¿Cuál es nuestro destino, el que exigen las circunstancias que nos rodean o el que nosotros anhelamos?

Yimou reflexiona sobre estas cuestiones en una historia de amor juvenil, tratado con una delicadeza que incomodará a los fans de CSI: el director hace un uso magistral de la elipsis y no necesita mostrar ni un solo beso para acercarnos cómo nace y crece el amor entre los 2 adolescentes. A destacar la escena del palo sujetado por ambos jóvenes en cada extremo y el lento desliz de manos hasta que éstas se agarran decididas. La fuerza expresiva de ésta y otras escenas es sin duda lo mejor de los 114 minutos.

El amor deberá enfrentarse al marco político de la Revolución Cultural, que se erige como el verdadero antagonista del de los dos personajes que tendrán que decidir entre reinsertarse en el sistema o dejarse llevar por sus trascendentes sentimientos, en una narración que poco a poco nos va abocando a la tragedia.

El mural se tiñe de trazos sutiles, repletos de tonos delicados con un cotrapunto final que sirve como broche a través un giro del lenguaje que esta vez sí, se recrea en los sentimientos de los personajes.

No puedo parar de ver múltiples licencias, a saber clichés repartidos por doquier, idealización de lo que significa ser un marginado (guapos, modernos y ricos), la relación profesor que se inspira por el alumno y algunos más que me dejo....

...pero nos regala unos momentos maravillosos, pocas veces expresados con tanta belleza, que nos hace reencontrarnos con el adolescente que algún día fuimos y con el descubrimiento del amor más puro y lo poco que tiene que ver una relación con el amor....

hacía tiempo que no me emocionaba tanto. imperfecta pero bella, bellísima.

Un festival de tensión, bien conducida con un protagonista que genera tanta empatía como dudas de su cordura. Dirección sobria, guión sin sustos (aunque mi novia se tiró una copa de vino encima), no sabrás qué coño pasa hasta que sea tarde y ahí está su encanto.
Quizá un tanto de manual, pero se le perdona fácil.