la vida ordinaria.

Este cortometraje fue prohibido por el partido nazi en Alemania como un ejemplo de "arte degenerado".
Verdebotella
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9
15 de enero de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podría enumerar todos los adjetivos del diccionario hasta agotar la lista para hablar de esta película, pero no es lo conveniente. "La la land" es un golpe en la mesa, es como el viento fresco que entra por la mañana y que te agita; confirma a su director como un creador de mente privilegiada y recupera esa fe que algunos tenemos en el poder del Cine.

El enérgico y colorido discurso de Chazelle esconde un homenaje al amor, que te atraviesa, y a los sueños, que te hacen volar, pero ante todo es una oda al instante, como justificación de toda una vida, y a la imperfección. "La la land" es de esas películas que encandilan tanto en su grandilocuencia como en sus pequeños detalles (los enormes ojos de ella, la sonrisa rota de él); intentando constantemente deslumbrarnos con su alegría y con la naturalidad que desprenden sus bellos números musicales sumados al magnetismo casi arrebatador que tienen la pareja protagonista —gran química entre Emma Stone y Ryan Gosling—.

Cruzamos Los Ángeles a través de un “perpetuo” verano creyendo que el amor, los sueños y la pasión son eternos y entonces chocamos con la vida, y nos ahogamos. Esa dualidad, tan bien traída, encuentra su máxima expresión en un final que desarma a uno simplemente con una ligera sonrisa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Verdebotella
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7
17 de junio de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Tomamos riesgos, lo sabíamos, las cosas han ido en nuestra contra y por lo tanto no tenemos motivo de queja, sino sólo someternos a la voluntad de la Providencia, determinados todavía a hacer lo mejor hasta el final… Si hubiéramos vivido, debería haber contado la historia de la audacia, resistencia y coraje de mis compañeros, que han llenado el corazón de todos los ingleses. Estas ásperas notas y nuestros cadáveres deberán contar la historia."
Robert Falcon Scott

Hubo un tiempo en el que ser explorador no solo era una profesión sino una manera de vivir. Un oficio de lo más respetado y honorable: avanzar hasta lo más profundo del Amazonas, remontar el Nilo hasta su nacimiento, descubrir el Kilimanjaro o conquistar el Polo Sur. En definitiva, conocer hasta el último rincón de este mundo.

Inteligentísimo Nolan, sabedor del casi perfecto despliegue visual de Cuarón en Gravity un año atrás, visualizó Interstellar como una experiencia entre lo sensorial y el entretenimiento, aliñado con las clásicas pautas del cine de aventuras.

No es justo, ni siquiera entendible, una comparación analítica entre 2001 (Una Odisea en el espacio) e Interstellar, una estimulaba el pensamiento, la cualidad intelectual, y la otra, que guarda semejanzas con Gravity, en eso sí, proporciona puro entretenimiento, una cualidad emocional; sin que una reste o minusvalore a la otra. Ni expiar cualquier intelectualidad a la obra de Nolan, por supuesto. Pero dónde una incide mediante lo simbólico y lo contemplativo en el pensamiento, la otra lo hace a través de la emoción, proporcionando placer y diversión.

Del drama intimista a la aventura espacial sin desfallecer, como si atravesásemos un agujero negro. Desde los verdosos maizales hasta el profundo espacio respiramos la tragedia del pionero.

El ser humano tiene que salir del nido, expandir sus fronteras, buscar sus límites, conquistar el espacio. Nolan intenta dotar a la historia bajo una perspectiva antropológica. Desde nuestros inicios hemos sido exploradores, hemos avanzado sobre la tierra yerma, atravesado mares y océanos, expandido nuestro mundo hasta más allá del abismo, siempre con el ímpetu de cruzar la última frontera.

La Tierra está llegando a su fin. La vida en el planeta se está volviendo insostenible, el cambio climático, la falta de materias primas, la escasez de energía, la superpoblación… Los seres humanos viven junto a centros de producción de alimentos. Desterrados de las grandes urbes. No hay esperanza, no hay vuelta atrás. Solo queda ir hacia delante.

