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Críticas de Juan Orellana
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
7
18 de octubre de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director judío norteamericano Ira Sachs vuelve a Nueva York para ambientar su última película. Ahora nos lleva al barrio de Brooklyn para contarnos una historia tan fresca como inquietante. Jack (Theo Taplitz) y Tony (Michael Barbieri) son dos chavales de trece años que se hacen muy buenos amigos. El primero quiere ser pintor y el segundo actor. Su amistad transcurre por caminos de felicidad cuando ocurre algo que les va a afectar directamente: el padre de Jack, Brian (Greg Kinnear), dueño del edificio donde la madre de Tony, Leonor (Paulina García), tiene una tienda de moda, se ve obligado a triplicarle el precio del alquiler. El argumento se inspira en un suceso real ocurrido en la vida de Mauricio Zacharias –coguionista del film y guionista de El amor es extraño-.

La película describe exquisitamente unas relaciones humanas que se van complicando por culpa del vil metal. El director lo hace como un miniaturista, con realismo, sin exageraciones ni giros melodramáticos. Por un lado, el dibujo que hace de la amistad entre los muchachos es brillante. Se trata de dos chicos sanos, que comparten sus aptitudes artísticas, que se apoyan y se defienden mutuamente cuando es preciso. Por otro lado, frente a esa limpia inocencia, las relaciones entre los adultos aparecen lastradas por una forma de vivir en la que el dinero impide ser libres a las personas. No hay “malos” en este film. El mal está en las reglas del juego que nos hemos impuesto como sociedad, unas normas en las que la generosidad no tiene artículo propio.

Verano en Brooklyn se estrenó en el prestigioso Festival de Sundance y cosechó muy buenas críticas. Sin embargo, esos merecidos elogios no deben llevarnos a pensar que la película resuelve las tramas de forma complaciente y convencional. La apuesta por el realismo obliga a Ira Sachs a llevarnos por caminos que no son quizá los que más desearíamos. Una maravillosa película,… de sabor agridulce.
Juan Orellana
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7
18 de octubre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El divorcio como argumento ha estado presente en el cine contemporáneo sobre todo a partir de Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979). En la medida en que la institución matrimonial se ha visto avasallada por el tsunami del actual cambio de época, el cine se ha hecho eco de alguna manera de las consecuencias devastadoras de la desestructuración familiar. Curiosamente, la globalización también ha afectado a esta crisis, como demuestra la película iraní Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi, 2011). La película que ahora nos ocupa es una producción belga dirigida por Joachim Lafosse, director curtido en dramas sobre relaciones violentas o enfermizas. En este caso, Después de nosotros se limita a describir de manera muy realista cómo es la relación de un matrimonio que ha decidido divorciarse pero que por diversas razones aún convive bajo el mismo techo. Además tienen dos hijas pequeñas en las que se observa la debacle que supone la situación de sus padres.

Bérénice Bejo (The Artist) es Marie y Cédric Kahn, Boris, y encarnan a esta joven pareja que ha decidido poner fin a su matrimonio por razones que el film no explicita. Y está bien que no lo haga, porque el director no pretende repartir culpabilidades u obligarnos a tomar parte por alguno de ellos. No es una película maniquea ni parcial, únicamente trata de describir el infierno en el que viven dos personas que se amaron, pero que ya no son capaces de seguir adelante. De hecho, el director consigue despertar nuestra ternura al mostrarnos las torpezas de los personajes, son esfuerzos vanos por no sucumbir, su intrínseca fragilidad. Y lo hace sin crear situaciones extremas, sin elegir las exageraciones y sin caer en el fácil atajo del melodrama desgarrado y violento. Opta por un realismo puro, desnudo, sin costuras ni artificios. Quizá por ello el film pueda parecer frío y poco emotivo, precisamente porque busca respetar la libertad del espectador ante una situación perpleja y ambigua ante la que, más que un juicio moral, se precisa una honda reflexión antropológica. Algo que en algún momento apunta el personaje de la abuela (Marthe Keller), cuando alude en la forma en la que estas cosas se afrontaban en el pasado, apuntando al cambio epocal que citábamos al principio.

Quizá está menos logrado el retrato de las niñas, interpretadas por las gemelas Soentjens, ya que así como muestran el destrozo educativo que supone la experiencia que están viviendo (se vuelven caprichosas, chantajistas,…), no reflejan bien el sufrimiento y la tristeza reales que estas situaciones generan en los hijos. En cualquier caso, el film es inteligente e interesante, y supone la constatación muy auténtica de una experiencia que se ha convertido en una auténtica epidemia.
Juan Orellana
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