McConaughey es Cooper. Un piloto ingeniero padre de dos hijos. Un hombre en la época equivocada. Una especie de vaquero lacónico. Nuestro héroe. Nuestro Amundsen¹ y nuestro Scott². El hombre que lucha contra las dificultades del entorno, contra lo desconocido, contra su tripulación, contra la soledad y consigo mismo.

Estimulante tanto en lo visual como en lo narrativo, Nolan cae en ciertos vicios: la redundancia en las explicaciones y ese sentimentalismo verbalizado en mucho de los personajes que puede parecer hasta artificial; salvado tal vez por un reparto comprometido con la causa. Y es que, posiblemente, la mejor manera de disfrutar de Interstellar es avanzar a través de sus etapas sin mirar atrás, dando un salto de Fe, como los pioneros de la nave Lazarus luchando por la supervivencia humana, sin regodearse en lo cursi, ni resaltar sus excentricidades narrativas.

En realidad, Nolan si demuestra que tiene corazón, pese a lo que digan sus detractores, algo que ya vimos en Origen (Inception). Y lo cierto es que donde reside parte de la fuerza narrativa de la película, y de la misión, no es en los discursos grandilocuentes sobre el amor de Caine o Hathaway, ni la espectacularidad de sus escenas, sino aquellos pequeños momentos en los que se ve, y no se explica, el poder del amor; como cuando Cooper se marcha en la furgoneta tras la triste despedida de su hija y levanta las mantas del asiento del copiloto esperando encontrársela o cuando escucha los mensajes de sus hijos a años de distancia. El corazón de la película son los pequeños vínculos emocionales.

La BSO de Hans Zimmer, menos visible y estruendosa, despega de la mejor manera posible transmitiéndonos si es posible el sonido del espacio, el sonido de una nueva tierra, el sonido de la última frontera.

Lo mejor, sin duda, es la acción precedida por un momento de crisis donde Cooper afronta la posibilidad del fracaso. Como siempre, cuando puede fracasar el protagonista es cuando la atención aumenta, aquí Nolan aprieta el acelerador y quedamos enganchados irremediablemente a ese encadenado de planos simbólicos y música perfectamente acoplados. Y la película se alza hasta las estrellas.
Verdebotella
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6
16 de junio de 2016
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cinematografía francesa ha transitado con más luces que sombras todos los lugares comunes del amor, no podemos negar su gran margen de acierto. Entre lo mundano y lo caricaturesco, entre lo natural y la parodia, en esa fina línea se mueve el nuevo trabajo de Garrel. En cierta manera, como es la vida, llena de contradicciones, divertida, ridícula, sorprendente y egoísta.

En estilizado blanco y negro, una indistinguible voz en off, pocas localizaciones y con apenas tres o cuatro actores, una película que parece deudora del cine de la Nouvelle Vague por compartir más de un ingrediente que por su clásica puesta en escena; para más inri nuestros magnéticos protagonistas, Pierre y Manon, –lo más destacado de la película – son unos artistas bohemios que viven en un destartalado apartamento del centro de París. Toda una clásica postal del clásico cine francés. Lo que puede parecer en un principio un conjunto de clichés sólo sirve como excusa para dar pie al triángulo amoroso que inicia el cineasta Pierre con la joven Elisabeth y que desnuda el verdadero interior de la pareja protagonista, revelando las inseguridades e incluso los sinsentidos de la mente masculina resumidas en un egoísta Pierre. La falta de una madurez no adquirida por el compromiso de los años mueve a Manon a seguir los pasos “extramatrimoniales” de Pierre revelando que la pareja no son más que dos adolescentes con arrugas en los ojos y las manos, que se debaten entre el ni contigo ni sin ti.

En L'ombre des femmes, Philippe Garrel explora las contradicciones y el sentimiento de posesión en las relaciones de pareja, una relación hermética que parte de las convenciones sociales más comunes hasta explotarle en las manos a los protagonista y por ende al espectador. Porque no todo lo que se dice es verdad, ni mentira; como el viejo soldado de la resistencia, personaje con el que el autor arroja un toque de ironía a la historia.
Verdebotella
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